La cerveza argentina —esa que llena vasos, canillas y góndolas de todo el país y cada vez más rincones del mundo— empieza mucho antes de llegar a una botella. Su historia nace en el campo, en una semilla, y se proyecta en las malterías. Pero también se gesta en los laboratorios, donde ciencia y paciencia se cruzan en un ciclo continuo de mejora genética que transforma la cebada en un insumo industrial de excelencia. Esa historia, que ya lleva más de medio siglo, sumó este año un nuevo capítulo: Cervecería y Maltería Quilmes presentó sus dos nuevas variedades de cebada cervecera, Malkia y Florence, desarrolladas íntegramente en su Centro de Investigación y Desarrollo ubicado en Tres Arroyos, provincia de Buenos Aires.
La presentación no fue un acto aislado, sino el eje central del tradicional “Día de Campo” que organiza la compañía para celebrar el inicio de la cosecha. Allí, técnicos, productores y autoridades recorrieron parcelas experimentales y conocieron en detalle el fruto de más de 10 años de trabajo en mejoramiento genético, sustentado por una inversión de seis millones de dólares. Pero el dato más relevante no está en el monto ni en el plazo, sino en lo que esta innovación representa: un salto cualitativo en una agroindustria que es orgullo nacional y motor económico regional.
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Un complejo agro cervecero que va de la semilla al mercado global
Hoy, el complejo agro cervecero argentino es el décimo exportador del país, y el segundo que más creció en los últimos años. En 2024, Quilmes rompió su propio récord y exportó más de un millón de toneladas de cebada y malta por un valor de 450 millones de dólares, un 29% más que en 2023. Detrás de estos números hay una estructura productiva que articula ciencia, territorio y mercado: una red de 1.200 productores agropecuarios distribuidos a lo largo del país, 300.000 hectáreas cultivadas, 470.000 toneladas de malta procesadas en dos malterías propias y una logística que abastece tanto el mercado interno como el internacional.
“La cebada argentina ocupa un lugar privilegiado en la cadena de valor global de la compañía”, explicó Diego Caponi, gerente de Agronegocios de Cervecería y Maltería Quilmes. “Una de cada cuatro cervezas que vendemos en el mundo está hecha con cebada y malta de la provincia de Buenos Aires”, subrayó. La clave, dice, está en la articulación entre talento, innovación y agricultura.
Malkia y Florence: genética de precisión al servicio de la cerveza
Las nuevas variedades presentadas —Malkia y Florence— son el resultado de un proceso de mejoramiento clásico, pero profundamente tecnificado. No hay edición genética ni ingeniería molecular: lo que hay es conocimiento profundo del cultivo, cruzamientos manuales dirigidos, paciencia y herramientas de “speed breeding”, como se denomina a la técnica que permite acelerar los ciclos de selección mediante cámaras de crecimiento controladas.
Malkia es una variedad de ciclo intermedio, con un comportamiento agronómico muy similar al de Andreia, desarrollada por Quilmes hace 14 años. Su principal fortaleza es la estabilidad de calibre, lo que la hace especialmente valiosa frente a condiciones ambientales restrictivas como estrés hídrico o temperaturas elevadas.
Florence, en cambio, apunta a zonas sin limitaciones ambientales. Se trata de una variedad de altísimo potencial de rendimiento, heredera conceptual de Montoya, lanzada hace 8 años. Ambas cebadas se inscribieron oficialmente en el Instituto Nacional de Semillas (INASE), tanto en el Registro de Cultivares como en el de Cultivares Comerciales, y serán difundidas junto con protocolos de buenas prácticas que incluyen fechas de siembra, densidad, fertilización y manejo sanitario.
“Buscamos variedades con excelente calidad maltera, buen comportamiento sanitario y eficiencia en el uso de insumos, para que el productor obtenga más con menos y de forma sustentable”, explicó Alejandra Gribaldo, gerenta de investigación y desarrollo del Centro de I+D de Quilmes. Su rol es clave: lidera uno de los pocos programas privados de mejoramiento de cebada de América Latina, y el único con más de medio siglo de historia en funcionamiento continuo.
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Innovar desde el campo para transformar una industria
El Centro de Tres Arroyos cuenta con 80 hectáreas de campo experimental, una micro maltería, oficinas de investigación y equipamiento de última generación. Desde su fundación, ha desarrollado 20 variedades propias, muchas de las cuales se convirtieron en estándar del cultivo: hoy, el 65% de la superficie de cebada en Buenos Aires está sembrada con genética creada allí.
Pero el objetivo no es solo productivo: el foco está en construir una agroindustria más natural, local y balanceada. “Queremos ser cada vez más eficientes para seguir haciendo crecer nuestra categoría, con ingredientes del campo argentino que consoliden nuestro liderazgo en el país y la región”, concluyó Caponi.
La apuesta por nuevas variedades como Malkia y Florence no se trata, entonces, solo de aumentar el rendimiento o mejorar un insumo. Se trata de consolidar un modelo en el que ciencia y territorio se articulan para producir alimentos y bebidas de calidad mundial, agregando valor en origen, generando empleo y posicionando a la Argentina como referente global de la bioeconomía cervecera. Desde la semilla hasta la botella, todo empieza —y vuelve— al campo.


