sábado, diciembre 6, 2025
 

Confort sin derroche: cómo la madera se convierte en una solución térmica, rápida y sustentable para las viviendas del futuro

Con capacidad aislante superior, menor demanda energética, menor impacto ambiental y rápida ejecución, la construcción con madera busca posicionarse como un pilar de la transición hacia viviendas más sostenibles en Argentina.

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Cuando el calor abrasa el Litoral o los inviernos se hacen sentir en la Patagonia, la vida dentro del hogar depende de algo tan invisible como crucial: la temperatura interior. Mantenerla dentro de la llamada “zona de confort” —entre unos 20 y 25 grados, con una humedad relativa adecuada— no es solo una cuestión de bienestar, sino de salud, economía doméstica y sostenibilidad ambiental. En Argentina, donde calefaccionar y refrigerar representa el 40% del consumo energético residencial, el desafío va mucho más allá del termostato.

Con el gas natural dominando la matriz energética y la generación térmica, ese gasto energético se traduce directamente en emisiones de gases de efecto invernadero y en una presión constante sobre las infraestructuras. Además, esa energía cuesta: al Estado, que necesita con urgencia abordar obras de infraestructura demoradas por décadas y a los hogares, que enfrentan facturas crecientes en un contexto de ineficiencia estructural. La precariedad térmica no solo afecta la calidad de vida, sino que agrava las desigualdades sociales y multiplica los impactos ambientales.

Frente a este escenario, pensar en eficiencia energética ya no es una opción teórica, sino una necesidad urgente. Y en esa ecuación, donde confluyen la arquitectura bioclimática, el diseño urbano y los sistemas constructivos, la elección de los materiales adquiere un protagonismo decisivo. Es ahí donde la construcción con madera resurge, no como herencia del pasado, sino como una tecnología clave para el futuro.

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La madera como material estratégico: aislante natural y eficiente

La Federación Argentina de la Industria Maderera y Afines (FAIMA), entidad que agrupa al sector forestoindustrial, viene insistiendo en un punto clave: la madera tiene propiedades únicas que la convierten en un material ideal para construir viviendas energéticamente eficientes. No se trata de una afirmación retórica, sino de un dato técnico respaldado por la física de materiales.

Gracias a su estructura celular —compuesta por millones de pequeñas celdas llenas de aire—, la madera posee una muy baja conductividad térmica, lo que la convierte en un aislante natural tanto del calor como del frío. Comparada con materiales como el ladrillo o el hormigón, la diferencia es notable: mientras la madera presenta una conductividad de entre 0,10 y 0,20 W/m·K, el ladrillo oscila entre 0,39 y 0,80 W/m·K, y el hormigón puede superar los 2,50 W/m·K.

Este rendimiento térmico se traduce en resultados concretos. Un muro de madera de 100 milímetros de espesor ofrece una capacidad de aislamiento 3,6 veces superior a uno de ladrillo de 140 mm y hasta 5,7 veces más eficiente que uno de hormigón de 200 mm. En zonas climáticas con alta demanda térmica, esa diferencia puede significar un ahorro energético del 32% en climatización.

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Construcción con madera: menor impacto ambiental desde el origen

Pero la madera no solo ayuda a reducir el consumo energético durante el uso de la vivienda. También tiene ventajas significativas en la etapa de producción. La energía incorporada —es decir, la cantidad de energía necesaria para transformar la materia prima en material constructivo— es mucho menor en la madera que en materiales como el acero o el cemento. A esto se suma su capacidad de captura de carbono: los árboles absorben CO₂ durante su crecimiento, y ese carbono permanece almacenado durante toda la vida útil del producto maderero.

Si se gestiona bajo criterios de sostenibilidad forestal, la madera es un recurso renovable que permite reducir la huella ambiental de la construcción sin sacrificar calidad, resistencia ni durabilidad. Es una opción coherente con los compromisos internacionales de descarbonización y con las metas locales de transición energética.

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Velocidad, versatilidad y menor huella en obra

La eficiencia de la madera también se manifiesta en la obra misma. Las viviendas construidas con sistemas industrializados en madera pueden ejecutarse en plazos mucho más cortos que las construcciones tradicionales, con menores residuos, menor consumo de agua y una reducción considerable del impacto logístico.

Además, su adaptabilidad permite utilizarla tanto en entornos urbanos densos como en proyectos rurales, con posibilidades de diseño que van desde la arquitectura contemporánea hasta soluciones más tradicionales. Para FAIMA, esto convierte a la madera en una herramienta clave no solo desde lo técnico, sino también desde lo estratégico: una forma de construir más rápido, con menor impacto y con mejor calidad térmica.

“Construir con madera es una decisión inteligente para un futuro más eficiente, accesible y sustentable”, afirman desde la entidad.

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El rol del Estado: regulaciones para escalar el cambio

Para que estas ventajas puedan consolidarse y escalarse, es necesario que las políticas públicas acompañen. Desde FAIMA destacan la importancia de contar con normativas técnicas específicas para aberturas y envolventes construidas con madera, que permitan garantizar estándares térmicos, de seguridad y durabilidad.

En ese sentido, el Programa Nacional de Etiquetado de Eficiencia Energética de Viviendas (PRONEV), creado mediante las resoluciones 595/2024 y 129/2025, marca un avance sustancial. El etiquetado permitirá que cada vivienda pueda ser clasificada según su desempeño térmico, incentivando mejores prácticas constructivas y facilitando decisiones informadas tanto para quienes construyen como para quienes compran o alquilan.

“Estas soluciones permiten cumplir con las exigencias térmicas establecidas, pero además lo hacen con menor impacto ambiental y mejor calidad de vida para las personas”, remarcan desde la entidad.

Vivir en madera: confort, eficiencia y futuro

La construcción con madera no es una moda ni un nicho. Es una respuesta integral a un problema estructural: cómo mejorar el confort térmico de las viviendas sin seguir profundizando la dependencia energética ni el impacto ambiental. En un país con recursos forestales disponibles, industria instalada y necesidades habitacionales urgentes, optar por la madera es, cada vez más, una decisión sensata.

Porque construir mejor no implica solo ahorrar energía: significa pensar viviendas que cuiden a las personas y al entorno, que respondan a los desafíos del presente y que anticipen las demandas del futuro. Significa, en definitiva, apostar por una bioeconomía del hábitat. Una en la que vivir en madera ya no sea una excepción, sino una nueva normalidad.

 
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