jueves, noviembre 20, 2025
 

Le faltan las patitas… pero tiene la fórmula del biocombustible del futuro

Un grupo de científicos brasileños descubrió que el sistema digestivo de la cucaracha común podría ser la clave para producir energía limpia a partir de residuos agrícolas. Porque sí: la naturaleza tiene respuestas donde menos lo imaginamos.

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«La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar…»
Esta estrofa que todos cantamos alguna vez en nuestra infancia, con risa inocente y palmas en el aire, está por volverse científicamente incorrecta por culpa de unos investigadores brasileros. Estos cerebritos andan diciendo que la cucaracha no solo camina: también fermenta, degrada, extrae energía. En serio. La Periplaneta americana, esa que vive feliz entre cáscaras de fruta, cartón húmedo y el desprecio humano, podría tener la receta secreta para hacer biocombustibles más limpios y más baratos.

¿El truco? Está en las tripas. Literal.

Un grupo de científicos de la Universidad Federal de Río de Janeiro y la Universidad de São Paulo viene metiéndole lupa al sistema digestivo de este insecto desde hace más de una década. Lo que descubrieron es digno de un guión de ciencia ficción con sabor a caña de azúcar: las enzimas que usa la cucaracha para digerir celulosa son tan buenas que podrían reemplazar (y abaratar) procesos industriales enteros.

¿Y esto de dónde sale?

Vamos un paso atrás. Brasil lleva décadas apostando al etanol como combustible alternativo. Desde 1975, con la crisis del petróleo, empezó a reemplazar gasolina por alcohol producido a partir de caña. Hoy, ese etanol compite palmo a palmo con los combustibles fósiles, tanto en consumo como en política energética.

Pero no todo es color de caña. La producción tradicional deja toneladas de residuos: bagazo, vinaza, hojas, restos. Y aunque algunos se aprovechan, muchos otros se queman o se tiran. El gran sueño es el etanol de segunda generación, que se obtiene a partir de esos mismos residuos, sin necesidad de plantar más ni extraer más. Es como encontrar azúcar donde nadie la ve.

Y ahí es donde entra nuestra heroína de seis patas.

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Marcos Buckeridge, del Instituto de Biociencias de la Universidad de São Paulo, lo dice sin vueltas: “Brasil busca desde 2005 tecnologías para degradar biomasa y liberar el azúcar para producir etanol de segunda generación”. Pero producir las enzimas necesarias cuesta carísimo. Ahí fue cuando se les prendió la lamparita: ¿y si imitamos al bicho más resistente del planeta?

La cucaracha no solo sobrevive en cualquier basurero. Vive de eso. Come papel, madera, pelos, piel, comida podrida. Y su sistema digestivo —lo juran los investigadores— está armado como un reactor bioquímico de última generación. De hecho, junto con la termita, son las únicas criaturas que pueden degradar hasta un 90 % de la celulosa en menos de 48 horas.

En otras palabras: lo que a la industria le lleva días y millones, la cucaracha lo resuelve en su almuerzo.

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¿Por qué el bagazo?

El residuo más prometedor es el bagazo de caña, ese montón de fibras que queda después de exprimir el jugo. Hasta ahora, se usa como leña para calderas. Pero Ednildo Machado, el otro protagonista de esta historia, no se anda con vueltas: “Es una de las peores opciones económicas. Se quema el azúcar que es viable sacar del bagazo”.

En cambio, si se aplicaran las enzimas inspiradas en la cucaracha, ese mismo material podría liberar azúcares fermentables y convertirse en etanol. Y sin moverlo de lugar: “El bagazo ya está en las centrales, no hay que transportarlo”, aclara Machado. Pero esto no se queda en la caña: maíz, remolacha, cáscaras de fruta, todo sirve si tiene celulosa.

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Ciencia real, no una locura

Nada de esto es un experimento loco de pasillo universitario. En julio, el equipo publicó en la revista Bioenergy Research el artículo “Sugarcane bagasse Polysaccharides decomposition by the Cockroach’s digestive system”, donde explican con lujo de detalle cómo planean replicar el proceso digestivo del insecto y escalarlo a nivel industrial.

Y no se trata solo de enzimas. Buckeridge sueña con reactores que imiten los intestinos de insectos: flexibles, con movimientos peristálticos, y diseñados bajo principios de la biomimética. Una industria que copia lo que la naturaleza ya perfeccionó durante millones de años.

¿Y si no fuera tan asquerosa?

El bonus track es casi poético. Machado insiste en que hay que repensar el rol de los insectos urbanos. “En las ciudades, ayudan a reducir basura orgánica. Si no, ya estaríamos enterrados bajo nuestros propios residuos”, dice. Y no exagera: recolectar y disponer basura cuesta entre 40 y 80 dólares por tonelada. Cualquier proceso natural que ayude, suma.

Así que sí: esa cucaracha que aplastamos sin pensar, hoy nos mira desde el laboratorio con cara de “¿y ahora quién es el inútil?”. Porque si sus enzimas logran instalarse en la industria bioenergética, la canción infantil va a tener que cambiar.

Porque la cucaracha, lejos de haber perdido las patitas… marca el paso hacía una nueva generación de biocombustibles.

 
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