viernes, noviembre 14, 2025
 

Ciencia, biodiversidad y mercado: Nueva Zelanda pone en marcha una plataforma de bioprospección para construir su bioindustria del futuro

El país oceánico transforma su biodiversidad en política económica, con un plan científico-comercial que busca generar exportaciones de alto valor basadas en compuestos naturales

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En la bruma de los bosques neozelandeses, donde conviven especies que no existen en ningún otro lugar del planeta, está naciendo una nueva forma de entender el desarrollo económico. No es una metáfora: es una estrategia. A partir de una decisión gubernamental, Nueva Zelanda acaba de lanzar su primera Plataforma Nacional de Bioprospección, una apuesta ambiciosa que busca transformar la riqueza biológica del país en el núcleo de una bioindustria exportadora, innovadora y sostenible.

El anuncio lo hizo el ministro de Ciencia, Innovación y Tecnología, Hon Dr Shane Reti, al confirmar una inversión pública de más de USD 24 millones para los próximos siete años. Con esta iniciativa, el país se propone dar forma a un ecosistema productivo basado en compuestos naturales de alto valor, con aplicaciones directas en los sectores farmacéutico, cosmético, alimentario y de materiales avanzados.

Pero detrás de la cifra, hay una visión: que la biodiversidad no sea solo una herencia natural, sino también un activo estratégico para construir una economía basada en conocimiento, ciencia y soberanía biológica.

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Qué es la bioprospección y por qué Nueva Zelanda la convierte en industria

La bioprospección es la búsqueda sistemática de compuestos bioactivos en la naturaleza. No se trata solo de recolectar especies, sino de analizar su composición molecular en laboratorios, identificar propiedades funcionales —como efectos antimicrobianos, antioxidantes o antiinflamatorios— y desarrollar con ellos productos innovadores, seguros y comercializables. Es, en cierto modo, hacer I+D con materia prima viva.

Lo que Nueva Zelanda está haciendo no es simplemente incentivar esta práctica: está institucionalizándola como política económica. Y lo hace con una lógica integral: ciencia aplicada, desarrollo industrial, alianzas público-privadas, articulación con comunidades maoríes y proyección global.

“Esta es una iniciativa de crecimiento económico”, afirmó el ministro Reti. “Nuestra biodiversidad nos permite desarrollar productos de clase mundial, generar empleo de calidad y posicionarnos en segmentos premium de los mercados internacionales.”

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Una plataforma para unir ciencia, industria y saberes originarios

El plan estará a cargo del recientemente conformado Bioeconomy Science Institute (BSI), una entidad seleccionada por su trayectoria en la comercialización científica y su capacidad para liderar programas multisectoriales de largo plazo. Su rasgo distintivo es la alianza estratégica con las comunidades maoríes, que no solo habitan muchos de los territorios donde se desarrolla esta biodiversidad, sino que aportan conocimientos tradicionales sobre el uso de plantas, hongos y especies nativas.

El BSI funcionará como un centro articulador: identificará oportunidades, liderará investigaciones aplicadas, realizará análisis de mercado, asesorará a empresas emergentes y establecerá rutas regulatorias para acelerar la llegada de nuevos productos al mercado. También se encargará de reducir riesgos para la inversión privada, apoyando startups y PYMEs en las fases más críticas de desarrollo tecnológico.

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El modelo de esta política no es teórico. Se inspira en un caso tangible: el de la miel de manuka, una variedad nativa que gracias a su fuerte respaldo científico y estrategia de posicionamiento logró convertirse en uno de los productos naturales más valiosos del país. En apenas una década, las exportaciones de miel se duplicaron, pasando de USD 187 millones en 2014 a más de USD 240 millones en 2025, impulsadas en gran parte por el éxito del manuka como producto premium.

La plataforma de bioprospección busca replicar ese recorrido —de la especie al mercado— con decenas de compuestos bioactivos actualmente sin explorar o subutilizados. En ese sentido, no solo se trata de ciencia aplicada, sino de estrategia industrial: cómo llevar una molécula descubierta en un helecho o un hongo a un frasco de cosmético, una cápsula nutracéutica o un biomaterial avanzado exportado a Asia o Europa.

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Una bioindustria con proyección internacional

Según proyecciones de mercado, los productos bioeconómicos naturales superarán los USD 300.000 millones en valor hacia 2027. Entre ellos, los fármacos naturales, los cosméticos biotecnológicos y los ingredientes funcionales son algunos de los segmentos con mayor crecimiento. Con esta plataforma, Nueva Zelanda no solo apunta a capturar una porción de ese mercado: quiere posicionarse como proveedor confiable, innovador y sustentable en un mundo que exige productos con trazabilidad, evidencia científica y origen ético.

Para eso, no basta con tener biodiversidad. Hay que tener también políticas públicas, ciencia de calidad, alianzas duraderas y visión estratégica. Y eso es precisamente lo que propone este plan.

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Parte de una ofensiva más amplia de transformación productiva

La Plataforma de Bioprospección se integra a una estrategia nacional más ambiciosa. En los últimos meses, el gobierno neozelandés comprometió inversiones por más de 40 millones de dólares para inteligencia artificial, otros 41 millones para materiales del futuro, 27 millones en becas para ideas innovadoras y 105 millones en programas de investigación avanzada. Incluso duplicó su apoyo al sector de videojuegos, otro rubro intensivo en conocimiento.

En este contexto, la bioprospección no aparece como una política aislada, sino como una pieza clave dentro de un plan para reconfigurar el perfil económico del país. Ciencia, innovación y tecnología son —en palabras del propio gobierno— uno de los cinco pilares de la estrategia Going for Growth, cuyo propósito es asegurar el liderazgo global de Nueva Zelanda en industrias de futuro.

De los ecosistemas al mercado: una nueva manera de crecer

Lo más valioso de esta propuesta quizás no sea la cantidad de fondos invertidos, ni siquiera el volumen de exportaciones que pueda generar. Lo transformador es el cambio de lógica: entender que los ecosistemas no son obstáculos al desarrollo, sino fuentes de valor; que la biodiversidad no es solo patrimonio natural, sino también potencial económico; y que la ciencia no está destinada a quedarse en los papers, sino a cambiar realidades concretas.

En un mundo que busca economías más resilientes, sostenibles y basadas en conocimiento, Nueva Zelanda apuesta por algo simple pero poderoso: mirar el bosque —literalmente— y ver en él no solo belleza, sino también oportunidad.

 
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