En Branjang, una aldea ganadera de Java Central, la rutina siempre fue sencilla y previsible: el ordeñe al amanecer, el cuidado del ganado, las compras de gas y fertilizantes que no podían evitarse, y el estiércol que había que mover todos los días para mantener el establo limpio. Nada de eso parecía esconder una oportunidad. Hasta que, en una capacitación organizada dentro del propio corral, una cocina se encendió con un gas producido en el lugar. No fue un gesto técnico; fue un quiebre. La comunidad vio que podía generar por sí misma algo que durante décadas había comprado sin alternativas.
La presentación estuvo a cargo del equipo Ormawa PPK de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad Estatal de Semarang (UNNES), junto con técnicos de la Agencia Provincial de Medio Ambiente y Silvicultura de Java Central. Mostraron Metacow, un sistema que transforma el estiércol en biogás y fertilizantes. El principio no era nuevo, pero el significado sí: dejar de ser solo usuarios y convertirse, aunque sea en una parte pequeña pero concreta, en productores de su propia energía y fertilidad.
“Hasta ahora el estiércol se apilaba y nos traía olor y problemas de contaminación. Con Metacow podemos convertirlo en algo que tiene valor económico. Ya probamos el biogás para cocinar y el fertilizante en los cultivos de hortalizas”, dijo Kholis, del Gading Mayang Farmers’ Studio. Su comentario no celebraba un avance tecnológico, sino un desplazamiento de lugar: lo que antes era carga empezaba a ser recurso.
Donde antes se escapaba valor, ahora empieza a quedarse
El cambio se notó rápido. Con el biogás, las familias redujeron la compra de gas licuado, un gasto que siempre dependió de precios externos. Con el fertilizante orgánico, pudieron bajar la dosis de insumos químicos, cada vez más impredecibles y costosos. No son sustituciones totales, pero sí suficientes para que la economía doméstica respire distinto. Lo central no es cuánto reemplaza la tecnología, sino qué permite recuperar: capacidad de decisión.
Para Teguh Hardi Raharjo, docente de UNNES y supervisor del proyecto, la clave está en esa circulación interna de valor. La economía circular, tantas veces explicada en conceptos abstractos, en Branjang se volvió visible. Lo que antes exigía tiempo y generaba molestias ahora ayuda a mantener la producción sin depender completamente de lo que llega desde fuera.
En las huertas, el fertilizante mostró buenos resultados. No como una promesa, sino como una confirmación de que el ciclo ganado–estiércol–suelo puede funcionar sin intermediarios. La comunidad entendió que una parte importante de su sistema productivo puede gestionarse dentro del propio territorio.
Una transición energética que se construye desde abajo
Para el gobierno provincial, Metacow también aporta un beneficio ambiental decisivo: el metano que antes se liberaba al aire ahora se canaliza y se usa. “Esta tecnología no solo reduce las emisiones de metano del estiércol, también impulsa la independencia energética en áreas rurales”, explicó Rima Asri, del DLHK. El proyecto se inscribe en los Objetivos de Desarrollo Sostenible 7, 12 y 13, pero lo hace desde un enfoque territorial, sin depender de grandes infraestructuras ni de programas centralizados. La transición energética, en este caso, empieza en un establo.
El equipo estudiantil dejó más que un sistema funcionando. Dejó capacidad en manos de la comunidad: materiales de guía, rutinas de operación y acompañamiento para que los productores mantengan y ajusten el equipo solos. El proyecto no deposita una tecnología; construye una práctica. Y en ese gesto se define gran parte de su valor.
Ingenio sin límites: startup crea un trailer para convertir estiércol en energía y bioproductos
Una comunidad que redefine su lugar en la economía rural
“Queremos que cada productor pueda convertirse en generador de energía y fertilizante”, señaló Ahmad Wafiq Rafi Ardani, presidente de HMPPE FEB UNNES. La frase no apunta al tamaño de la aldea, sino al cambio de rol. No se trata de que Branjang produzca toda su energía, sino de que deje de estar completamente atada a decisiones tomadas lejos de su territorio.
La vida cotidiana sigue siendo la misma: los animales, las rutinas, el trabajo de siempre. Pero ahora hay un elemento nuevo. Parte de la energía que se usa en las cocinas y parte de los nutrientes que vuelven al suelo salen del mismo corral donde antes solo había una tarea ingrata. Y en ese gesto —modesto, concreto, cercano— la aldea recupera algo que pocos proyectos logran devolver: autoridad sobre su propia economía.
Metacow no es importante por su mecanismo, sino por lo que revela. La bioeconomía no llega desde afuera: emerge cuando una comunidad reconoce que los recursos que siempre tuvo también pueden ser herramientas para decidir su futuro.


