Cuando en noviembre los ojos del mundo se posen sobre Belém, la ciudad brasileña que será sede de la 30ª Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30), no solo se discutirá la urgencia climática. Por primera vez en la historia de estas cumbres, los biocombustibles se instalarán como uno de los ejes centrales del debate, prometiendo transformar no solo el modo en que producimos energía, sino también quiénes y cómo participan de esa transición.
El anuncio lo hizo Francesco La Camera, director general de la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA), quien adelantó que la próxima COP será un punto de inflexión en el tratamiento de los combustibles renovables. En declaraciones recogidas por Reuters, señaló que espera que la declaración final de la cumbre incluya un compromiso específico para cuadruplicar la producción de biocombustibles hacia 2035, así como metas claras para incorporar combustible de aviación sostenible en la matriz energética global.
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Los biocombustibles sostenibles —aquellos derivados de materias primas renovables como residuos agrícolas, cultivos energéticos o aceites usados— son vistos como una solución de transición clave para sectores difíciles de electrificar, como el transporte aéreo. A diferencia de los combustibles fósiles, emiten significativamente menos gases de efecto invernadero a lo largo de su ciclo de vida, siempre que se produzcan bajo criterios estrictos de sostenibilidad ambiental y social.
En este sentido, La Camera destacó que IRENA ha firmado un acuerdo de colaboración con la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), el organismo que regula el sector a nivel mundial, para fomentar el desarrollo y adopción de estos combustibles. La sinergia entre ambas entidades busca no solo acelerar la producción, sino también crear un marco regulatorio que permita a los países adoptar biocombustibles sin comprometer la seguridad alimentaria ni generar efectos indirectos negativos sobre el uso de la tierra.
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La relevancia de este anuncio se potencia al considerar los compromisos asumidos en la cumbre anterior, la COP28 celebrada en Dubái en 2023, donde más de cien países acordaron triplicar la capacidad mundial instalada de energías renovables para 2030. En ese entonces, los biocombustibles apenas lograron una mención marginal.
Ahora, en Belém, no solo se evaluarán los avances hacia esos objetivos —entre ellos alcanzar 11,2 teravatios de capacidad renovable global para fines de esta década—, sino que se sumarán metas específicas para fuentes como los biocombustibles líquidos, en una muestra de madurez del debate energético. Según las últimas estimaciones de IRENA, esa meta global está más cerca de lo que se creía: la brecha se redujo a solo 0,9 teravatios, una mejora considerable respecto a los 1,49 teravatios proyectados en 2023.
Energía renovable con rostro local
Pero la transición no se juega únicamente en laboratorios o despachos ministeriales. La Camera también subrayó que uno de los focos de la COP30 será explorar cómo las comunidades locales pueden participar directamente en los proyectos de energías renovables. Este enfoque apunta a democratizar los beneficios del cambio de matriz energética, promoviendo modelos de desarrollo inclusivo donde la generación distribuida, el empleo verde y la gestión comunitaria tengan un papel protagónico.
Brasil, país anfitrión y potencia en bioenergía, representa un escenario simbólicamente poderoso para este giro. Con décadas de experiencia en etanol de caña de azúcar y biodiésel, es uno de los pocos países capaces de mostrar en la práctica cómo una política pública sostenida puede convertir a los biocombustibles en un pilar energético. Que la COP30 se celebre en plena Amazonía —un territorio donde conviven biodiversidad, conflictos socioambientales y potencial bioeconómico— refuerza el mensaje: la transición energética no puede darse a espaldas de los territorios.
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Cuadruplicar la producción mundial de biocombustibles en una década no será tarea sencilla. Implicará inversiones millonarias, innovación tecnológica, nuevos marcos regulatorios y, sobre todo, una coordinación internacional que supere las asimetrías actuales en materia de financiamiento, transferencia de tecnología y acceso a mercados.
No obstante, si la COP30 logra inscribir esta ambición en su declaración final, se habrá dado un paso clave hacia una transición energética más diversa, resiliente y equitativa. Una transición donde los biocombustibles, hasta ahora actores secundarios, podrían comenzar a ocupar un rol estelar en el drama climático global.
Y todo eso, desde Belém, al borde de la selva, en la antesala de una década crítica.



