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La bioeconomía es un término relativamente reciente. En su formulación corriente aparece por primera vez en los documentos de policy making de Estados Unidos a principios de este siglo XXI. No obstante, las ideas básicas que forman parte del concepto de bioeconomía se remontan a los años 70 del pasado siglo.

Para ese entonces, Occidente y Japón consumían más petróleo que nunca. Sólo en Estados Unidos, el consumo se había duplicado entre 1945 y 1974. Con un 6% de la población mundial, EEUU consumía el 33% de la energía de todo el mundo. Al mismo tiempo, la economía norteamericana mantenía una cuarta parte de la producción industrial mundial, lo cual quiere decir que los trabajadores norteamericanos eran cuatro veces más productivos que la media global, pero a cambio el país consumía cinco veces más de energía. Para el año 70, Estados Unidos ya había consumido más de la mitad de su petróleo, su dependencia del petróleo importado era más necesaria que nunca.

En aquel contexto, pensadores y economistas comenzaron a preguntarse si era posible un crecimiento económico infinito, en un mundo con recursos finitos.

Uno de ellos fue Kenneth Boulding (1918-1993). Este economista y presidente de la American Economic Association afirmó lo siguiente: “Quien crea que el crecimiento exponencial puede durar eternamente en un mundo finito, o es un loco o es un economista”.

Nicholas Georgescu-Roegen (1906-1994), fue más allá y fue el primero que introdujo los problemas ambientales asociados al crecimiento económico. Durante el uso de materiales, siempre hay una parte que se degrada y que es imposible de recuperar, ni con los métodos más futuristas de reciclado.” 

Este concepto es el eje central de su obra: “La ley de la entropía y el proceso económico”, publicada en 1971. Aseguró que “no incluir las leyes de la biología y la termodinámica en la economía es un grave error”. Georgescu-Roegen fue acusado de pesimista porque sus teorías eran totalmente opuestas al orden económico tradicional.  Afirmó que “La economía debe ser una rama de la biología (…). Somos una de las especies biológicas de este planeta, y como tal estamos sometidos a todas las leyes que gobiernan la existencia de la vida terrestre”. Por esta obra, se lo conoce a Nicholas Georgescu-Roegen como el padre de la Bioeconomía. Fue quien por primera vez introdujo el concepto de las 3 R; reducir, reutilizar y reciclar.

Las ideas de Boulding y Gerogescu-Roegen cobraron más fuerza cuando dos años más tarde, en octubre del 73, la OPEP (Ente que nuclea a los países exportadores de petróleo) constituida en su mayoría por países árabes paraliza la extracción y establece un embargo para los envíos de petróleo a los países de occidente (fundamentalmente EEUU y Países Bajos). Como consecuencia inmediata, la OPEP logra duplicar los precios e imponer una política comercial de control de precio mediante la regulación de la oferta.

Este acontecimiento, conocido como “Primera Crisis del Petróleo” y una complicada situación internacional por el fin de los acuerdos de Bretton Woods; fueron la causa de una profunda crisis en la economía estadounidense.

La pérdida de competitividad de la economía americana frente a Japón, Europa y otros países emergentes dio lugar a un debate sobre el futuro de la economía mundial y sobre cuál podía ser la estrategia más eficaz para recuperar el crecimiento y la competitividad. Entonces el informe titulado Limits to Growth (Los límites del crecimiento), mostró que si el actual incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantendría sin variación, alcanzaría los límites absolutos de crecimiento en la Tierra durante los siguientes cien años y pondría en peligro los delicados equilibrios del planeta y de sus variados ecosistemas.

Georgescu-Roegen, escribió a los Meadows (co-autor del informe) felicitándoles por su trabajo, pero también advirtiéndoles que la gran mayoría de los economistas, casados intelectual y profesionalmente con la idea de crecimiento eterno, les atacarían. Efectivamente, su advertencia fue acertada. En la sección literaria del periódico New York Times, tres economistas tildaron Los Límites del Crecimiento de “vacío” y “engañoso”“Menos que seudociencia y poco más que ficción polémica”. Y en un editorial, el semanario Newsweek lo clasificó como “disparate irresponsable”.

Sin embargo, en Estados Unidos, las conclusiones del informe incentivaron a cambiar la dirección y las prioridades del sistema industrial para reducir la dependencia de los combustibles fósiles y desarrollar nuevos sectores que permitiesen al conjunto del sistema industrial americano superar el modelo fordista.

Por aquel entonces, las ciencias biológicas estaban avanzando rápidamente, sobre todo en el ámbito de la biología molecular, y los descubrimientos asociados al ADN estaban abriendo nuevos caminos hacia la comprensión, manipulación y explotación de la materia viviente. No fue una casualidad que las industrias químicas y del petróleo norteamericanas fueron las primeras en invertir en las nuevas biotecnologías basadas en los descubrimientos de la biología molecular.

Cuando el primer cultivo de transgénicos para uso comercial fue implantado en Estados Unidos en 1996, esta nueva revolución industrial parecía a punto de despegue. A finales de los 90, la inversión en tecnologías emergentes para aumentar la competitividad, recuperar el crecimiento y elaborar nuevos modelos industriales más sostenibles se consideraba prácticamente un paradigma asumido. En efecto, se había puesto en marcha una verdadera carrera entre países desarrollados y países emergentes para desarrollar (y patentar) cuantos más nuevos productos y procesos biotecnológicos posibles, para así cumplir lo que aparecía como el verdadero objetivo a alcanzar: la creación y consolidación de una economía basada en el conocimiento.

La bioeconomía puede entenderse como el conjunto de las actividades económicas que obtienen productos y servicios, generando valor económico, utilizando como elementos fundamentales los recursos biológicos. Su objetivo es la producción y comercialización de alimentos, productos forestales, bioproductos y bioenergía, obtenidos mediante transformaciones físicas, químicas, bioquímicas o biológicas de la materia orgánica no destinada al consumo humano o animal y que impliquen procesos respetuosos con el medio, así como el desarrollo de los entornos rurales.

La bioeconomía no es considerada una rama de la economía, sino que debe entenderse como un nuevo paradigma de la ciencia económica. El nuevo enfoque bioeconómico presenta oportunidades de contribuir al desarrollo territorial y al fortalecimiento de las economías regionales, agregando valor a la ruralidad en el interior productivo con sus consecuentes beneficios en la generación de nuevos empleos de calidad favoreciendo el arraigo poblacional.

La bioeconomía representa también una importante contribución al cumplimiento de planes ambientales y energéticos de los países. La utilización de la biomasa y sus derivados (biocombustibles) como fuente de energía limpia representa un gran aporte a la matriz energética, descentralizando la generación y mejorando la provisión energética en las economías regionales, que habitualmente tienen provisión limitada.

Las sociedades de occidente demandan cada día más productos con baja huella de carbono, para lo cual requieren de un flujo de provisión de materias primas e insumos proveniente de fuentes renovables. Algunos de estos productos pueden ser obtenidos a partir de la trasformación y el procesamiento de la biomasa o sus subproductos de otros procesos. El desarrollo de nuevas industrias en rubros como los biomateriales y una “química renovable” que reemplazo la petroquímica permitirán proveer de estos productos a estos mercados representando una gran oportunidad para aumentar y diversificar la matriz exportadora.

Hoy la bioeconomía forma parte de las agendas públicas de casi todos los países, especialmente aquellos con fuerte actividad agroindustrial, como es el caso de los países latinoamericanos. Las políticas públicas deberán enfocarse en permitir el fácil acceso a disponer de las nuevas tecnologías en áreas como las ingenierías, la biotecnología, la agronomía, la nutrición, etc; en proveer la infraestructura vial, energética y logística necesaria para estas nuevas industrias y el acceso a financiamiento barato son los ejes centrales para que estas nuevas oportunidades sean materializadas.

La bioeconomía, afirma la OCDE, constituye la primera oportunidad de implementar una economía global realmente sostenible basada en recursos biológicos que, gracias a la biotecnología se convierten en renovables. La bioeconomía se presenta, en definitiva, como la nueva revolución industrial; una vuelta, eso sí híper-tecnológica, a la economía sostenible y respetuosa del medioambiente que, supuestamente, estaba en en vigencia antes de la aparición de los combustibles fósiles.