sábado, mayo 24, 2025
 

De la granja al parqué: la conexión oculta entre el baloncesto y la agricultura

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El mes de marzo es sinónimo de definiciones en la liga universitaria de baloncesto de Estados Unidos. La locura de la NCAA (March Madness) convierte cada partido en una batalla épica donde jóvenes promesas dejan el alma en la cancha en busca de la gloria. Pero detrás de cada drible y cada triple, en las historias de los jugadores, hay una conexión sorprendente con otro mundo que parece lejano, pero no lo es: la agricultura.

Puede sonar extraño, pero el baloncesto y la agricultura han estado conectados desde el inicio. James Naismith, el creador del deporte, creció en una granja en Ontario, Canadá, donde aprendió el valor del trabajo duro en el campo antes de idear un juego que revolucionaría el mundo. Su invención original utilizó cestos de duraznos, un guiño evidente a sus raíces rurales.

Más de un siglo después, esa conexión sigue viva. Como destaca Noah Rhlfing en Successful Farming, en la edición 2025 de la NCAA, varias figuras que hoy brillan en la cancha comparten un origen en el mundo rural. Son deportistas que no solo crecieron entre cultivos y animales, sino que llevan consigo los valores del campo: sacrificio, resiliencia y trabajo en equipo.

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La esencia del campo en la cancha

Uno de los casos más emblemáticos es el de Allison Weidner, base de la Universidad de Nebraska. Weidner creció en una granja en Humphrey, Nebraska.  Su estilo de juego, según ella misma define, es “grit y hardworking”, términos que bien podrían describir la vida en una granja. «Mi forma de jugar refleja mi crianza en el campo: soy aguerrida, trabajadora y me concentro en los pequeños detalles», afirmó en una entrevista con Big Ten Network.

Pero su conexión con el agro va más allá: en 2023 organizó una visita para sus compañeras a su pueblo natal, donde conocieron el día a día en una granja, aprendieron sobre producción lechera y hasta montaron a caballo.

A pesar de las lesiones que la han alejado de la cancha, su impacto en el equipo sigue intacto. Su entrenador destaca cómo su liderazgo y espíritu de sacrificio siguen moldeando la cultura del equipo, algo que seguramente aprendió en el campo.

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Georgia Amoore: del rancho de caballos a la NCAA

Georgia Amoore, estrella de la Universidad de Kentucky, trae una historia similar. Nacida en Ballarat, Australia, creció en una finca donde su madre rehabilita y entrena caballos de carreras. Su pasión por el deporte y los animales se combinó en un viaje que la llevó a miles de kilómetros de su hogar para jugar al más alto nivel del baloncesto universitario.

Cuando Amoore se trasladó a Kentucky, su madre expresó su emoción porque el estado es famoso por su cultura ecuestre, reafirmando el lazo entre deporte y campo.

Una filosofía de vida que trasciende el deporte

La historia se repite en el baloncesto masculino. Andrew Morgan, de la Universidad de Nebraska, creció en una granja en Waseca, Minnesota. Su conexión con la agricultura no es solo un recuerdo de infancia: estudia ciencias agrarias y planea volver a su granja cuando termine su carrera deportiva en la NCAA, continuando con la tradición familiar.

Otro caso similar es el de Will Tschetter, de la Universidad de Michigan. El alero pasó su infancia en la granja de sus abuelos en Minnesota y luego llevó su pasión por la tierra al siguiente nivel: es estudiante de ciencias ambientales con el objetivo de aplicar sus conocimientos a la agricultura regenerativa y la conservación de ecosistemas. Tschetter realizó una pasantía en un establecimiento de cría de bisontes en Montana, donde trabajó en proyectos para preservar el agua y restaurar el suelo.

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Valores compartidos: trabajo, sacrificio y estrategia

El vínculo entre la agricultura y el baloncesto va más allá del origen de algunos jugadores. Los valores que se aprenden en el campo –el sacrificio, la constancia, la planificación y la capacidad de superar adversidades– son los mismos que definen a los grandes atletas. En el campo, como en la cancha, no hay atajos: el éxito se construye con esfuerzo diario.

El baloncesto universitario en marzo nos recuerda que, así como una buena cosecha requiere paciencia y dedicación, los triunfos en la cancha dependen de la preparación y el trabajo en equipo. Y quizás, en algún punto, la bioeconomía también tiene algo en común con este espíritu: la innovación y el esfuerzo conjunto pueden llevarnos a resultados extraordinarios, tanto en el deporte como en la sustentabilidad.

Así que la próxima vez que veas un partido del March Madness, piensa en la historia detrás de cada jugador. Muchos de ellos no solo crecieron con una pelota en las manos, sino también con las manos en la tierra. Y quizás, sin saberlo, llevan al parqué la misma entrega con la que se trabaja el campo.

 
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