Al llegar a Richardton, un pequeño pueblo en las llanuras del norte de Estados Unidos, nada parece fuera de lo común. Tres silos grises, escaleras metálicas, estructuras de acero y un horizonte sembrado de maíz. Pero bajo esa escena anodina se esconde una infraestructura industrial que podría cambiar la forma en que se produce —y se concibe— la energía en el siglo XXI.
En este sitio, la empresa estadounidense Gevo produce etanol utilizando maíz como materia prima, como hacen cientos de destilerías en el país. Sin embargo, lo hace bajo un modelo totalmente distinto: captura todo el dióxido de carbono (CO₂) que se genera durante la producción y lo inyecta a más de 1.600 metros bajo tierra, en una formación geológica profunda. Y eso no es todo. Gevo está desarrollando una tecnología para transformar ese mismo etanol en combustible de aviación, con el objetivo de abastecer a una industria que necesita reducir emisiones con urgencia.
Qué hace Gevo y cómo funciona su modelo
Gevo Inc. es una empresa estadounidense que diseña soluciones de bioeconomía para el sector energético y del transporte. En su planta de Dakota del Norte, opera un sistema que transforma cada año unas 584.000 toneladas de maíz en aproximadamente 246 millones de litros de etanol, un alcohol que se utiliza como combustible renovable, especialmente mezclado con nafta.
A diferencia de una planta de bioetanol tradicional, Gevo incorpora desde el inicio un diseño industrial orientado a reducir la huella de carbono del producto final. El CO₂ que se libera durante la fermentación del maíz —habitualmente liberado a la atmósfera en otras plantas— se captura en el lugar y se almacena de forma permanente en el subsuelo. El sitio de inyección está ubicado dentro del mismo predio industrial, lo que evita transporte adicional por ducto o ferrocarril. Hasta el momento, Gevo ha logrado almacenar más de 500.000 toneladas de CO₂, y su sistema está habilitado para duplicar esa cifra anualmente.
Esta tecnología se conoce como captura y almacenamiento de carbono, o CCS por sus siglas en inglés. En términos regulatorios, posiciona a Gevo como la primera planta de bioetanol en Estados Unidos que opera un sistema de CCS con aprobación estatal integrada a su proceso productivo. Gracias a esto, la compañía accede a créditos fiscales federales (45Q), que otorgan hasta 85 dólares por tonelada de carbono capturado y almacenado.
No es solo etanol: el próximo paso es volar
Además de producir etanol de baja huella, Gevo trabaja en la implementación de una tecnología conocida como AtJ (alcohol-to-jet). Este proceso permite transformar el etanol en combustible de aviación sostenible, también llamado SAF. Aunque este tipo de combustible aún no se produce en la planta de Richardton, la compañía ha desarrollado una hoja de ruta para escalar su producción en los próximos años.
El SAF es uno de los componentes clave para reducir las emisiones del transporte aéreo, un sector responsable de cerca del 2,5% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Hoy, la mayoría del SAF comercial se produce a partir de aceites usados o grasas animales mediante otra tecnología llamada HEFA. Sin embargo, estas fuentes son limitadas, y la demanda de las aerolíneas supera ampliamente su disponibilidad.
“El camino más usado hoy para producir SAF es el uso de aceite vegetal, pero no alcanza. Las aerolíneas consumen más de 340.000 millones de litros de jet fuel por año, y ese número va a crecer”, explicó Alex Clayton, director de desarrollo comercial de Gevo. “Si queremos escalar, necesitamos rutas tecnológicas como AtJ, que aprovechan materias primas disponibles como el etanol”.
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¿Qué tan limpio es realmente este modelo?
Aunque la promesa es fuerte, el modelo de Gevo todavía enfrenta limitaciones. Según los datos publicados por CORSIA, el programa de reducción de emisiones para la aviación internacional, el SAF producido mediante AtJ en Estados Unidos tiene hoy una intensidad de carbono de 72,4 gramos por megajulio, apenas un 19% inferior al queroseno fósil tradicional.
Para reducir esa cifra —y que el nuevo combustible cumpla su objetivo climático— es necesario intervenir en todos los eslabones de la cadena. Esto implica reemplazar las fuentes de energía fósil utilizadas en el proceso industrial por alternativas como hidrógeno verde o electricidad renovable, y trabajar aguas arriba con los agricultores para que adopten prácticas agrícolas sustentables, como rotación de cultivos, reducción de fertilizantes y manejo regenerativo del suelo, algo habitual en América del Sur.
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Agricultura, blockchain y carbono negativo
Consciente de esa necesidad, Gevo ha incorporado una plataforma de trazabilidad basada en blockchain, que le permite seguir cada lote de maíz desde el campo hasta el biocombustible. Este sistema no solo verifica el origen y las prácticas agrícolas, sino que también permite calcular la huella de carbono exacta de cada unidad producida. En paralelo, la empresa ofrece asistencia técnica y financiamiento a los agricultores para mejorar sus prácticas y reducir emisiones desde el origen.
“La clave está en conectar lo que pasa en el campo con lo que pasa en la planta”, sostiene Erin Heitkamp, vicepresidenta de soluciones de carbono y SAF en Gevo. “Cuando se combinan agricultura sustentable, captura de carbono e innovación industrial, es posible incluso alcanzar valores negativos de emisiones”.
El mercado y la política: las otras condiciones del futuro
Más allá de lo tecnológico, el modelo de Gevo necesita estabilidad regulatoria. Hoy, gran parte de su viabilidad depende de incentivos fiscales federales, como los mencionados créditos 45Q y 45Z, que podrían verse afectados por cambios de gobierno. “La administración Trump no mostró interés en apoyar este tipo de combustibles, y las políticas cambian con frecuencia”, advirtió David Ripplinger, profesor de Economía Aplicada en la Universidad Estatal de Dakota del Norte. “Al final, será el mercado quien decida si el SAF despega”.
Por ahora, lo que ocurre en Richardton es más que una innovación tecnológica: es un ensayo en tiempo real de cómo la bioeconomía puede reconfigurar sectores enteros si se alinean política, ciencia y territorio. Allí, en una planta rodeada de maíz, cada tonelada de CO₂ enterrada y cada litro de etanol destilado abren una posibilidad: que el transporte del futuro se alimente no de fósiles, sino de agricultura, ingeniería y carbono capturado.


