miércoles, octubre 8, 2025
 

Cómo ve la bioeconomía una de las voces más influyentes del G20 en temas agrícolas

Desde Wageningen University y el foro científico del G20, Hans van Meijl plantea que sin políticas integradas, modelos globales y participación local, la bioeconomía puede fallar en sus propios objetivos.

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Cada año, el G20 convoca a sus ministros de Agricultura, y junto a ellos, a un foro técnico menos conocido pero clave: el Meeting of Agricultural Chief Scientists (MACS). Allí, delegados científicos de los países miembro y observadores comparten estudios, delinean agendas comunes y abordan los desafíos más urgentes del sistema agroalimentario global. En la edición 2025, celebrada en Sudáfrica, uno de los cuatro temas principales fue la bioeconomía.

Por pedido de la presidencia sudafricana, la delegación de los Países Bajos se encargó de elaborar un documento técnico sobre el tema. La responsabilidad recayó en Hans van Meijl, economista especializado en modelos macroeconómicos aplicados a la bioeconomía circular y profesor en Wageningen University & Research (WUR). Desde ese rol, y con el respaldo técnico de una de las universidades más influyentes del mundo en agricultura y sostenibilidad, Van Meijl propuso una línea argumental clara: sin una mirada global, integrada y territorializada, la bioeconomía no puede cumplir su promesa.

Un enfoque más allá de las etiquetas

Para Van Meijl, reducir la bioeconomía a la producción de biocombustibles, materiales biobasados o sustitutos del plástico no solo es insuficiente: puede ser contraproducente si no se consideran los efectos indirectos. “La bioeconomía puede contribuir a la seguridad alimentaria, la biodiversidad, el empleo rural, la reducción de la dependencia fósil y la mitigación del cambio climático”, señala. “Pero si se la impulsa con un enfoque demasiado limitado, puede generar efectos no deseados”.

La clave, afirma, está en entender que toda decisión sobre biomasa implica intercambios. Usar más biomasa para fines industriales puede reducir su disponibilidad para alimentación o afectar el uso del suelo. Por eso, Van Meijl insiste en que cada estrategia debe considerar dónde cada kilo de biomasa genera el mayor valor social, y eso depende de múltiples factores: económicos, ambientales, culturales y geográficos.

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Diferencias regionales y efectos cruzados

Uno de los ejes de su presentación ante el MACS fue precisamente la necesidad de adaptar la bioeconomía a los contextos locales. “En África, las prioridades están centradas en la seguridad alimentaria y los ingresos rurales. En Europa, el eje suele ser la reducción de emisiones. En cada lugar, los objetivos cambian, y por eso las políticas deben diseñarse en función de esas realidades”, explica.

Pero al mismo tiempo, agrega, esas decisiones tienen impactos más allá de las fronteras. “Si un país reduce su producción agrícola o destina más biomasa a usos no alimentarios, eso puede aumentar la demanda en otro lugar y trasladar la presión sobre recursos naturales, precios o biodiversidad”, advierte. Para abordar ese nivel de complejidad, Van Meijl trabaja con modelos económicos globales que permiten simular políticas y anticipar consecuencias a escala internacional.

Desde comienzos de la década de 2000, cuando empezó a estudiar el impacto de los biocombustibles sobre el uso del suelo y los precios de los alimentos, Van Meijl fue afinando estos modelos para que incorporen las interdependencias entre comercio, suelo, empleo y medio ambiente. Hoy, esos modelos son la base de evaluaciones de impacto que alimentan decisiones políticas en Países Bajos y otros países.

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Evaluar antes de decidir

Para Van Meijl, la evaluación de impacto no debería ser un paso posterior a la implementación de políticas, sino una etapa previa y obligatoria. En Europa, comenta, ese tipo de análisis ya es requerido en muchos casos. En su visión, esa práctica debería extenderse a nivel internacional, sobre todo en temas de bioeconomía.

“El uso de biomasa tiene múltiples efectos, y no todos son previsibles a simple vista. Si estimulás un nuevo uso sin analizar bien los efectos secundarios, podés generar problemas donde no los había. Por eso trabajamos con modelos que integran múltiples variables y ayudan a tomar decisiones informadas”, señala.

Wageningen University, donde Van Meijl desarrolla su trabajo, tiene una fuerte tradición en ciencia aplicada a la política pública. En muchos casos, los estudios de su equipo sirven como insumo para estrategias nacionales, debates parlamentarios o evaluaciones internacionales. Esa conexión con la toma de decisiones es parte de lo que permite vincular el trabajo académico con problemas concretos.

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Participación local y diplomacia técnica

Pero la mirada global que propone Van Meijl no se limita al análisis técnico. También incluye un componente clave: el anclaje territorial y la participación de las comunidades en el diseño de las estrategias bioeconómicas.

“No alcanza con definir objetivos desde La Haya o Bruselas. Cada región tiene que decidir qué quiere lograr: más alimentos, más empleo rural, más biodiversidad, más biomasa… Cada objetivo implica decisiones distintas, y esas decisiones deben tomarse con las comunidades, no sobre ellas”, afirma.

En paralelo, destaca el rol que juega la diplomacia técnica para facilitar el intercambio de conocimientos y la cooperación internacional. En Sudáfrica, el equipo del Netherlands Agricultural Network (LAN) fue clave para preparar la participación neerlandesa en el MACS. La red LAN, compuesta por consejeros agrícolas en embajadas neerlandesas, articula encuentros con empresas, instituciones públicas y centros de investigación en países clave para la bioeconomía global.

Van Meijl participó de experiencias similares en Brasil e India, donde se organizaron simposios con actores locales. Según él, estos espacios son fundamentales para conectar capacidades científicas con necesidades reales, y para construir alianzas que respeten las prioridades de cada país.

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La integración como criterio, no como discurso

En su intervención en el MACS, Van Meijl sintetizó su planteo en tres ideas centrales:
pensar desde una visión holística y contextualizada, aplicar evaluaciones de impacto antes de implementar políticas, y construir estrategias que articulen lo local con lo internacional. Estas no son recomendaciones abstractas, sino una forma concreta de evitar errores que la bioeconomía —como toda política pública— no puede darse el lujo de repetir.

“La bioeconomía tiene el conocimiento, la tecnología y la motivación necesarios. Lo que necesitamos es actuar con inteligencia, entender las conexiones y aprovechar las oportunidades”, concluye.

 
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