En las vastas planicies de Nebraska, donde el horizonte parece extenderse sin fin sobre un mar de maíz, un grupo de ingenieros y empresarios está escribiendo un capítulo que parece sacado de una novela de ciencia ficción. Allí, donde las plantas normalmente crecen para alimentar vacas, humanos o mercados internacionales, crecerá otra planta, esta vez industrial. Pero no cualquier planta. Una que, en lugar de emitir carbono, lo captura. Y con ese carbono… produce plástico.
No es un juego de palabras ni un truco de marketing. Es el plan concreto de Citroniq, una firma emergente que está reescribiendo las reglas de la industria de los polímeros. Con apoyo tecnológico de ABB, la histórica multinacional suiza líder en automatización y electrificación industrial, Citroniq construirá la primera planta a escala comercial del mundo dedicada a fabricar polipropileno 100% biogénico. Y lo hará usando etanol de maíz como insumo principal, un recurso local que hasta ahora no se imaginaba como materia prima para plásticos de alto rendimiento.
El plástico del futuro, sembrado en los campos
El polipropileno es uno de esos materiales invisibles que están en todas partes. En la jeringa de una vacuna. En la tapa de una botella. En el paragolpes de un auto o la envoltura de una barra de cereal. Su versatilidad lo ha vuelto indispensable, pero también parte del problema: su origen fósil y su huella de carbono lo convierten en un enemigo silencioso del clima.
Por eso, lo que propone Citroniq no es solo innovador. Es disruptivo. Su proceso, al que llaman E2O, transforma el etanol derivado del maíz en polímero puro, sin tocar una gota de petróleo. Pero no se detiene ahí. Gracias a un sistema de captura de carbono integrado, la planta almacenará tres millones de toneladas de CO₂ al año en forma de pellets sólidos, logrando un balance de carbono negativo. Es decir: fabricará plástico mientras reduce los gases de efecto invernadero en la atmósfera.
El cerebro de la operación: ABB y la automatización avanzada
Nada de esto sería posible sin una sinfonía perfecta de automatización, control y eficiencia. Es ahí donde entra ABB, que desplegará su tecnología ABB Ability™ System 800xA®, un sistema de control distribuido que conecta todos los nervios digitales de la planta. Desde la instrumentación de procesos hasta la electrificación, pasando por simulaciones digitales y servicios de ingeniería de precisión, el objetivo es uno solo: hacer que esta fábrica opere como un organismo inteligente, adaptable, ultraeficiente y seguro.
“Trabajamos con ABB desde el inicio por su liderazgo en automatización y su expertise. Son socios clave para hacer esto realidad”, aseguró Mel Badheka, presidente y cofundador de Citroniq. Desde ABB, Per Erik Holsten, presidente de la división Energy Industries, no oculta el entusiasmo: “Este proyecto representa exactamente hacia dónde queremos llevar a la industria: soluciones integradas para una infraestructura manufacturera de bajo carbono”.
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Un nuevo estándar para la industria de los plásticos
La planta de Nebraska es solo el primer paso de un plan mayor: una plataforma de tres plantas interconectadas que, una vez en operación plena, podrían reducir en un 20% las emisiones agregadas asociadas a la producción de polipropileno en Estados Unidos. El arranque está previsto para 2029, pero los cimientos —tanto técnicos como conceptuales— ya están firmemente asentados.
La elección de Nebraska no es casual. El etanol de maíz es una industria madura en la región, con cadenas logísticas consolidadas, disponibilidad de biomasa y una base agrícola acostumbrada a pensar en grande. El proyecto también tendrá un fuerte impacto en el empleo calificado, la reindustrialización verde y la autonomía productiva.
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¿Y si el futuro del plástico no es su desaparición, sino su reinvención?
Durante décadas, la narrativa ambiental sobre los plásticos ha sido una sola: reducir, reciclar, reemplazar. Pero el caso de Citroniq y ABB abre una nueva puerta. Una en la que el plástico no es necesariamente el villano, sino una pieza reformulada dentro de un sistema que capta carbono, no lo emite. Una en la que la agricultura no solo alimenta, sino también materia prima limpia para materiales de alta tecnología. Una en la que el cambio no llega desde Silicon Valley, sino desde el corazón agrícola de Estados Unidos.
Si el siglo XX fue el siglo del plástico hecho de petróleo, el XXI podría ser el siglo del plástico hecho de carbono capturado. ¿Ficción? Quizás. Pero también, como demuestra Nebraska, una posibilidad real, sembrada en maíz y cultivada con automatización.


