Durante años, la transición hacia una economía baja en carbono se percibió en la Argentina como una agenda lejana, más asociada a exigencias internacionales que a oportunidades concretas. Sin embargo, los proyectos de carbono —que permiten monetizar la captura o reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI)— están comenzando a cambiar ese paradigma.
Juan Pedro Cano, coordinador de la Mesa Argentina de Carbono, explica que más de 60 iniciativas están registradas en el país bajo distintos estándares internacionales. Si bien el número aún es bajo comparado con otras regiones (representan apenas el 0,5% del total global), Cano asegura que el potencial es colosal. «Sólo aplicando mecanismos de captura en el 10% de la superficie agropecuaria y forestal nacional, se podrían generar ingresos equivalentes a más de 7.000 millones de dólares en créditos de carbono».
Este artículo presenta en detalle los tipos de proyectos más desarrollados en Argentina y analiza algunos de los casos más representativos, seleccionados por su escala, diversidad geográfica y aporte innovador.
¿Qué es un proyecto de carbono y por qué hay un mercado que paga por ellos?
Un proyecto de carbono es una intervención concreta que permite evitar, reducir o capturar emisiones de GEI, y que es verificada por estándares internacionales para poder emitir créditos de carbono. Cada crédito equivale a una tonelada de dióxido de carbono equivalente (tCO₂e) que se dejó de emitir o que fue removida de la atmósfera.
Estos créditos pueden ser comercializados, y aquí es donde entra en juego el mercado de carbono. ¿Por qué existe? Porque no todas las empresas o países pueden reducir sus emisiones a cero de manera inmediata o viable. Actividades como el transporte aéreo, la siderurgia o ciertas industrias generan emisiones difíciles de eliminar por completo. En ese contexto, muchas compañías y gobiernos asumen compromisos de “carbono neutralidad” que combinan reducción directa con compensación.
La compensación ocurre cuando, en lugar de emitir una tonelada de CO₂ sin más, se financia un proyecto que evite o capture esa misma tonelada en otro lugar del planeta. Esto genera un equilibrio ambiental y económico: quien puede reducir más barato y de forma eficiente, lo hace y vende ese beneficio a quien no puede.
Este mecanismo existe tanto en mercados regulados (como el sistema de comercio de emisiones de la Unión Europea) como en mercados voluntarios, donde empresas deciden de forma proactiva compensar su huella por razones de reputación, presión de inversores o convicción ambiental. Multinacionales como Microsoft, Nestlé o Unilever son grandes compradoras de créditos en estos mercados.
Para que un proyecto sea elegible, debe demostrar que su impacto es adicional (es decir, que no hubiera ocurrido sin ese incentivo), debe garantizar permanencia (que el carbono no se reemita en el futuro), y debe ser verificable y trazable, mediante metodologías avaladas por organismos como Verra o Gold Standard.
Tipos de proyectos de carbono desarrollados en Argentina
Argentina ha comenzado a explorar con mayor fuerza tres grandes categorías de proyectos que generan créditos de carbono. Cada una responde a una lógica distinta de intervención sobre el territorio, con beneficios ambientales, sociales y económicos diferenciados.
REDD+: prevenir la deforestación con incentivos y monitoreo
Los proyectos de tipo REDD+ (Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación) tienen como objetivo evitar la pérdida de carbono almacenado en los bosques nativos. Para lograrlo, intervienen en territorios que se encuentran bajo amenaza de deforestación, ya sea por actividades legales —como permisos de desmonte otorgados para expansión agropecuaria— o por presiones ilegales, como la tala clandestina.
La lógica de estos proyectos parte de una pregunta clave: ¿qué sucedería en este territorio si no existiera el proyecto? Para responder, se establece una “línea base”, que es una proyección científica de las emisiones que se generarían si el bosque fuera efectivamente desmontado o degradado. Esa línea base se compara luego con lo que realmente sucede una vez que el proyecto entra en vigencia, permitiendo así calcular cuántas emisiones fueron efectivamente evitadas.
El mecanismo de prevención se basa en un conjunto de acciones estratégicas: en primer lugar, se asegura la conservación activa del bosque mediante la implementación de planes de manejo sostenible, patrullajes, delimitación del área protegida y, en algunos casos, restricciones voluntarias de uso del suelo por parte de los titulares de tierras. En muchas ocasiones, el proyecto detiene la ejecución de un permiso de desmonte previamente otorgado, compensando económicamente al propietario por no avanzar con la transformación del uso del suelo.
Además, se establece un sistema de monitoreo continuo, basado en imágenes satelitales, recorridas en campo y auditorías externas, que garantizan que la masa forestal se mantiene intacta y que no hay deforestación encubierta. Estos datos son fundamentales para validar periódicamente el impacto del proyecto y emitir los créditos de carbono correspondientes.
Pero el impacto de los REDD+ va más allá del carbono. Al evitar la deforestación, también se protege la biodiversidad local, se conservan servicios ecosistémicos esenciales como la regulación hídrica, la fertilidad del suelo o la polinización, y se promueven alternativas productivas más sostenibles para las comunidades que habitan o trabajan en el entorno del bosque.
En suma, un proyecto REDD+ no es simplemente una iniciativa para “no talar árboles”, sino un sistema integral de conservación financiado por el valor que tiene el carbono almacenado en la naturaleza.
ARR: capturar carbono plantando futuro
Los proyectos de tipo ARR —sigla en inglés de Afforestation, Reforestation and Revegetation— parten de una premisa sencilla pero poderosa: si los árboles capturan dióxido de carbono (CO₂) de la atmósfera para crecer, entonces plantar árboles es una forma directa de eliminar carbono y almacenarlo en la biomasa forestal.
Pero lo que parece simple en su lógica, requiere de una planificación compleja, monitoreo prolongado y rigurosidad técnica para que se transforme efectivamente en un proyecto que genere créditos de carbono reconocidos internacionalmente.
Un proyecto ARR puede aplicarse en superficies que han sido previamente deforestadas, degradadas por el sobrepastoreo o abandonadas tras un uso agrícola intensivo. También puede tratarse de campos marginales, sin actividad productiva actual, pero con potencial para desarrollar cobertura forestal. En todos los casos, se trata de introducir o recuperar vegetación leñosa de forma deliberada, con el fin de que esa nueva masa forestal capture carbono a medida que crece.
El proceso comienza con un diseño técnico: se seleccionan especies adecuadas (que pueden ser nativas o exóticas, según el objetivo), se definen densidades de plantación, se analizan las características edáficas y climáticas del sitio, y se establece un plan de manejo que permita asegurar la permanencia de la cobertura vegetal en el tiempo.
La captura de carbono ocurre a lo largo de décadas. A medida que los árboles crecen, acumulan carbono en sus tejidos —troncos, ramas, hojas y raíces— y también contribuyen a aumentar la materia orgánica del suelo. Para medir esa captura, se aplican metodologías que combinan modelos de crecimiento forestal, inventarios de campo y análisis de biomasa. La cantidad de carbono capturado se verifica periódicamente por entidades independientes, que garantizan la trazabilidad de los datos.
Los proyectos ARR pueden tener diferentes fines: algunos se enfocan en la restauración ecológica, buscando recuperar ecosistemas degradados mediante la reintroducción de especies nativas. Otros tienen un enfoque productivo, con plantaciones comerciales de rápido crecimiento (como eucaliptus o pinos), que pueden ser aprovechadas económicamente sin perder su capacidad de capturar carbono.
En ambos casos, los beneficios van más allá del carbono. La reforestación mejora la calidad del suelo, regula el ciclo hidrológico, evita la erosión, promueve la biodiversidad y genera empleo rural. Cuando se integran con actividades como el silvopastoreo, la apicultura certificada o la producción de biomasa, los proyectos ARR se convierten en verdaderos modelos de desarrollo sostenible.
En Argentina, existen experiencias significativas de este tipo en provincias como Corrientes, Misiones, Formosa y Chaco, donde se combinan plantaciones forestales con corredores de conservación y prácticas de manejo responsable. También hay proyectos pioneros en restauración de bosques nativos, especialmente en regiones del Chaco seco y la Mata Atlántica.
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ALM: cómo la agricultura también puede capturar carbono
Durante mucho tiempo, el debate climático se centró en los bosques. Pero en las últimas décadas, el foco comenzó a desplazarse hacia otro protagonista clave: el suelo. Los suelos bien manejados son capaces de almacenar enormes cantidades de carbono, particularmente bajo sistemas agrícolas y ganaderos que respetan los ciclos naturales, reducen disturbios y promueven la vida microbiana.
Los proyectos de tipo ALM (Agricultural Land Management) están diseñados justamente para eso: capturar carbono en el suelo o reducir las emisiones derivadas del manejo agropecuario. Y lo hacen no desde la reforestación, sino desde el corazón mismo de la actividad productiva.
En sistemas agrícolas, esto se traduce en la implementación de prácticas como la siembra directa combinada con cultivos de cobertura, que permiten mantener el suelo cubierto todo el año, favorecen la acumulación de materia orgánica y reducen la pérdida de carbono por oxidación. También se promueve el uso de rotaciones más intensas, con especies que fijan nitrógeno, disminuyendo así el uso de fertilizantes sintéticos y las emisiones asociadas.
En ganadería, el enfoque más difundido es el manejo holístico del pastoreo. Se trata de una técnica inspirada en la dinámica de los grandes herbívoros en la naturaleza, que alterna períodos de pastoreo breve e intensivo con largos descansos para permitir la regeneración de los pastizales. Este sistema favorece el desarrollo de raíces profundas, mejora la infiltración del agua y estimula el almacenamiento de carbono en la capa superficial del suelo.
Otros componentes clave en estos proyectos son la gestión eficiente del nitrógeno, tanto en la fertilización como en la alimentación del ganado, y la reducción de emisiones de metano entérico, que es uno de los principales gases de efecto invernadero emitidos por rumiantes. Mejoras en la digestibilidad de las dietas, la incorporación de ciertos aditivos o cambios en el régimen alimentario pueden contribuir significativamente a reducir esta fuente.
La medición de resultados en proyectos ALM es técnicamente desafiante. Requiere establecer una línea base que refleje las prácticas actuales del productor, tomar muestras periódicas de suelo, realizar análisis de laboratorio y aplicar modelos que integren datos productivos y climáticos. Pero cuando se hace bien, el potencial de escalabilidad es enorme.
Argentina, con su vasta superficie agropecuaria y una fuerte cultura técnica en el manejo de suelos, tiene una ventaja estratégica para liderar esta transformación. Existen iniciativas que ya están implementando estas prácticas en decenas de miles de hectáreas, en articulación con productores, cooperativas, empresas de tecnología agrícola y certificadoras internacionales.
Lo notable de los proyectos ALM es que no requieren dejar de producir, sino hacerlo de manera más inteligente, regenerativa y rentable. Por eso, se están consolidando como una de las apuestas más sólidas del país para participar en el mercado global de carbono sin resignar competitividad.
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Proyectos representativos de carbono en Argentina
Aunque Argentina cuenta con más de 60 proyectos registrados en mercados voluntarios de carbono, en esta sección se destacan algunos casos especialmente relevantes por su escala, su innovación metodológica, su diversidad territorial o por el valor que aportan como modelos replicables. Se trata de proyectos que se inscriben en las tres grandes categorías explicadas previamente: conservación de bosques nativos (REDD+), forestación o restauración (ARR), y manejo regenerativo de tierras agrícolas o ganaderas (ALM).
🟢 Proyecto Chaguaral – AIKE NBS (Salta)
Categoría: REDD+
Superficie: 5.000 hectáreas
Certificación: Verra (VCS y CCB)
Créditos esperados: más de 750.000
Ubicado en la provincia de Salta, dentro del ecosistema del Chaco seco, el Proyecto Chaguaral representa uno de los casos más emblemáticos de conservación forestal con impacto climático y social. Se trata de un predio de 5.000 hectáreas que contaba con un permiso de desmonte previamente autorizado por la autoridad ambiental provincial, lo que implicaba una transformación casi total de su cobertura boscosa para convertir el área en superficie agropecuaria.
El proyecto, impulsado por AIKE NBS, logró detener la ejecución del desmonte legalmente aprobado, firmando acuerdos con los titulares de la tierra para mantener intacta la masa forestal. A partir de allí se diseñó un esquema de conservación activa que incluyó monitoreo satelital, control territorial, delimitación de áreas sensibles y programas de educación ambiental en comunidades cercanas.
Chaguaral genera créditos de carbono certificados por Verra bajo el esquema VCS (Verified Carbon Standard), complementado con la certificación CCB (Climate, Community and Biodiversity), que valida que el proyecto no sólo evita emisiones, sino que también promueve beneficios ecológicos y sociales. Se espera que a lo largo de su vida útil, el proyecto genere más de 750.000 créditos de carbono verificables.
Además del impacto ambiental, Chaguaral promueve el desarrollo de actividades complementarias, como el ecoturismo, la recolección sustentable de productos forestales no madereros, y la formación de promotores ambientales locales, generando así un modelo de conservación con beneficios reales y tangibles para las comunidades del entorno.
🟢 Proyecto Vida Nativa – Nideport (Misiones)
Categoría: ARR – Restauración ecológica
Superficie: 23.000 hectáreas
Certificación: en proceso ante Verra
Mitigación esperada: 6 millones de tCO₂e en 40 años
En el corazón de la Mata Atlántica, uno de los ecosistemas más biodiversos y amenazados del planeta, se desarrolla el Proyecto Vida Nativa. Con una superficie de casi 23.000 hectáreas, este ambicioso plan de restauración busca recuperar gradualmente áreas degradadas mediante la reintroducción de especies nativas, el control de especies invasoras y la rehabilitación de corredores ecológicos.
El proyecto se basa en un enfoque integral que combina reforestación activa con estrategias de manejo del paisaje, promoviendo la conectividad entre fragmentos de bosque remanente y asegurando hábitats para especies clave. Además, pone especial énfasis en la participación de las comunidades locales, quienes no sólo son empleadas para las tareas de plantación y monitoreo, sino que también forman parte de los espacios de gobernanza del proyecto.
Actualmente en proceso de certificación bajo los estándares de Verra, Vida Nativa estima que podrá mitigar alrededor de 6 millones de toneladas de dióxido de carbono equivalente en sus primeros 40 años de ejecución. El proyecto incorpora además criterios de equidad de género, inclusión educativa y capacitación técnica, lo que lo posiciona como una referencia regional en restauración con justicia climática.
🟢 Proyecto Rewilding Gran Chaco – Greensur / Forest Defense (Salta)
Categoría: ARR – Reforestación con especies nativas
Superficie: 18.450 hectáreas
Certificación: en proceso ante Verra
Mitigación esperada: 7,7 millones de tCO₂e
En el noreste del municipio de Las Lajitas, provincia de Salta, se emplaza el Proyecto Rewilding Gran Chaco. Su objetivo central es revertir procesos de degradación sobre antiguos campos agrícolas y ganaderos, transformándolos progresivamente en hábitats funcionales que se asemejen al bosque chaqueño semiárido original.
El proyecto contempla la plantación de especies nativas seleccionadas en base a estudios ecológicos, combinadas con estrategias de exclusión del ganado, control de malezas invasoras y reintroducción de especies de fauna clave. A diferencia de las plantaciones comerciales, aquí no se busca aprovechar la biomasa con fines productivos, sino restaurar un ecosistema funcional que capture carbono y recupere biodiversidad.
Se proyecta que, una vez consolidado, el sistema forestal restaurado será capaz de capturar más de 7,7 millones de toneladas de CO₂ equivalente. El proyecto está actualmente en proceso de validación bajo el estándar VCS de Verra, con apoyo técnico de instituciones científicas y ambientales.
🟢 Proyecto Santo Domingo – GMF Latinoamericana (Corrientes)
Categoría: ARR – Forestación comercial sostenible
Superficie total: 3.405 hectáreas (2.430 ha de plantación efectiva)
Certificación: Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL – Protocolo de Kioto)
Créditos generados: 750.000
El proyecto Santo Domingo, en la provincia de Corrientes, es pionero en el país por ser el único proyecto forestal argentino aprobado bajo el Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL) del Protocolo de Kioto. Se trata de una plantación comercial de eucaliptus y pinos, iniciada en 2007, que combina criterios de productividad forestal con conservación y monitoreo ambiental.
De las 3.405 hectáreas totales del establecimiento, unas 2.430 fueron forestadas con especies seleccionadas, mientras que el 24% restante se destinó a la protección de bosques nativos, corredores ribereños, vertientes naturales y áreas de reserva. La planificación incluyó criterios de diseño paisajístico, conectividad ecológica y prevención de incendios.
El proyecto genera créditos por la captura de carbono a medida que crecen los árboles, los cuales son medidos mediante inventarios periódicos y modelos de acumulación de biomasa. A la fecha, ha generado más de 750.000 créditos verificados.
🟢 Proyecto de Forestación y Reforestación – UNITÁN (Chaco, Formosa y Corrientes)
Categoría: ARR – Forestación productiva y biodiversa
Superficie total: 3.000 hectáreas
Certificación: Verra (VCS)
Créditos certificados: 300.000
El proyecto desarrollado por la empresa UNITÁN abarca tres provincias del noreste argentino —Chaco, Formosa y Corrientes— y se basa en la plantación de especies forestales en tierras con aptitud forestal, combinadas con sistemas productivos complementarios. En total, se establecieron más de 4,5 millones de árboles sobre una superficie de 3.000 hectáreas, integrando especies nativas y exóticas, como el quebracho colorado y otras maderas valiosas.
Lo distintivo de esta iniciativa es su enfoque multifuncional: no sólo se busca capturar carbono, sino también generar madera de calidad, promover la apicultura certificada, desarrollar sistemas silvopastoriles adaptados al monte chaqueño y fomentar la producción de forraje y cucurbitáceas bajo sombra. Se trata de una propuesta donde conservación, producción y diversificación económica se articulan en un mismo espacio.
El proyecto obtuvo la certificación internacional bajo el estándar VCS de Verra en 2022, por la captura de 300.000 toneladas de CO₂ equivalente. Esto le permitió emitir igual cantidad de créditos de carbono, que pueden comercializarse en los mercados voluntarios. UNITÁN incorporó además mecanismos de seguimiento participativo con comunidades locales y actores institucionales, lo que aporta transparencia y legitimidad territorial.
Este caso demuestra que las plantaciones comerciales no están reñidas con la sustentabilidad, y que el carbono puede ser un incentivo para reconvertir tierras subutilizadas en paisajes funcionales y resilientes.
🟢 Programa POA – Ruuts (Patagonia argentina y chilena)
Categoría: ALM – Ganadería regenerativa extensiva
Superficie objetivo: 3 millones de hectáreas
Certificación: Verra (VCS)
Estado: validado y en expansión
El Programa POA, desarrollado por la empresa Ruuts, constituye el primer programa de carbono de ganadería regenerativa validado y registrado en Argentina bajo los estándares de Verra. Su escala es tan ambiciosa como necesaria: busca aplicar prácticas de manejo holístico del pastoreo en hasta 3 millones de hectáreas de campos ganaderos de la Patagonia argentina y chilena, una de las regiones más extensas y vulnerables del Cono Sur.
El eje técnico del proyecto se basa en el uso del pastoreo planificado como herramienta para regenerar suelos, detener la desertificación y aumentar la cobertura vegetal natural. Los productores reciben asistencia técnica para rediseñar el manejo de cargas animales, organizar los tiempos de pastoreo y descanso, y monitorear indicadores de salud del suelo, biodiversidad y biomasa.
Una de las fortalezas del programa es su enfoque colaborativo. Los créditos generados se distribuyen entre los productores participantes, permitiéndoles monetizar el valor ambiental de sus mejoras de manejo, sin necesidad de cambiar su actividad productiva principal. Así, el proyecto crea un nuevo flujo de ingresos rurales basado en servicios ecosistémicos.
La validación por parte de Verra permitió al Programa POA acceder a financiamiento climático, atraer alianzas internacionales y consolidarse como caso modelo para el desarrollo de otros programas similares en América Latina.
🟢 Programa de Cultivos Bajos en Carbono y Manejo de Pastizales – Carbon Group (Argentina)
Categoría: ALM – Agricultura extensiva y ganadería pastoril
Superficie objetivo: +160.000 hectáreas
Certificación: Verra (en proceso)
Mitigación esperada: hasta 2 millones de tCO₂e
El programa impulsado por Carbon Group busca incorporar a productores agrícolas y ganaderos de todo el país a un esquema de manejo mejorado de sus tierras, orientado a capturar carbono en el suelo y reducir emisiones asociadas a la producción de alimentos. Está dirigido principalmente a sistemas extensivos de agricultura (maíz, soja, trigo, girasol, algodón) y ganadería bovina sobre pastizales naturales o sistemas mixtos.
Las prácticas propuestas incluyen: uso eficiente de fertilización nitrogenada, incremento de cultivos de cobertura y de invierno, intensificación de rotaciones, siembra de especies fijadoras de nitrógeno, y mejora del manejo del pastoreo para aumentar la cobertura vegetal y reducir la fermentación entérica del ganado.
A través de estas mejoras tecnológicas, el programa estima que es posible capturar o evitar entre 0,5 y 3 toneladas de CO₂ equivalente por hectárea por año. Si se alcanzan las 160.000 hectáreas proyectadas, la mitigación total podría superar los 2 millones de toneladas. Actualmente se encuentra en proceso de certificación ante Verra.
El modelo de Carbon Group es altamente replicable y escalable, ya que se adapta a diferentes regiones, prácticas productivas y niveles tecnológicos. Además, promueve la articulación entre productores, técnicos, cooperativas y plataformas de medición digital, posicionando al agro argentino en la vanguardia de la agricultura climáticamente inteligente.
El carbono como una nueva forma de valor
Los proyectos de carbono no son sólo una herramienta ambiental. Son una nueva forma de entender el valor del territorio, de la producción y del ambiente. En lugar de castigar a quienes emiten, estos proyectos premian a quienes cuidan, regeneran o transforman positivamente su forma de producir.
Argentina tiene todo para jugar un rol protagónico en esta agenda: superficie, conocimiento técnico, ecosistemas diversos y una agroindustria innovadora. Lo que falta, muchas veces, es el impulso político, el marco regulatorio adecuado y el acompañamiento institucional para escalar estas experiencias.
Lo que está en juego no es solo una nueva fuente de ingresos. Es la posibilidad de reconfigurar la matriz productiva del país con criterios de sostenibilidad, abrir nuevos mercados, mejorar la resiliencia de nuestros sistemas y convertirnos en exportadores netos de soluciones al cambio climático.
El carbono, que alguna vez fue símbolo de contaminación, puede ser en Argentina el motor de una economía más regenerativa, inclusiva y conectada con los desafíos del siglo XXI.