Durante generaciones, el paisaje agrícola de Iowa ha sido sinónimo de abundancia: miles de hectáreas sembradas con maíz, cosechadoras trabajando al unísono, y una cadena productiva que convierte ese cereal en alimento, energía, químicos y exportaciones. Pero a partir del próximo año, uno de los residuos más ignorados de esa abundancia —los marlos de maíz— empezará a desempeñar un papel inesperado: servirán como materia prima para producir un fertilizante central para la productividad agrícola. La compañía SynGest Inc., con sede en San Francisco, construirá en Menlo la primera planta del mundo capaz de transformar biomasa en amoníaco anhidro, abriendo un nuevo capítulo en la diversificación sostenible del abastecimiento de insumos para la agroindustria.
Un fertilizante esencial, un mercado gigante
El amoníaco es el insumo base más importante de los fertilizantes nitrogenados, categoría que representa cerca del 60% del consumo mundial de nutrientes para cultivos. Según datos del International Fertilizer Association, el mercado global de fertilizantes superó los 180 millones de toneladas en 2023, con más de 120 millones de toneladas de amoníaco producidas anualmente, en su mayoría a partir de gas natural. En Estados Unidos, ese volumen alcanza las 18 millones de toneladas por año, consolidando al país como uno de los mayores productores y consumidores del mundo.
Su rol es irremplazable. Sin fertilización nitrogenada, la agricultura moderna no podría sostener los actuales niveles de rendimiento ni responder a la demanda alimentaria global. De allí que cualquier innovación en la forma de producir amoníaco no solo tenga un interés técnico o ambiental, sino estratégico. SynGest no propone reemplazar ese modelo, sino sumar una alternativa viable y territorialmente adaptada, especialmente para regiones donde la biomasa agrícola abunda y el acceso a fertilizantes está condicionado por la logística.
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De los marlos al nitrógeno: una tecnología disruptiva
La planta proyectada en Menlo transformará anualmente 150.000 toneladas de marlos de maíz —recolectados en un radio de 45 a 60 kilómetros— en 50.000 toneladas de amoníaco anhidro, suficiente para fertilizar cerca de 200.000 hectáreas de cultivos. Esta capacidad la posiciona como una instalación de impacto regional considerable, que podría ayudar a reducir la dependencia del amoníaco importado desde otras zonas del país, especialmente del Golfo de México, donde se concentra la producción tradicional.
El corazón de esta innovación es el sistema HarvestGas, una tecnología patentada por SynGest que permite gasificar biomasa con oxígeno en un lecho fluidizado expandido. El proceso genera una mezcla de hidrógeno y monóxido de carbono —con formación mínima de metano— que, tras una etapa de purificación y conversión, se transforma en amoníaco mediante reacción catalítica con nitrógeno. Tanto el oxígeno como el nitrógeno se obtienen en una unidad interna de separación de aire.
Jack Oswald, CEO de SynGest, explicó que el gasificador es una variante de los modelos industriales usados en gasificación de carbón, aunque adaptado para operar a menores temperaturas y presiones, lo que reduce costos de construcción. «Todo lo demás utiliza tecnología estándar ya probada en la industria, lo que minimiza riesgos técnicos», afirmó.
Escala logística, no industrial
La planta ocupará solo dos hectáreas del terreno adquirido en Menlo, mientras que el resto del predio —unas 30 hectáreas— se destinará al almacenamiento de biomasa. Lejos de la lógica de las megafábricas petroquímicas, este modelo está pensado para replicarse de manera distribuida, allí donde exista biomasa disponible en cantidad y densidad suficiente. “La escala de la planta está determinada por la logística de recolección, no por la capacidad técnica”, explicó Oswald.
Este diseño distribuido tiene además un beneficio ambiental: al reducir la distancia entre la producción del fertilizante y su aplicación en el campo, también disminuyen las emisiones asociadas al transporte y almacenamiento.
La sostenibilidad ya no se juega solo en el campo, sino en la cadena
Competitividad flexible y apoyo institucional
El costo del amoníaco de biomasa puede variar respecto del convencional según el precio del gas natural. En escenarios de gas barato, la opción fósil sigue siendo más económica. Pero cuando los precios energéticos suben o las regulaciones ambientales se vuelven más exigentes, el modelo de SynGest gana competitividad. Además, al producir cerca del punto de consumo, se reducen los costos logísticos, que representan una parte importante del precio final del fertilizante.
La empresa también evalúa acogerse al Biomass Crop Assistance Program (BCAP) del Departamento de Agricultura de EE.UU., que cubre hasta el 75% de los costos de implantación de cultivos bioenergéticos y brinda asistencia para recolección, almacenamiento y transporte. Las conversaciones iniciales con el USDA han sido positivas, lo que podría aportar un respaldo adicional al proyecto.
Con una inversión de 80 millones de dólares y negociaciones avanzadas con una gran firma agroindustrial para el suministro de biomasa y la comercialización del amoníaco, SynGest espera iniciar la construcción a fines de este año o a comienzos del próximo. El plazo estimado de obra es de 18 meses.
Una innovación para sumar, no para reemplazar
El proyecto de Menlo sintetiza una idea clave para la bioeconomía: no se trata de sustituir tecnologías, sino de sumar opciones sostenibles que respondan a los desafíos ambientales, logísticos y territoriales. El amoníaco seguirá siendo un pilar del modelo agrícola, y toda transición energética realista debe asumirlo como tal. Pero existen formas más limpias y locales de producirlo, especialmente si se aprovechan residuos agrícolas que, de otro modo, quedarían subutilizados.
Al cerrar el círculo entre producción, biomasa, fertilización y rendimiento, esta planta pionera no solo transforma marlos de maíz en insumos de alto valor, sino que también redefine el potencial de la agricultura como plataforma energética. Si el modelo se consolida, podría replicarse en otras regiones del mundo con condiciones similares, multiplicando su impacto y ampliando el horizonte de soluciones que la bioeconomía puede ofrecer.



