viernes, diciembre 5, 2025
 

El cemento biobasado que defiende las costas de los Países Bajos

Bloques hechos con pastos locales y agua de mar que resisten el oleaje, se colonizan de vida y luego desaparecen de forma natural: la propuesta holandesa que quiere reescribir cómo se construye en el borde del mar.

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La escena ocurre en silencio, dos veces al día, cuando las aguas del estuario del Escalda suben y bajan dejando al desnudo los bloques grises de un experimento casi doméstico. No están hechos de cemento ni pasaron por hornos abrasadores, pero podrían ser la pieza que ayude a aliviar uno de los dilemas más profundos de la ingeniería costera: cómo proteger ciudades y ecosistemas sin seguir extendiendo un mundo construido que pesa, literalmente, más que toda la biomasa del planeta. Esa advertencia, formulada por investigadores del Royal Netherlands Institute for Sea Research (NIOZ), se volvió la chispa para pensar otro tipo de materiales, más cercanos a la lógica de la naturaleza que a la de los hormigones que dominan costas y puertos.

En ese paisaje de marismas y limo, el material de construcción biobasado Xiriton empezó a demostrar algo que hasta ahora parecía una aspiración más que una posibilidad concreta: que es posible fabricar estructuras que no solo resistan el oleaje, sino que inviten a la vida marina a instalarse, crecer y volver a ocupar el terreno perdido.

Xiriton: una receta de pastos, minerales y agua salada

Xiriton nació lejos de los laboratorios, en la mente del inventor suizo Frank Bucher, residente en Stiens, en el norte de los Países Bajos. Su planteo fue tan audaz como simple: un material de construcción hecho con pastos troceados, puzolana volcánica, cal hidratada, arena, conchas y agua de mar. Según Bucher, podía servir para “todo lo que se construye con ladrillos”, incluso edificios de hasta tres pisos, sin necesidad de hornos ni agua potable. Su versatilidad incluía la posibilidad de reforzar madera y, al mismo tiempo, ser reforzado por ella, un enfoque híbrido atractivo para la ingeniería hidráulica.

Hasta hace poco, Xiriton no había sido adoptado por la industria de la construcción, aunque su bajo impacto ambiental lo volvía interesante en un contexto de creciente presión sobre la huella del cemento. Pero fue en el terreno de la restauración marina donde el material encontró un camino natural: si los bloques podían moldearse localmente y a bajo costo, ¿podían también servir para reconstruir marismas o bancos de bivalvos devastados por décadas de erosión, contaminación o dragado?

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Un año en las mareas: evidencia en tiempo real

Para responder esa pregunta, científicos del NIOZ, en colaboración con Wageningen University y la Universidad de Ciencias Aplicadas Van Hall Larenstein, llevaron Xiriton a las planicies de marea de Yerseke. Allí, donde la tierra y el mar pasan el día disputándose centímetros, instalaron bloques expuestos al ciclo completo de inundación y drenaje.

El resultado sorprendió incluso a los investigadores. “Después de un año, cada bloque estaba aproximadamente un 70 por ciento cubierto de vida como ostras, mejillones y algas”, describió la doctoranda Victoria Mason. La imagen es potente: en vez de un material que repele la vida —como suele ocurrir con superficies demasiado alcalinas o lisas—, los bloques de Xiriton funcionaban como un imán biológico. Las larvas encontraban refugio en sus poros, un pH más cercano al del agua de mar y una rugosidad que estimulaba la adhesión y el crecimiento.

Mason remarcó otro punto crucial: estos bloques no están diseñados para permanecer para siempre. Ajustando el tiempo de curado y la proporción de aglutinantes, Xiriton puede durar lo suficiente para que el arrecife o la marisma se regeneren y luego descomponerse en sustancias inocuas. La estructura, entonces, pasa de ser un andamio artificial a desaparecer discretamente, dejando tras de sí un ecosistema capaz de sostenerse por sí mismo.

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Resistencia comprobada: del café a las corrientes fuertes

La ecología era solo parte de la ecuación. La otra era mecánica: ¿podía Xiriton soportar corrientes intensas sin deshacerse demasiado rápido? Para averiguarlo, los investigadores realizaron ensayos en un canal de flujo utilizando vasos de café como moldes para las muestras. La decisión tenía una lógica ingeniosa: los cilindros quedaban expuestos directamente al flujo, recibiendo el impacto frontal de las corrientes durante más de dos meses.

Jente van Leeuwe, entonces estudiante de maestría y hoy investigador doctoral en NIOZ, explicó que este formato permitía evaluar la erosión de manera más rigurosa que con simples baldosas. Los resultados fueron alentadores: la resistencia del material se mantuvo comparable a la de cementos romanos, famosos por su durabilidad en obras portuarias antiguas. A esto se sumaron pruebas de compresión y porosidad que confirmaron que la mezcla podía ajustarse para lograr vidas útiles más largas o más cortas, según la necesidad del proyecto.

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Qué exige un buen material para reconstruir hábitats

Mason sintetizó cuatro cualidades indispensables para cualquier material destinado a restauración marina: seguridad ambiental, flexibilidad geométrica, presencia temporal y costo accesible. Xiriton las cumple con soltura. Su pH entre 8 y 9 evita las condiciones agresivas del hormigón tradicional, cuyo pH ronda 13 y puede ser hostil para organismos que intentan asentarse. Su estructura se moldea sin límites de forma, permitiendo diseñar geometrías que atenúen el oleaje. Su biodegradabilidad controlada elimina la necesidad de retirar restos a futuro. Y su fabricación a partir de pastos locales y minerales comunes lo hace escalable a gran escala sin requerir infraestructura pesada.

Estas características explican el creciente interés académico y práctico en el material. Para instituciones dedicadas a la restauración, como NIOZ o Van Hall Larenstein, Xiriton ofrece una alternativa viable a las estructuras rígidas y permanentes que dominan el paisaje costero.

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El salto hacia obras marinas de mayor escala

Tras el éxito en Yerseke, el equipo ya proyecta nuevas pruebas destinadas a evaluar cómo se comporta Xiriton en estructuras más grandes, incluyendo rompeolas de baja altura y escolleras híbridas. La idea es utilizarlo como base para “arrecifes en crecimiento”, donde el material guía la primera etapa del ecosistema y luego se retira de la escena de manera natural.

Este tipo de enfoque podría integrarse en estrategias globales de adaptación climática, donde la restauración de marismas y bancos de bivalvos se reconoce como una herramienta clave para reducir la energía del oleaje, mitigar inundaciones y generar hábitats valiosos para la biodiversidad. La visión es clara: defensas que se fortalezcan solas con el tiempo.

Repensar la construcción en un planeta alterado

Jim van Belzen, investigador senior del NIOZ, lo plantea sin rodeos: “El mundo construido ahora pesa más que toda la biomasa de la Tierra. Si realmente queremos reducir nuestra huella, debemos repensar radicalmente cómo construimos”. En su mirada, materiales biobasados como Xiriton no son simples alternativas, sino una necesidad urgente en un contexto donde la infraestructura debe dejar de ser una amenaza para los ecosistemas costeros.

Para Van Belzen, el futuro de la seguridad hídrica podría ser “más verde que la piedra y el hormigón”. Y aunque reconoce que la tecnología está en su infancia, también advierte que la biodiversidad no esperará a que los materiales convencionales se vuelvan compatibles con su supervivencia.

En las marismas de Yerseke, esos bloques porosos empiezan ya a contar esa historia: la de una ingeniería que, en lugar de luchar contra el mar, decide escucharle el pulso.

 
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