Una planta parecida a la caña de azúcar, pero con un destino radicalmente distinto, empieza a perfilarse como una de las apuestas más concretas para reemplazar al petróleo en su función más crítica: la de proveer combustibles líquidos. No se trata de una nueva tecnología, ni de una promesa a futuro. Es un cultivo en pleno desarrollo, con validaciones técnicas recientes que lo acercan al campo y a la industria. Se llama oilcane y fue diseñado desde la genética vegetal para producir, al mismo tiempo, lípidos aprovechables en la industria del biodiésel y biomasa lignocelulósica apta para generar bioetanol, un componente clave para la gasolina renovable.
No es una adaptación, ni un derivado. El oilcane no nació de una búsqueda de eficiencia sobre cultivos existentes, sino como una respuesta directa a una pregunta que la bioeconomía viene formulando con insistencia: ¿es posible reemplazar al petróleo con plantas diseñadas específicamente para alimentar esa transición?
Una caña energética con dos rutas posibles
El oilcane es, en apariencia, una variedad de caña de azúcar más. Pero internamente acumula lípidos en sus tejidos —grasas vegetales similares a las que se obtienen de la soja o la colza— con la particularidad de que lo hace en grandes volúmenes y en una planta perenne, cultivable a gran escala. Esa fracción oleosa puede destinarse a la producción de biodiésel o de diésel renovable mediante procesos industriales que ya existen.
Al mismo tiempo, los tallos del oilcane contienen una proporción elevada de lignocelulosa, un entramado estructural compuesto por celulosa, hemicelulosa y lignina. Esta biomasa, aunque resistente a la degradación, puede convertirse en etanol si se logra descomponer adecuadamente. El etanol, además de su uso directo como biocombustible, es un insumo fundamental para las mezclas con gasolina que se utilizan en casi todos los países con políticas activas de transición energética.
En resumen: una sola planta, dos cadenas de valor. Una que va hacia el diésel; otra, hacia la gasolina. Esa dualidad convierte al oilcane en un caso único dentro del panorama actual de cultivos bioenergéticos.
Un avance técnico clave: cómo convertir la biomasa en etanol
Si el oilcane destaca por su capacidad de generar aceites vegetales en sus tallos, su verdadero potencial como plataforma bioenergética se completa cuando también puede integrarse a los procesos industriales de producción de bioetanol. Esa posibilidad depende de una condición técnica exigente: que su biomasa lignocelulósica —una matriz estructural naturalmente resistente— pueda descomponerse de forma eficiente para liberar los azúcares que alimentan la fermentación alcohólica.
En esa etapa inicial, conocida como pretratamiento, se concentran muchos de los desafíos tecnológicos de los biocombustibles avanzados. La lignocelulosa está formada por celulosa, hemicelulosa y lignina, componentes que forman una estructura densa y rígida, diseñada por la naturaleza para resistir la degradación. Romper esa barrera sin generar residuos tóxicos ni obligar a incorporar etapas adicionales de limpieza es uno de los principales cuellos de botella de la conversión industrial de biomasa en etanol.
Con el objetivo de superar esa limitación, investigadores del Center for Advanced Bioenergy and Bioproducts Innovation (CABBI), junto al Joint BioEnergy Institute (JBEI) y el Great Lakes Bioenergy Research Center (GLBRC), llevaron a cabo un estudio colaborativo publicado en Sustainable Energy & Fuels. Allí demostraron que el oilcane puede procesarse industrialmente para producir etanol a partir de su biomasa mediante tres métodos de pretratamiento distintos.
CABBI ensayó una vía hidrotérmica basada exclusivamente en agua caliente o vapor, que permite ablandar la biomasa sin aditivos. GLBRC aplicó un pretratamiento con amoníaco, que altera químicamente la estructura vegetal. Y JBEI evaluó un proceso con líquidos iónicos, solventes especializados capaces de disolver la lignocelulosa. Lo central no fue solo la eficacia de cada técnica —algo ya conocido en escala de laboratorio—, sino que todas lograron producir bioetanol en condiciones industriales sin requerir una etapa posterior de detoxificación.
La detoxificación es un paso adicional que se suele aplicar para eliminar compuestos inhibidores generados durante el pretratamiento. Aunque necesario en muchos casos, representa una complicación operativa y económica. Haberlo evitado representa una simplificación técnica clave para que el oilcane pueda integrarse a escala comercial en las cadenas de producción de biocombustibles.
“Estamos evaluando el procesamiento de cultivos CABBI a una escala que realmente puede llevar a la comercialización del bioetanol y otros bioproductos”, explicó Vijay Singh, director del Integrated Bioprocessing Research Laboratory (IBRL) de la Universidad de Illinois. La investigación fue liderada por el posdoctorando Narendra Naik Deshavath, también integrante del equipo de Singh.
La revolución biotecnológica: cultivos con más aceite… y más proteína
De la hipótesis al despliegue: ¿cuán cerca está?
La validación técnica del oilcane como fuente de etanol lignocelulósico se suma a su ya documentada capacidad de producir aceites vegetales. Esto no solo consolida su condición de cultivo bioenergético dual, sino que lo posiciona como una solución operativa para abastecer dos de las principales corrientes del transporte sostenible: el biodiésel y la gasolina renovable.
Su diseño como cultivo energético primario —no como residuo ni subproducto— le otorga ventajas logísticas y agronómicas. Puede cultivarse en regiones con experiencia cañera, integrarse en sistemas agroindustriales existentes y ofrecer materia prima de carbono vegetal de forma directa, con ciclos productivos planificados y predecibles.
Para las refinerías que procesan biocombustibles, contar con una fuente vegetal que permita obtener simultáneamente aceites y etanol, con procesos técnicamente viables y sin etapas extra, representa una oportunidad concreta para diversificar su abastecimiento.
El oilcane no es una planta experimental ni una curiosidad genética. Es, hoy, una de las apuestas más articuladas para reemplazar al petróleo desde el campo, hoja por hoja, molécula por molécula. Y su validación técnica es el dato que le faltaba para pasar del diseño a la implementación.


