Son las once y media de la mañana del primero de enero. Tenés la boca más seca que el desierto del Sahara, la luz del sol que entra por la persiana te lastima más que la Hattori Hanzo en manos de Uma Thurman y jurás, por lo más sagrado, esa mentira universal que todos dijimos alguna vez: «No tomo nunca más en mi puta vida».
Sentís que te estás muriendo de a poco mientras, con la mano temblorosa, desbloqueás el celular. Ahí está el golpe final: una foto de tu primo en el grupo de WhatsApp. El tipo, que anoche se bajó hasta el agua de los floreros, ya está prendiendo el fuego para las sobras con un vaso de cerveza fría en la mano y un mensaje que dice: «¡Feliz Año flia! ¡Salud!». Antes de que culpes al hielo, a la mezcla de blanco y tinto o a ese Clericó que pasaba como agua pero pegaba como una mula, tenemos una noticia para darte: la culpa de tu miseria la tienen tus viejos.
El «cerebrito» que desenmascaró a tus genes
Adrián Turjanski, investigador del Conicet y el «capo» detrás de la startup Gen 360 explica por qué algunos son un colador y otros parecen tanques de guerra. Según el experto en ADN, el aguante (o la falta de él) no es una cuestión de entrenamiento ni de cuántas noches de parrandas tengas encima. Así como heredaste el color de ojos de tu abuela, ese espíritu de lucha de tu vieja o esa nariz prominente de tu abuelo, también ligaste una forma muy específica de procesar el escabio. Básicamente, tu cuerpo tiene un manual de instrucciones genético que decide, de antemano, si después del brindis vas a ser una persona funcional o un bulto tirado en el sillón pidiendo clemencia.
Acá es donde la ciencia se pone picante. Según Turjanski, cuando te mandás un trago, tu organismo activa un sistema para tratar de eliminar el alcohol. En el medio de ese proceso, se fabrica una sustancia llamada acetaldehído, que es el verdadero mala onda de la película. Él es el responsable de que sientas que te pasa un camión por encima, de las náuseas y de ese dolor de cabeza que te hace odiar a todo el mundo. Lo más loco es que si tenés un metabolismo «acelerado», la pasás peor. Tu cuerpo es tan eficiente rompiendo el alcohol que acumula acetaldehído a la velocidad de la luz. Sos tan buen alumno procesando la bebida que tu propio sistema te castiga antes de tiempo por ser demasiado rápido. Un bajón total.
¿Genética europea o modo «Asia Oriental»? La lotería del brindis
Esta lotería biológica no es casualidad y depende mucho del árbol genealógico que te tocó en suerte. Todo se resume a una enzima con nombre de contraseña de Wi-Fi: la ADH1B. Ella es la que maneja el ritmo de la joda en tus células. Los estudios indican que solo el 40% de los que tienen ancestros europeos poseen la variante que procesa el alcohol rápido, lo que les da un «changüí» mayor antes de que la resaca les pegue el hachazo. En la otra vereda, el 85% de la gente en Asia Oriental (China, Japón, Vietnam) tiene el metabolismo a fondo. Por eso, con una sola copita ya se ponen colorados y sienten que el mundo les gira como un trompo.
Saber esto no es solo para tener una excusa científica cuando tus amigos te tilden de «tierno» en el próximo asado o para tirar data curiosa en la mesa navideña. Conocer tu ADN con un test como los de Gen 360 te da el superpoder de conocer tus límites reales y evitarte el mal momento.
Si ya sabés de antemano que sos de los que acumulan acetaldehído a lo loco, podés armar una estrategia de supervivencia inteligente: intercalar cada copa con un buen vaso de agua y bajar un cambio antes de que tu propia genética te pase una factura impagable. Al final del día, si después de dos copas de espumante sentís que el arbolito de Navidad te está haciendo bullying, no te castigues. Es solo tu ADN siendo demasiado eficiente para tu propio bien. ¡A brindar con conciencia y, sobre todo, con mucha ciencia!


