La Amazonía, ese inmenso pulmón verde que durante décadas ha estado en el centro de debates medioambientales, se propone ahora como motor de una bioeconomía moderna, regenerativa y profundamente arraigada en el saber ancestral de sus pueblos. Ya no se trata solo de conservarla como si fuese una postal estática, sino de ponerla en movimiento con ciencia, tecnología y una renovada visión de desarrollo sostenible. En ese espíritu, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA) presentaron en Roma, durante el Foro Mundial de la Alimentación, el ambicioso Programa de Inversión en Bioeconomía Amazónica.
El anuncio no fue una declaración más. Se trató de una convocatoria concreta a gobiernos, organismos multilaterales, bancos de desarrollo y actores del sector privado para movilizar nada menos que 70,3 millones de dólares con un objetivo claro: transformar los sistemas agroalimentarios de la región, generando ingresos sostenibles para las poblaciones rurales, fortaleciendo bienes públicos y promoviendo la trazabilidad de productos amazónicos mediante soluciones digitales de última generación.
Ciencia, innovación y pueblos indígenas: el trípode de una nueva economía forestal
Para FAO y OTCA, el camino hacia una bioeconomía amazónica viable y rentable solo es posible si se conjugan tres pilares fundamentales: la ciencia moderna, la innovación tecnológica y los conocimientos tradicionales de las comunidades indígenas. Así lo expresó Máximo Torero, Subdirector General y Representante Regional para América Latina y el Caribe de la FAO, quien advirtió: “La Amazonía debe desempeñar un papel central en la bioeconomía del futuro. Para lograrlo, debemos actuar mejor juntos, impulsando soluciones basadas en la ciencia, la innovación, la tecnología y el invaluable conocimiento tradicional”.
Vanessa Grazziotin, directora ejecutiva de la OTCA —organismo intergubernamental que reúne a Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela en la promoción del desarrollo sostenible de la Amazonía— reforzó la visión estratégica al señalar: “Lo que necesitamos es demostrar en cada uno de nuestros países y también colectivamente, que el bosque en pie tiene un valor significativamente mayor que el bosque talado. Para eso, debemos apostar con fuerza por la región, y eso significa invertir en ella”.
Trazabilidad, digitalización y acuerdos pesqueros: los ejes técnicos del programa
Entre los componentes clave del programa se destaca la creación de ecosistemas digitales para ampliar la trazabilidad de productos amazónicos. La trazabilidad no es un detalle técnico menor: permite certificar el origen sostenible de bienes como frutos nativos, maderas legales, fibras naturales o productos pesqueros, abriendo así oportunidades comerciales en mercados que exigen transparencia, certificación ambiental y comercio justo. Al integrar plataformas digitales con sistemas productivos comunitarios, se busca no solo mejorar el valor agregado sino también empoderar a los productores amazónicos frente a cadenas de valor globales.
Otra línea de acción estratégica es el fortalecimiento de los bienes públicos regionales, con foco en la pesca sostenible. Esto incluye el desarrollo de acuerdos regulatorios entre países amazónicos que permitan una mejor gestión de los recursos pesqueros, garanticen su conservación a largo plazo y generen condiciones más justas para la comercialización local e internacional.
La dimensión tecnológica del programa no se limita al monitoreo ambiental o a la certificación de origen. También se plantea como una herramienta de inclusión económica. Luiz Beduschi, oficial superior en Desarrollo Territorial de FAO para América Latina y el Caribe, explicó que “cuando pequeños productores tienen acceso a servicios digitales, los niveles de bancarización y formalización de la economía pueden aumentar hasta en un 20%”. No obstante, advirtió que esta transformación dependerá de cerrar la profunda brecha digital que aún persiste en muchas zonas rurales de la Amazonía.
Desde Belém hasta Bogotá: respaldo político y cooperación regional
El Programa de Inversión en Bioeconomía Amazónica no nace de la nada. Su estructura conceptual y diplomática se apoya en dos hitos recientes: la Declaración de Belém (2023) y la Declaración de Bogotá (2024), firmadas por los ocho países que conforman la OTCA. Ambos documentos sientan las bases para una gobernanza amazónica compartida, que pone en el centro a la sostenibilidad, el respeto a los pueblos indígenas y la reducción de las desigualdades sociales.
La propuesta fue diseñada con base en la iniciativa Mano de la Mano, impulsada por la FAO, que combina análisis geoespacial, datos biofísicos y estudios socioeconómicos para focalizar inversiones donde más impacto puedan generar. Con esta metodología, se estima que el programa podría alcanzar una tasa de retorno de inversión del 17,6% y beneficiar directamente a más de 14.500 personas en los territorios amazónicos.
Una región que convoca: diversidad de voces y agendas en común
La presentación del programa en Roma también sirvió como espacio de encuentro entre representantes estatales, organismos multilaterales y referentes del sector privado. Participaron Sergio Cusicanqui, ministro de Planificación y Desarrollo de Bolivia; Manuel Cacho Souza, embajador de Perú ante la FAO; y José Ricardo Sasseron, vicepresidente de negocios, gobierno y sostenibilidad corporativa del Banco de Brasil, quienes compartieron experiencias y políticas públicas orientadas a potenciar la bioeconomía amazónica desde sus respectivos países.
Un panel posterior reunió voces especializadas de distintas áreas. Estuvieron presentes Liz Lacerda (Fondo Vale), Júlio Alves (Instituto de Recursos Mundiales), Germán Otálora (Microsoft para América Latina y el Caribe), Silvana Pena (Ministerio de Producción, Comercio Exterior e Inversiones del Ecuador), Carina Pimenta (Ministerio de Medio Ambiente y Cambios Climáticos de Brasil), Jeniffer Mujica (embajadora de Colombia ante la FAO) y Ruy Pereira (Agencia Brasileña de Cooperación). En conjunto, exploraron el potencial transformador de una Amazonía que deja de ser frontera vulnerable para convertirse en epicentro de soluciones globales.
Una nueva narrativa amazónica: del extractivismo al valor regenerativo
El mensaje de fondo es contundente: la Amazonía no debe ser pensada como límite del modelo económico actual, sino como cuna de otro posible. Uno que respete su complejidad biocultural, que reconozca el rol central de las comunidades que la habitan y que apueste por tecnologías apropiadas al contexto. La FAO y la OTCA, con este programa, están poniendo sobre la mesa una hoja de ruta concreta para esa transición.
La bioeconomía amazónica ya no es solo una idea. Es una inversión en curso, una política en marcha y una narrativa en disputa. Y lo que está en juego no es solo el futuro de la selva, sino también el de una economía global que, por fin, empieza a entender que desarrollo y conservación no son caminos opuestos, sino interdependientes.


