El costo que implica trasladar la producción al puerto resulta cada vez más elevado. Ahora bien, ¿por qué en lugar de seguir gastando en flete no apuntamos a la transformación en origen de nuestras materias primas?
En un mundo donde el cuidado ambiental es cada vez más importante, el viejo concepto de «agro» empieza a caducar. A decir verdad, hoy hablamos de «producciones biológicas sustentables» cuando nos referimos al «agro». Producciones biológicas que bien pueden ser la base de múltiples industrializaciones.
Siguiendo esa línea de pensamiento, lo agrario deja de ser estrictamente alimento, para empezar a ser también energía dominable y materia prima industrial. En ese sentido, ya no existe la «ruralidad» por si misma y en su lugar irrumpe una «ruralidad industrializada». El productor agropecuario deja ser solamente productor, para convertirse también en empresario industrial.
Frente a este contexto, es una realidad que bioeconomía se afianza como paradigma y como una eventual solución a los problemas ambientales causados por la industria de los plásticos y del petróleo. En otras palabras, el calentamiento global habilita a repensar nuevas fuentes de energía, que derivan del agro en gran parte.
Ahora bien, ¿estos nuevos derivados ponen en jaque el mundo de los alimentos? Definitivamente no. De hecho, en la mayoría de los casos, cuando le sumamos un nuevo uso a una materia prima, lo que estamos haciendo es aportar una solución y no un problema.
EL CASO DEL MAÍZ
Según los especialistas, la bioeconomía es el modelo de captura de energía libre reconvertida en biomasa, la cual puede industrializarse y recircular en un lapso compatible con la escala temporal humana. ¿Muy académica la definición? Pues bien. Veamos cómo se aplicaría en el caso del maíz.


