Cada año, mientras los turistas recorrían fascinados los senderos que rodean al imponente Volcán Lanín, Marianela Pepe observaba en silencio cómo el glaciar retrocedía. Su madre, profesora de Biología y Geografía en Junín de los Andes, usaba esa evidencia para enseñar el impacto del cambio climático en tiempo real. No era una clase cualquiera: era una lección vivida en carne propia, con la montaña como pizarrón y el hielo como testigo.
Aquella postal grabada en su memoria marcaría para siempre su vocación. No se trataba solamente de reciclar o plantar árboles: Marianela quería entender, investigar y transformar. Quería que su voz –y la de tantos otros jóvenes del interior argentino– se escuchara donde se toman las decisiones más importantes del planeta.
De la Patagonia al CERN, y de la escuela rural a la COP30
Su camino fue tan singular como su punto de partida. A lo largo de su adolescencia y juventud, participó en iniciativas educativas y científicas de alto nivel, como el programa GLOBE –una red de monitoreo ambiental impulsada por la NASA–, EarthEcho International y hasta actividades en el emblemático CERN, el laboratorio europeo de física de partículas. Cada una de esas experiencias reforzó en ella una convicción poderosa: desde la Patagonia también se puede generar conocimiento, liderar debates globales y desafiar las lógicas centralistas del saber.
Pero fue en su paso por la universidad, cuando comenzó a especializarse en temas de energía, que su mirada adquirió una dimensión más profunda. Allí comprendió que la energía no es solo un problema técnico, sino también social, cultural y político. La forma en que se produce, distribuye y consume la energía modela los modos de vida y puede ser, al mismo tiempo, causa y solución de injusticias estructurales.
Energía Joven: donde la transición se hace acción
En un foro regional organizado por la organización Sustentabilidad Sin Fronteras, Marianela conoció Energía Joven, un programa que promueve el liderazgo juvenil en la transición energética. La iniciativa no se queda en la teoría: instala sistemas híbridos de energías renovables en escuelas técnicas, capacita a docentes y habilita espacios de diálogo interprovincial para pensar políticas públicas inclusivas.
Lo que más la atrapó no fue solo su contenido formativo, sino su visión: la energía como herramienta de justicia social, participación ciudadana y transformación comunitaria. Cuando se abrió una convocatoria nacional para representar a este proyecto en la COP30, Marianela supo que era el momento de dar un nuevo paso.
En su postulación, puso el foco en la necesidad de una transición energética que también sea justa en lo social y ambiental. Reivindicó el conocimiento que nace en los territorios y alertó sobre un obstáculo subestimado: la comunicación. “Muchas veces el mensaje no llega, o llega distorsionado, y entonces pierde importancia. Si queremos una transición energética que realmente transforme, necesitamos saber comunicarla”, sostuvo con firmeza.
Una juventud que no espera turno
El cambio climático no es un concepto abstracto para las juventudes argentinas. Es una realidad que se manifiesta en incendios forestales, sequías prolongadas y pérdida acelerada de biodiversidad. Para Marianela, la participación juvenil no debe ser meramente simbólica, sino estructural. “Deseo que la COP30 sea un espacio de escucha real, donde los compromisos se transformen en acciones sostenidas en el tiempo”, afirma.
Su expectativa no es personalista. Siente que llevará consigo la voz de muchas juventudes que trabajan en silencio por un futuro sostenible, especialmente aquellas del interior del país, que no siempre acceden a los foros internacionales. Representar, para ella, no es hablar más fuerte, sino hacerlo con respeto, empatía y coherencia.
Conocimiento, educación y comunidad: los pilares de una transición real
Marianela sostiene con claridad que las políticas públicas climáticas deben ser inclusivas, participativas y adaptadas a las realidades locales. Defiende el rol de la educación ambiental, la investigación y el acceso democrático a la información. “Solo con información clara podemos tomar decisiones responsables”, remarca.
Su presencia en la COP30 no será decorativa. Quiere convertirse en un puente entre los espacios globales y las comunidades locales, llevando herramientas, aprendizajes y nuevas formas de pensar la participación juvenil.
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Un mensaje que viaja desde el sur
Cuando se enteró de que había sido seleccionada para asistir a la COP30, la emoción la desbordó. Pero lejos de vivirlo como un logro individual, lo entendió como una oportunidad colectiva. A través de su historia, quiere inspirar a otros jóvenes a creer que es posible incidir en el mundo, incluso desde geografías periféricas.
“Los sueños grandes se construyen paso a paso. No hace falta haber nacido en Buenos Aires o tener todo resuelto para empezar. Basta con animarse, con creer que se puede, y con rodearse de personas que te apoyen y te inspiren. La ciencia, la diplomacia y el cuidado del planeta necesitan miradas diversas. También desde lugares pequeños se puede llegar lejos.”


