miércoles, noviembre 19, 2025
 

El desafío de reemplazar al plástico en el agro: el CONICET apuesta a los biopolímeros biodegradables

Desde envases que prolongan la vida útil de los alimentos hasta películas para horticultura, una iniciativa en San Luis busca reemplazar plásticos fósiles con materiales naturales y sostenibles

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Durante años, la revolución silenciosa de los polímeros invadió los rincones más imprevistos de la agroindustria. No se trató de una irrupción agresiva, sino de una colonización paulatina: el plástico fue desplazando al cartón, al vidrio, a los materiales naturales. Apareció en envases que extendían la vida útil de los alimentos, en bolsas de almacenaje para granos, en láminas que cubrían el suelo de los cultivos intensivos. Lo que comenzó como una solución eficiente terminó por generar un nuevo problema: residuos persistentes, no biodegradables, que hoy amenazan con saturar su propio ecosistema de origen.

Desde el Laboratorio de Membranas y Biomateriales del Instituto de Física Aplicada (INFAP), dependiente del CONICET y la Universidad Nacional de San Luis, un grupo de científicos argentinos trabaja para torcer ese rumbo. La misión es ambiciosa pero concreta: desarrollar polímeros biodegradables de origen natural que puedan reemplazar a los plásticos derivados del petróleo en aplicaciones específicas de la industria agroalimentaria. Lejos de intentar una sustitución total, el proyecto se enfoca en nichos donde el uso del plástico es intensivo y estructural, como los envases activos en alimentos frescos, las películas de mulching en horticultura, y los sistemas de liberación controlada de insumos en cultivos tecnificados.

Del laboratorio al cultivo intensivo

“La mayoría de los polímeros que usamos hoy provienen del petróleo, no son biodegradables y generan residuos de larga persistencia”, explica María Guadalupe García, investigadora del CONICET y una de las responsables del proyecto. Junto a su equipo, que dirige el doctor Nelio Ariel Ochoa, trabajan en extraer, caracterizar y diseñar nuevos materiales poliméricos a partir de fuentes naturales —como componentes de frutas, estructuras vegetales o biopolímeros animales— capaces de cumplir la misma función que sus equivalentes sintéticos, pero sin su costo ambiental.

Uno de los focos más prometedores del desarrollo es la producción hortícola intensiva. Allí, el uso de mulching plástico se ha vuelto una práctica habitual para controlar malezas, conservar humedad y aumentar la temperatura del suelo. “Estamos estudiando películas biodegradables que puedan cumplir ese rol agronómico, pero sin requerir recolección ni generar residuos contaminantes al final del ciclo productivo”, señala García.

Este tipo de materiales, diseñados para degradarse naturalmente tras cumplir su función, representan una alternativa real y de bajo impacto frente a los plásticos tradicionales que, tras su uso, se convierten en desecho persistente. En un país como Argentina, donde la horticultura representa un componente vital de las economías regionales, y donde muchas producciones intensivas carecen de infraestructura para una gestión eficiente de residuos plásticos, estos desarrollos pueden marcar la diferencia.

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Envases que conservan sin químicos

Pero la apuesta del equipo del INFAP no se detiene en el campo. En la industria alimentaria, los envases de plástico convencional también presentan desafíos ambientales y sanitarios. No solo por el residuo que generan, sino también por los aditivos químicos que requieren para conservar los alimentos: conservantes, aromatizantes, colorantes. El grupo BIOMAT investiga envases activos que, al estar compuestos por materiales biodegradables con propiedades funcionales, pueden interactuar con el alimento y prolongar su vida útil sin necesidad de agregados sintéticos.

“El primer gran beneficio es reducir la contaminación. Pero también apuntamos a que estos materiales sean funcionales: que un envase ayude a preservar un alimento sin químicos adicionales, o que una película agrícola permita controlar malezas sin aplicar herbicidas”, explica García.

Esta línea de investigación también incluye sistemas de liberación controlada de biofertilizantes, donde los materiales biodegradables actúan como matrices que regulan la disponibilidad de nutrientes o microorganismos beneficiosos en el suelo. Se trata de una herramienta valiosa para modelos de producción agroecológica o de bajo impacto, donde la eficiencia en la dosificación es clave.

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Cuarenta años de ciencia aplicada

El Laboratorio de Membranas y Biomateriales nació en 1983 bajo la conducción del científico José Marchese, pionero en el desarrollo de membranas para separación de compuestos en la industria. Con el tiempo, el grupo viró hacia soluciones con impacto social y ambiental directo, sin perder su base científica ni su orientación tecnológica. Hoy, el equipo multidisciplinario está compuesto por químicos, bioquímicos, ingenieros en alimentos, biólogos moleculares y especialistas en materiales, y articula investigaciones en purificación de agua, tratamiento de efluentes industriales, separación de principios activos para la industria farmacéutica, y más recientemente, desarrollos para el agro y la alimentación.

Entre los logros concretos se encuentra la firma de convenios de I+D con empresas como FluidsControl, así como proyectos de vinculación con el Estado, como el que llevó soluciones tecnológicas a contextos de vulnerabilidad social en San Luis.

A pesar de que muchos de estos desarrollos aún se encuentran en fase de investigación, el horizonte está claramente definido. “Queremos ver lo que hacemos en el laboratorio aplicado en las huertas, en los empaques, en los sistemas productivos reales”, asegura García.

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Biopolímeros para una bioeconomía

El trabajo del INFAP no propone volver a una agricultura sin tecnología, ni niega las ventajas que alguna vez trajeron los plásticos. Propone algo más difícil pero más valioso: rediseñar esas soluciones con una nueva lógica. Una lógica donde la eficiencia no esté reñida con el ambiente, donde el residuo no sea permanente, y donde los materiales se integren al ciclo de la vida en vez de interrumpirlo.

En un mundo saturado de microplásticos, en un país donde el agro es motor económico pero también fuente de desafíos ambientales, el desarrollo de polímeros biodegradables no es una excentricidad científica. Es una pieza necesaria de la transición hacia una bioeconomía que, esta vez sí, crezca con la naturaleza y no contra ella.

 
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