La transición energética brasileña acaba de entrar en una nueva etapa. Desde el 1° de agosto, el país elevó a 30% el porcentaje obligatorio de etanol anhidro en la gasolina, al tiempo que el gasoil pasó a incorporar 15% de biodiésel. Ambos aumentos forman parte de un cronograma regulatorio ya aprobado que prevé seguir subiendo un punto porcentual por año, con el objetivo de alcanzar un corte B20 en 2030. El impacto de esta medida no se limita al surtidor: detrás de cada punto porcentual, se necesita más biomasa, más infraestructura industrial, más eficiencia logística y más decisiones estratégicas de inversión.
En este escenario, en el corazón agrícola y energético de Brasil, Cargill busca consolidar su lugar como actor clave en el nuevo ciclo de expansión bioenergética del país. La compañía, uno de los gigantes globales en comercio y procesamiento de commodities agroindustriales, anunció la construcción de una nueva planta de etanol de maíz en su unidad de Cachoeira Dourada, estado de Goiás. La novedad, más que una ampliación productiva, refleja una orientación clara hacia el etanol de maíz dentro de la estrategia bioenergética que la compañía viene desplegando en Brasil.
La inversión, cuya cifra no fue revelada, se materializará bajo el modelo de “usina flex”, integrando la nueva planta al complejo ya existente de procesamiento de caña de azúcar. Será una réplica del esquema operativo de la Usina São Francisco, en Quirinópolis, donde el maíz y la caña conviven en un mismo sistema industrial, permitiendo mayor flexibilidad operativa y favoreciendo una integración energética que ya muestra ventajas competitivas frente a los modelos tradicionales.
La transición energética brasileña encuentra su vector en el cereal
Brasil, segundo mayor productor de etanol del mundo, lleva décadas asociando su liderazgo bioenergético con la caña de azúcar. Pero desde hace poco más de una década, el maíz comenzó a ganarse un lugar en la matriz de combustibles renovables del país. Impulsado por la expansión agrícola del Cerrado y por un mercado interno cada vez más demandante, el etanol de maíz pasó de ser una curiosidad a una realidad que ya representa cerca del 20% de toda la producción nacional del biocombustible.
“Tenemos un gran desafío en etanol de maíz, que es actualizar tecnología en nuestra planta de Quirinópolis y llevar esa planta al otro complejo de caña que compone Cargill Bioenergia”, explicó Paulo Sousa, presidente de la compañía en Brasil, en diálogo con AgFeed durante la Fenasucro & Agrocana, la principal feria sudamericana de bioenergía celebrada en Sertãozinho. Según el ejecutivo, el diferencial técnico clave será el uso de biomasa: el bagazo de caña generado en la planta de Cachoeira Dourada abastecerá energéticamente a la nueva unidad de maíz, cerrando un círculo de aprovechamiento y eficiencia difícil de igualar.
De socia minoritaria a jugadora principal: el nacimiento de Cargill Bioenergia
El desembarco pleno de Cargill en la bioenergía brasileña se formalizó este año, cuando la empresa concluyó la compra del 50% restante del conglomerado SJC Bioenergia, del cual era socia desde hacía más de una década. Con la operación —que, según trascendidos, superó los R$ 2.600 millones (USD 480 millones)—, Cargill se quedó con dos de las plantas más modernas del país, más de 130 mil hectáreas productivas y una capacidad industrial conjunta de 9 millones de toneladas de caña y 2 millones de toneladas de maíz por año.
Ese paso también fue simbólico: por primera vez, la compañía creó una división formal bajo el nombre de Cargill Bioenergia, reconociendo la bioeconomía no solo como un segmento dentro de su estructura agroindustrial, sino como un eje estratégico en sí mismo. “Esta nueva planta muestra claramente la dirección que vamos a seguir”, señaló Sousa, dejando en claro que la prioridad ya no está puesta en crecer con caña, sino en escalar el etanol de maíz por su menor costo de capital.
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Un entorno favorable: la legislación impulsa la expansión del biodiesel
La apuesta bioenergética de Cargill no se agota en el etanol. Paralelamente, la firma norteamericana prepara un paquete de inversiones para modernizar y ampliar su capacidad de producción de biodiesel en Brasil. El foco está en tres plantas adquiridas en 2023 a la empresa Granol —ubicadas en Goiás, Tocantins y Río Grande del Sur— con capacidad combinada de 1.200 millones de litros anuales, más una unidad propia en Três Lagoas (Mato Grosso do Sul) que suma 352 millones de litros adicionales.
Según anticipó Sousa, los próximos anuncios oficiales apuntarán a mejorar procesos, eficiencia energética y volumen total. El contexto normativo acompaña: la Ley del Combustible del Futuro, aprobada en 2024, establece un incremento gradual de la mezcla obligatoria de biodiesel en el gasoil fósil. La actual B15 (15%) deberá subir un punto porcentual por año hasta alcanzar B20 en 2030, con margen legal para llegar al 25%. “Ya estamos listos para B19 y B20. La capacidad productiva existe”, aseguró.
Durante su exposición en la Fenasucro, Sousa puso como ejemplo el caso de Indonesia, que ya aplica una mezcla B30, demostrando que el potencial brasileño aún está lejos de su techo.
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La diversificación como fortaleza estructural
Cargill también pone el ojo en la diversificación de materias primas. Aunque el biodiesel brasileño se basa casi exclusivamente en aceite de soja, la compañía destaca el papel creciente de subproductos animales, especialmente las grasas obtenidas en el procesamiento de carnes. “Hay otros aceites que pueden entrar en la ecuación”, señaló Sousa. La capacidad de integrar distintas fuentes de carbono renovable es, a esta altura, una ventaja competitiva tanto ambiental como económica.
Y esa lógica no se restringe al mercado doméstico. Cargill ya utiliza biocombustibles en sus operaciones logísticas fluviales y marítimas, integrando soluciones sustentables en su red de transporte global, una de las más grandes del agronegocio mundial.
Una jugada industrial con proyección de largo plazo
El nuevo proyecto en Goiás no es simplemente una ampliación industrial. Es una pieza clave en el rediseño estratégico de una de las mayores empresas agroalimentarias del planeta. En una región donde la bioeconomía avanza como vector de desarrollo, Cargill asume un papel protagónico al consolidar tecnología, escala, capital y visión de largo plazo.
Con esta nueva planta de etanol de maíz, la empresa no solo amplía su capacidad de producción. También confirma su voluntad de competir en un terreno donde eficiencia, sustentabilidad y diversificación empiezan a marcar el ritmo del negocio energético.


