En una mañana húmeda de Misiones, donde el olor a madera recién procesada convive con el de la tierra roja, una extrusora piloto ruge dentro de la planta de Plastimi, una empresa local dedicada históricamente a la fabricación de envases plásticos. Allí, en un espacio que hasta hace poco era solo parte de la rutina industrial de la firma, ahora funcionan los equipos de investigación del CONICET. La máquina —capaz de producir entre cinco y treinta y cinco kilos por hora— marca un giro tan simbólico como concreto: por primera vez, Argentina avanza hacia la producción nacional de bolsas biodegradables elaboradas con almidón de mandioca, una materia prima profundamente ligada a la economía regional.
Antes de contar la novedad, hay que retroceder un paso y mirar el contexto global. En un mundo presionado por regulaciones ambientales más estrictas, ciudades que avanzan en la prohibición de plásticos de un solo uso y consumidores que demandan alternativas sostenibles, los bioplásticos se convirtieron en uno de los frentes más dinámicos de la bioeconomía. Sin embargo, Argentina arrastraba una paradoja: mientras crecía la demanda interna de productos biodegradables, ninguna empresa del país producía estas resinas. La única salida era importarlas, principalmente desde Europa, en forma de pellets derivados de almidón de maíz. Ese costo logístico y tecnológico no solo encarecía los productos finales, sino que frenaba cualquier intento de expansión local.
El punto de inflexión: un proyecto científico que se transforma en industria
En este escenario, la alianza entre el Instituto de Materiales de Misiones (IMAM, CONICET–UNAM) y Plastimi SRL se convirtió en una pieza central. La empresa, con más de una década de contacto con grupos científicos locales, venía manifestando un interés creciente en explorar alternativas biobasadas. Ese interés fue el que movilizó el convenio que hoy impulsa el desarrollo. Las investigadoras Cristina Area y Pamela Cuenca, referentes del CONICET, lideran la iniciativa junto a dos unidades técnicas que consolidan la capacidad científica de Misiones: el Grupo de Preservación y Envases (GPE) y el Programa de Celulosa y Papel (PROCYP).
Para Cuenca, el recorrido personal también tiene densidad narrativa. Su tesis doctoral la llevó a trabajar en recubrimientos para quesos basados en almidón de mandioca. En el posdoctorado, en cambio, se adentró en el mundo de los materiales biodegradables obtenidos mediante extrusión. Ese conocimiento acumulado alimentó la construcción de una línea de investigación que, con el impulso del sector productivo, maduró hasta transformarse en una tecnología aplicable.
El proyecto es ambicioso: desarrollar una formulación novedosa de bioplásticos y una tecnología eficiente para fabricar los pellets —pequeñas perlas que funcionan como materia prima para la industria transformadora— destinados a la producción de bolsas y películas flexibles. La diferencia clave es que, esta vez, la resina no llegará de Europa sino de la propia Misiones, elaborada a partir de mandioca local.
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La mandioca como vector de identidad productiva
La elección de la mandioca no es casual. Además de su presencia histórica en la dieta y cultura regional, constituye una cadena productiva con peso económico en Misiones. Cada hectárea cultivada condensa trabajo familiar agrícola, agroindustrias asociadas y una trazabilidad que permite pensar en desarrollos con fuerte impronta territorial. “Buscamos generar un desarrollo regional que le dé valor agregado a la materia prima de nuestra propia provincia”, sostiene Cuenca, aludiendo al corazón del proyecto: convertir la identidad productiva local en la base de una innovación tecnológica nacional.
No es menor que la mayoría de los bioplásticos de este tipo en el mundo se elaboren a partir de almidón de papa o maíz. La mandioca aporta una alternativa diferenciada, adaptable y con ventajas en costos y disponibilidad. Pero además, su origen regional abre la puerta a un modelo de economía circular que se construye desde el territorio.
Innovación con lógica de economía circular: residuos forestales que se convierten en aditivos
El proyecto incorpora un componente técnico especialmente interesante: la utilización de aditivos obtenidos a partir de residuos de la industria lignocelulósica. Entre esos aditivos se encuentran micro y nanocelulosa, además de derivados de colofonia, una resina que se obtiene del pino. El objetivo es doble. Por un lado, mejorar las propiedades mecánicas y funcionales de los bioplásticos; por otro, aportar una vía de valorización a los desechos de la forestoindustria.
En una provincia donde el sector forestal es uno de los motores económicos, el enfoque adquiere una potencia particular. Los residuos que antes no encontraban un destino de alto valor, ahora se reinsertan como insumo para una innovación que, a su vez, promete reducir el uso de plásticos derivados del petróleo. Así, la economía circular deja de ser un concepto abstracto para convertirse en una práctica concreta que atraviesa toda la cadena productiva.
El soporte institucional que lo hizo posible
Un antecedente decisivo fue el Proyecto de Investigación Científica y Tecnológica Aplicados (PICTA), presentado en 2021, que permitió adquirir la extrusora pelletizadora piloto. Este equipamiento —clave para procesar bioplásticos mediante extrusión— fue adoptado por Plastimi y abrió la puerta a realizar las primeras pruebas. La extrusión, una técnica ampliamente utilizada en la industria de los polímeros, consiste en calentar y mezclar los materiales hasta obtener un flujo homogéneo que luego se corta en pellets. El hecho de contar con una máquina específica para bioplásticos aceleró el salto tecnológico.
Sobre esa base se firmó, en mayo de 2025, el convenio formal de Investigación y Desarrollo entre el CONICET y Plastimi, gestionado por la Oficina de Vinculación Tecnológica (OVT) del Nordeste. El acuerdo estableció que el equipo quedaría instalado en comodato en la planta de Posadas para uso exclusivo del desarrollo. Para el grupo investigador, esto evita una de las barreras más frecuentes en la transición entre ciencia y mercado: el escalado industrial. En lugar de adaptar la tecnología desde un laboratorio hacia una planta productiva, el trabajo nace directamente en un contexto de producción real.
La mirada de la empresa: ciencia aplicada y futuro sostenible
“Desde nuestra empresa destacamos el valioso aporte del CONICET y la Universidad Nacional de Misiones en este desarrollo. Este trabajo constituye un ejemplo relevante de innovación científica aplicada a la construcción de un futuro sostenible. La articulación público-privada es un mecanismo esencial para transformar conocimiento en soluciones concretas, así como la formación de profesionales misioneros con estándares tecnológicos de nivel internacional”, afirma Nicolás Guelman, propietario de Plastimi SRL.
La declaración sintetiza un fenómeno más amplio: cuando el sector privado se involucra en la producción de tecnología basada en recursos regionales, la economía local adquiere una resiliencia que no depende exclusivamente de importaciones, coyunturas globales o vaivenes de precios internacionales.
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Una plataforma para crecer: de las bolsas al agro
Aunque los primeros desarrollos apuntan a bolsas y películas flexibles para uso cotidiano, el proyecto tiene un horizonte más amplio. El equipo también trabaja en materiales destinados a agroinsumos, en particular las cubiertas vegetales conocidas como mulching films, elaboradas a partir de polímeros biodegradables. En Misiones, estos films se utilizan en cultivos de tomate y en variedades medicinales de Cannabis Sativa, y hoy no se fabrican dentro del país.
Un desarrollo nacional permitiría abaratar costos, facilitar la disponibilidad y adaptar las formulaciones a las condiciones agroecológicas locales, lo que abre una nueva oportunidad para la bioeconomía argentina.
Un desarrollo con impacto nacional
En síntesis, el avance logrado por el CONICET y Plastimi constituye un hito técnico, productivo y territorial. No solo sienta las bases para fabricar en el país materiales que hasta ahora se importaban, sino que construye un modelo colaborativo donde la ciencia pública, la empresa local y los recursos del territorio convergen en una innovación con impacto real.
Mientras la extrusora sigue funcionando en Posadas, generando pellets que pronto podrían transformarse en biobolsas distribuidas en todo el país, la bioeconomía argentina encuentra en Misiones un ejemplo tangible de cómo la innovación científica puede arraigar en la industria sin perder identidad regional.


