En Estados Unidos, la industria del etanol construyó en las últimas décadas una estructura productiva que transformó al maíz en uno de los pilares de la energía renovable. En los estados del Midwest, las plantas operan con un grado de madurez tecnológica que permite obtener casi 450 litros de etanol por tonelada, a la vez que generan proteínas, fibras y aceites esenciales para la alimentación animal. Ese esquema, consolidado y eficiente, depende de un proceso biológico que se ha mantenido prácticamente inalterado desde sus inicios: la fermentación. Allí, las levaduras convierten el almidón en etanol y, en ese mismo metabolismo, liberan parte de la glucosa como dióxido de carbono. Es un comportamiento natural, completamente documentado, que forma parte de la identidad química del sector.
En un contexto global que exige combustibles más limpios, rutas más eficientes y un aprovechamiento cada vez mayor del carbono disponible, esa característica vuelve a ser observada bajo una nueva luz. No se trata de un defecto, ni de un cuestionamiento al etanol, sino de una pregunta técnica que aparece cuando los límites químicos se hacen visibles. ¿Qué podría pasar si el carbono del maíz se convertiría en su totalidad en combustible? ¿Puede el grano ofrecer un rendimiento mayor sin alterar su identidad agrícola ni la infraestructura que lo rodea?
Una propuesta científica que abre un camino distinto
Ese interrogante está siendo explorado por un equipo de la Universidad de Minnesota bajo la dirección del profesor Paul Dauenhauer, investigador de ingeniería química reconocido por su trabajo en catálisis aplicada a biomasa. El proyecto cuenta con el apoyo de Minnesota Corn, la entidad que reúne y administra los aportes obligatorios que realizan los productores del estado para financiar investigación y desarrollo del sector. Gracias a ese fondo —conocido como checkoff— el grupo trabaja en una ruta alternativa a la fermentación: un proceso catalítico inorgánico que busca convertir directamente los polímeros de glucosa en metanol.
El enfoque parte de una diferencia fundamental entre biología y química. Mientras la fermentación requiere microorganismos cuyo metabolismo necesariamente libera CO₂, la catálisis inorgánica permite reorganizar las moléculas sin esa pérdida estructural. Si el proceso logra utilizar la totalidad del carbono presente en los azúcares del maíz, el rendimiento energético podría aumentar alrededor de un cincuenta por ciento sin ampliar la superficie cultivada ni modificar el grano. El interés científico reside justamente en ese potencial: aprovechar el almidón de manera completa mediante catalizadores metálicos capaces de guiar la reacción hacia la formación de metanol.
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Por qué el metanol aparece como pieza clave
La elección del metanol como molécula objetivo no responde solo a una cuestión técnica. Se trata de un compuesto cuya versatilidad lo convierte en un puente entre distintas industrias energéticas y químicas. Dauenhauer explica que “El metanol tiene una versatilidad enorme. Con la tecnología existente puede transformarse en combustible para aviones, también puede convertirse en un diésel de combustión muy limpia y sirve además como base para producir polímeros como el polietileno.” En esa frase se condensa la amplitud de posibilidades que abre el proceso.
Uno de los destinos más estratégicos es la aviación. La conversión de metanol en combustible de aviación sustentable (SAF, por sus siglas en inglés) es una ruta industrial establecida y en expansión. La investigación sugiere que, si la tecnología se implementa a gran escala, el maíz estadounidense podría abastecer potencialmente la totalidad del mercado de SAF del país. Se trata de un escenario con impactos significativos: permitiría reducir emisiones en un sector difícil de descarbonizar sin modificar el cultivo ni la base productiva existente.
El metanol también ofrece ventajas para el transporte pesado. A partir de él se produce dimetil éter, un combustible que puede utilizarse en motores diésel y cuya combustión resulta mucho más limpia. “La ventaja de utilizar dimetil éter en un motor diésel, en lugar del diésel convencional, es que su combustión es mucho más limpia”, destaca Dauenhauer. En un momento en que camiones, maquinaria agrícola y flotas urbanas buscan opciones para reducir emisiones, este camino cobra impulso propio.
La tercera vía se abre en la industria de materiales. El metanol es un insumo esencial para obtener polietileno, un plástico ampliamente utilizado en envases, bienes de consumo y manufacturas industriales. La posibilidad de que el maíz contribuya también a ese segmento, mediante una ruta renovable, amplía su papel dentro de la bioeconomía.
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Una transformación que no rompe la cadena actual
Una de las preguntas centrales cuando aparece una innovación de este tipo es qué ocurre con los coproductos. El etanol no solo produce combustible: genera proteínas, fibras y aceites fundamentales para la alimentación animal y otros usos industriales. En el proceso catalítico que investiga la Universidad de Minnesota, esas fracciones del grano permanecen disponibles. El almidón es el componente que se transforma en metanol, pero las proteínas, las fibras y los lípidos mantienen su utilidad, lo que permite integrar esta posible tecnología sin alterar la economía rural que depende de ellos.
Un proyecto que avanza con un horizonte de 2028
El equipo trabaja con un plan de investigación que se extiende hasta 2028. En ese período se evaluará no solo la química del proceso y la eficiencia de distintos catalizadores, sino también la viabilidad económica de reconvertir las plantas de etanol existentes. Estados Unidos cuenta con una infraestructura construida a lo largo de décadas, y la posibilidad de adaptarla para producir metanol representa un punto estratégico para reducir costos e impulsar la adopción industrial.
El estudio de factibilidad incluye modelos que analizan cómo se integraría esta tecnología a la cadena actual, qué inversiones serían necesarias y qué beneficios podría aportar en términos de rendimiento energético y reducción de emisiones.
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Un ecosistema que explora múltiples rutas tecnológicas
El proyecto no surge aislado. Minnesota Corn acompaña otras líneas de investigación que buscan ampliar el papel del maíz en la transición energética. Entre ellas se encuentran iniciativas que analizan motores diésel preparados para operar con altos niveles de etanol y modelos que integran captura de carbono en la producción de combustible aeronáutico renovable. En conjunto, estos desarrollos muestran un sector en movimiento, con instituciones que combinan agronomía, química y tecnología para redefinir el futuro del maíz.
Un cultivo que vuelve a expandir sus posibilidades
El maíz se encuentra nuevamente en un punto donde su potencial energético crece a partir del avance científico. La pregunta que guía el proyecto de Minnesota no intenta desplazar lo logrado por el etanol, sino examinar una posibilidad que hasta hace poco parecía lejana: transformar todos los azúcares del grano en combustible mediante un proceso que evita la pérdida de carbono. Si los resultados acompañan, el maíz podría sumar una vía adicional para abastecer sectores estratégicos como la aviación, el transporte pesado y la industria química, utilizando la misma materia prima y la misma base productiva que ya sostiene buena parte de la bioeconomía del país.
Lo que se desarrolla en la Universidad de Minnesota no es un reemplazo ni una ruptura, sino la apertura de un camino que podría ampliar el papel del cultivo emblemático del Midwest en un mundo urgido por descarbonizar el transporte.


