La semana pasada la legislatura porteña aprobó la modificación de la ley de Basura Cero para permitir la “termovaloriación” de los residuos. Es decir, mediante una incineración controlada, poder transformar la basura domiciliaria en energía. La iniciativa del oficialismo fue aprobada con 36 votos a favor y 22 en contra en medio de una protesta de cartoneros, recicladores y ambientalistas.
La incineración de basura había sido prohibida en la Ciudad de Buenos Aires en el año 1976 debido a cuestiones ambientales – la quema no controlada emite dioxinas y furanos, compuestos considerados cancerígenos.
La realidad es que el relleno sanitario del Ceamse está a punto de colapsar. Ya se está rellenando la última parcela disponible y se estima que en cinco años ya no habrá donde enterrar la basura porteña.
Para el Ing. Químico Rubén Molinelli, especialista en Ingeniería Ambiental, la incineración de la basura es una alternativa viable para la Ciudad de Buenos Aires. “No hay espacio de enterramiento y las condiciones de incineración de residuos han cambiado muchísimo. Con tecnologías de punta, como las europeas o japonesas, estas plantas permiten recuperar la energía que hoy se entierra con emisiones por debajo de los límites impuestos”, comentó Molinelli a bioeconomía.com.ar.
La tecnología de incineración de residuos hoy es utilizada en ciudades como París, Ámsterdam o Viena. Algunos ambientalistas cuestionan que la quema de basura atenta contra el reciclado. Pero el caso de Suecia -que cuenta con más de 32 plantas de incineración- demuestra que esto no ha sido así.
El caso Suecia
Suecia viene quemando basura desde 1904. En 1975, el 35% de la basura se reciclaba de una forma u otra, hoy ese porcentaje llega al 99%. El reciclaje incluye también la incineración, que alcanza a la mitad de los residuos.
El país escandinavo cuenta con un exitoso programa de separación en origen. En los hogares los suecos separan sus periódicos, plástico, metal, vidrio, electrodomésticos, focos y baterías. Muchos municipios también alientan a los consumidores a separar el desperdicio de alimentos. Y todo esto se reutiliza, recicla o composta.
Los periódicos se convierten en masa de papel, las botellas se reutilizan o se funden en artículos nuevos, los envases de plástico se convierten en materia prima plástica; los alimentos se convierten en abono orgánico o biogás. Los camiones de basura a menudo funcionan con electricidad reciclada o biogás. Los efluentes líquidos se purifican hasta convertirse en agua potable. Camiones especiales de basura circulan por las ciudades y recogen productos electrónicos y residuos peligrosos, como productos químicos. Los farmacéuticos aceptan medicamentos sobrantes. Los suecos llevan sus residuos de mayor tamaño, como televisores viejos o muebles rotos, a los centros de reciclaje en las afueras de las ciudades.
Las plantas de incineración en Suecia han ido optimizándose a lo largo de los años. Tal es así que desde hace varios años vienen importando basura para operarlas a plena capacidad, con el agregado que los países pagan por exportar su basura.
Las cenizas y los metales se separan y se reciclan, y el resto, como las porcelana o baldosas, que no se queman, se tamizan para extraer la grava que se utiliza en la construcción de carreteras. Alrededor del uno por ciento aún permanece y es lo que se deposita en los rellenos sanitarios.
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El humo de las plantas de incineración se compone de 99.9 % de dióxido de carbono no tóxico y agua, pero aun así se trata con filtros secos y agua. El material seco se deposita. El barro del agua sucia del filtro se usa para rellenar minas abandonadas.
En Suecia, quemar residuos para producir energía no genera polémica. Tampoco atenta contra el reciclado. Convive con varias iniciativas publicas y de ONG para fomentar aún más la minimización en la generación de residuos. Siempre se puede hacer mejor, esa es su consigna.