viernes, octubre 17, 2025
 

Una batería de vitaminas: la sorprendente tecnología biológica para reemplazar al litio

Científicas de Texas A&M diseñaron un innovador material para baterías a base de componentes naturales y comestibles que se desintegra sin contaminar, con potencial para revolucionar la electrónica sustentable.

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Imaginá una batería que, en lugar de metales pesados y químicos contaminantes, esté hecha con los mismos componentes que fortalecen tus células. Una batería que, en vez de durar para siempre como residuo tóxico, desaparezca sin dejar huella cuando termina su vida útil. O incluso, en un caso extremo, que podrías consumir sin daño para tu cuerpo. Esta idea, que parece salida de un laboratorio de ciencia ficción, es real y acaba de ser presentada por un equipo de científicas de la Universidad Texas A&M en Estados Unidos.

Con el respaldo de la Fundación Welch y la National Science Foundation, la química Karen Wooley y la ingeniera química Jodie Lutkenhaus lideraron el desarrollo de un nuevo material para baterías completamente biodegradable y biocompatible. Su investigación fue publicada en la prestigiosa revista Proceedings of the National Academy of Sciences y podría marcar un antes y un después en la forma en que almacenamos energía.

Una revolución desde la naturaleza: vitamina B2 y aminoácidos

La innovación se basa en dos ingredientes presentes en todos los organismos vivos: la riboflavina (vitamina B2), conocida por su papel en el metabolismo celular, y el ácido L-glutámico, un aminoácido esencial en la construcción de proteínas. Estos compuestos fueron transformados por el investigador Shih-Guo Li, bajo la dirección de Wooley, en estructuras moleculares llamadas polipéptidos, cadenas similares a las proteínas que cumplen una doble función: sostener la estructura del material y permitir su descomposición natural.

Lo sorprendente de este desarrollo es que estas baterías no solo son biodegradables: también son redox-activas, es decir, tienen la capacidad de intercambiar electrones, lo que las habilita para almacenar y liberar energía de forma eficiente. En este diseño, la riboflavina actúa como portadora de carga, mientras que los polipéptidos aportan estructura y biodegradabilidad.

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Rendimiento sin compromisos y compatibilidad con la vida

A menudo, los desarrollos sostenibles deben ceder terreno frente al rendimiento. Sin embargo, esta batería natural desafía esa lógica. Según explicó Lutkenhaus, el comportamiento electroquímico del nuevo material fue comparable al de polímeros sintéticos no sostenibles, demostrando que la eficiencia energética no está reñida con el respeto al ambiente.

Durante las pruebas de laboratorio, el material se comportó de forma eficiente como ánodo —la parte de la batería que almacena electrones— y, lo más llamativo, demostró ser completamente inocuo para las células humanas. Específicamente, se testearon fibroblastos, células presentes en el tejido conectivo, y no se detectó toxicidad alguna. Esto abre la puerta a aplicaciones en dispositivos portátiles, implantables o incluso comestibles.

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Una visión circular desde el primer paso

A diferencia del enfoque tradicional que diseña productos duraderos y recién después evalúa su impacto ambiental, este proyecto parte desde el final. Desde el primer día, Wooley y su equipo imaginaron una batería que, al finalizar su ciclo, se descomponga de forma segura o pueda integrarse a otros procesos sin dejar residuos. “Cada material que sintetiza mi laboratorio es un punto en su viaje hacia el uso, con capacidad de transformarse y reutilizarse”, afirmó la investigadora.

El principio de economía circular está tan presente que Wooley incluso bromeó con una de las ideas más audaces: en su forma más extrema, estas baterías podrían ser comestibles y aportar “otro tipo” de energía.

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Un camino largo pero prometedor

Aunque los resultados iniciales son prometedores, el equipo reconoce que todavía falta mucho trabajo para llevar esta tecnología al mercado. Los procesos químicos actuales son costosos y poco escalables, por lo que la comercialización podría demorar entre cinco y diez años. La prioridad ahora es mejorar la eficiencia del material y desarrollar procesos de fabricación rentables.

Para Wooley, uno de los momentos más emocionantes fue cuando las pruebas confirmaron que sus materiales podían formar parte de una batería funcional. Para Lutkenhaus, ese hito fue el respaldo necesario para validar años de investigación interdisciplinaria. “Ver que los materiales se unían en una batería operativa fue un gran paso. Validó el concepto y nos dio dirección para seguir avanzando”, resumió.

Una semilla para repensar toda la electrónica

En un mundo saturado de dispositivos portátiles y tecnologías desechables, donde las baterías de ion-litio representan tanto una solución como un problema, esta investigación ofrece una alternativa radical y esperanzadora. No solo por su impacto ambiental, sino porque propone una nueva forma de pensar los materiales: no como residuos inevitables, sino como partes de un ciclo vital que puede comenzar y terminar en armonía con la naturaleza.

Mientras el equipo texano sigue perfeccionando su invento, el simple hecho de que hoy podamos hablar de una batería hecha con vitamina B2 es, en sí mismo, un poderoso mensaje: la innovación más transformadora podría venir de los elementos más simples y cotidianos. Incluso, de los que ya habitan dentro nuestro.

 
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