En Brasil, la selva no solo arde bajo el fuego de la deforestación: también late, crece y se reinventa. Mientras el mundo negocia su futuro climático en la COP30, el país que alberga la mayor selva tropical del planeta decidió romper el molde del desarrollo tradicional. Allí, en el corazón del Amazonas, el gobierno lanzó una propuesta audaz: convertir la bioeconomía y el turismo sustentable en motores de riqueza. No por decreto, sino mediante un modelo financiero innovador que seduce a los inversores globales con algo más potente que promesas: reglas claras, riesgo compartido y retornos posibles. Así nació Eco Invest Amazonia, la cuarta edición del programa Eco Invest Brasil, presentada como pieza clave de la arquitectura climática brasileña.
De la selva como frontera a la selva como futuro
Durante décadas, la Amazonia fue tratada como periferia: fuente de madera, carne y soja; territorio por “desarrollar” según los viejos manuales de la expansión. Hoy, Eco Invest propone otra lógica. Con foco exclusivo en la Amazonia Legal —una región que abarca el 59% del territorio brasileño y donde viven más de 28 millones de personas—, el programa se orienta a cadenas productivas vinculadas al bosque en pie: bioindustria, sociobiodiversidad, restauración ecológica, y turismo de naturaleza con estándares internacionales. Se trata de una apuesta por lo que la ministra de Medio Ambiente, Marina Silva, define como “un nuevo ciclo de prosperidad”, donde la conservación no sea el final de la economía, sino su principio.
Pero no basta con buenas intenciones. ¿Cómo competir con las actividades extractivas que siguen moviendo millones? ¿Cómo canalizar capital hacia modelos regenerativos que aún no han alcanzado escala? La respuesta está en la estructura del programa.
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Finanzas que siembran
Eco Invest Amazonia se apoya en un diseño de blended finance, o financiamiento mixto, que articula recursos públicos con capital privado bajo un esquema de riesgo compartido. El Tesoro Nacional prestará dinero a instituciones financieras a una tasa simbólica del 1% anual, con la condición de que cada real prestado sea multiplicado por al menos cuatro en aportes privados. Además, un 60% del capital movilizado deberá provenir de inversores extranjeros. Con este modelo, el Estado no subsidia proyectos sin más: se convierte en catalizador de inversiones que, de otro modo, nunca llegarían.
Como novedad, esta edición incorpora un incentivo extra del 20% sobre el monto total apalancado. El objetivo es ampliar la capacidad de las instituciones financieras para asumir riesgos, acelerar la maduración de las cadenas productivas emergentes, y evitar que el financiamiento quede atrapado en la lógica de siempre. Los fondos podrán canalizarse como créditos directos o a través de vehículos especializados, siempre con herramientas de cobertura de riesgo integradas.
Este mecanismo no solo financia proyectos: crea mercado. Un mercado que incluye cooperativas amazónicas, emprendimientos locales, empresas ancla, desarrolladores de infraestructura y operadores turísticos, integrados en una lógica territorial donde el bosque no es obstáculo, sino plataforma.
Economía en clave climática
“Eco Invest ya movilizó más de R$75 mil millones, demostrando que es posible desarrollar la economía real de forma moderna y sustentable”, afirmó el ministro de Finanzas Fernando Haddad, en el lanzamiento del programa. “Esta nueva edición, enfocada en la Amazonia, prueba que un bosque en pie genera más valor y más oportunidades que su destrucción”.
En esa misma línea, Marina Silva subrayó que la iniciativa permite “fortalecer las cadenas de producción de la sociobiodiversidad y el turismo sustentable, generando inclusión, ingresos y conservación”. Pero no se trata solo de una política interna. Eco Invest fue diseñado desde el principio con vocación internacional.
El presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Ilan Goldfajn, celebró que la nueva ronda “completa la arquitectura concebida desde el inicio: finanzas combinadas, provisión de liquidez, apoyo a la preparación de proyectos y mecanismos de cobertura cambiaria”. Ahora, esa arquitectura llega al bioma más emblemático del planeta.
Rachel Kyte, enviada especial del Reino Unido para el Clima, lo resumió con claridad: “Brasil está mostrando cómo transformar activos naturales en prosperidad sustentable. Eco Invest reduce riesgos, amplía mercados y demuestra liderazgo global en la agenda climática”.
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Qué se financiará, cómo y hasta cuándo
Los proyectos elegibles abarcan desde iniciativas de restauración ecológica con fines productivos, hasta el desarrollo de infraestructura habilitante: energías renovables descentralizadas, conectividad digital, transporte público de bajo impacto, y soluciones logísticas para cadenas de bioeconomía. También se incluyen propuestas de turismo ecológico con enfoque internacional, capaces de atraer flujos sostenidos de visitantes sin sobrecargar el ecosistema.
Todas las inversiones deberán realizarse dentro de los límites de la Amazonia Legal y demostrar viabilidad técnica, impacto social y coherencia ambiental. Las instituciones financieras interesadas en participar tendrán tiempo hasta principios de 2026 para presentar sus propuestas, según informó el Ministerio de Finanzas.
Toda la documentación oficial, bases y condiciones de la subasta estarán disponibles en los próximos días en el sitio web del Programa Eco Invest Brasil.
¿Una semilla para la economía del siglo XXI?
Brasil no está solo en esta apuesta, pero sí parece decidido a liderarla. En lugar de esperar a que el mercado “verde” se consolide por sí solo, el gobierno propone un atajo inteligente: usar el poder del Estado no para reemplazar al capital privado, sino para convocarlo con incentivos bien diseñados. Eco Invest Amazonia no promete soluciones mágicas, pero sí plantea una pregunta crucial: ¿y si el bosque valiera más vivo que muerto? Con financiamiento concreto, metas claras y respaldo multilateral, la respuesta comienza a tomar forma.
En tiempos donde las promesas climáticas suelen diluirse en la retórica, este programa ofrece una pista concreta para construir un nuevo contrato entre desarrollo y naturaleza. No se trata de proteger la Amazonia con muros, sino de abrirle puertas a otra economía. Una donde la riqueza no brota del desmonte, sino de la fotosíntesis.


