Mientras Europa calcula reservas, gasta miles de millones en gas natural licuado y sueña con hidrógeno verde, una fuente de energía ya madura y disponible brilla desde la periferia del mapa. Y no es ciencia ficción ni ingeniería de frontera: es biomasa.
A pocos poco de comenzado el verano boreal, los líderes europeos tienen la mirada fija en el invierno. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, advirtió que el próximo invierno podría poner a prueba la seguridad energética del bloque, con reservas de gas por debajo de lo previsto y un mercado global inestable. Entre las medidas en estudio, no se descarta el cierre definitivo del gasoducto Nord Stream, símbolo de una era de dependencia energética con Rusia que Europa intenta dejar atrás.
Pero mientras en Bruselas se trazan estrategias y se proyectan futuras tecnologías, en el pueblo burgalés de Doña Santos, una comunidad de apenas 100 habitantes, ya tienen una respuesta funcionando. Allí opera la empresa Hijos de Tomás Martín, una firma familiar con 90 años de historia en el aprovechamiento forestal, que en 2011 dio un giro clave: empezar a transformar sus residuos en pellets de madera bajo la marca Burpellet.
El poder de lo simple: calor eficiente desde el bosque
En 2021, Burpellet amplió su operación con una nueva planta en Huerta del Rey, con capacidad para producir 150.000 toneladas anuales. Hoy, no solo es el mayor productor nacional de biomasa, sino también uno de los principales referentes europeos.
El pellet, lejos de ser una anécdota rural, se ha convertido en una fuente energética estratégica. Según AVEBIOM, el costo medio de generación térmica con pellet es de apenas 7 centavos de euro por kWh, más competitivo que el gas natural, el gasoil de calefacción y, por supuesto, la electricidad. Y lo más notable: su precio se ha mantenido estable, con una caída del 2,6% en el último trimestre.
En un contexto donde los precios del gas y del petróleo se ven afectados por tensiones geopolíticas, conflictos, olas de calor o incluso decisiones de países lejanos como Egipto o China, la biomasa ofrece una ventaja invaluable: previsibilidad.
La inesperada fuente que impulsa el salto renovable en los Países Bajos
Europa en tensión: frío, inflación y geopolítica
Según el Financial Times, solo en 2025, Europa deberá desembolsar 10.000 millones de euros adicionales para reponer sus reservas de gas, presionada por un invierno más frío y la creciente competencia por el GNL. Bloomberg señala que China, que hasta hace poco era uno de los mayores compradores globales, ha recortado sus importaciones por cuarto mes consecutivo, impactando el tablero energético.
Todo esto ocurre mientras las inversiones en hidrógeno verde aún están lejos de generar resultados escalables, y el avance hacia tecnologías limpias se enfrenta a cuellos de botella tecnológicos y financieros. En ese escenario, la biomasa aparece como una tecnología ya madura, escalable, renovable y con beneficios colaterales: dinamiza economías rurales, aprovecha residuos y reduce emisiones netas de carbono.
Independencia energética con sello local
Calderas, estufas, edificios públicos y hogares que usan biomasa no dependen de barcos que atraviesan océanos ni de conflictos diplomáticos. Funcionan con residuos forestales locales, procesados bajo criterios de sostenibilidad. Y lo hacen en silencio, sin marketing futurista pero con resultados concretos.
Lo que sucede en Doña Santos no es una excepción aislada: es un modelo replicable, que ya aporta al sistema energético nacional y que podría escalar con políticas adecuadas de incentivo y visibilización.
Costa de Marfil enciende su futuro con la bioeconomía del cacao
¿Y si la soberanía energética no pasara por la alta tecnología?
En una Europa obsesionada con el hidrógeno, los electrolizadores y la digitalización, la biomasa recuerda que a veces las soluciones no están en el futuro, sino en el presente. No se trata de una tecnología en desarrollo, sino de una alternativa ya disponible, con infraestructura, mercado y casos de éxito.
Burpellet y otros productores de biomasa no solo ofrecen una fuente energética limpia y económica: contribuyen a la autonomía energética de España y Europa en un momento de alta vulnerabilidad. Y lo hacen desde el bosque, con virutas compactadas, logística regional y economía circular.


