Si uno camina por el predio de una planta de biogás, lo que verá son residuos transformándose en energía. Una coreografía de digestores, caños y motores convierte materia orgánica en metano renovable. Pero detrás de ese proceso circular y eficiente, hay un componente gaseoso que rara vez brilla: el dióxido de carbono.
Ese CO₂ no es deseado, pero es inevitable. Y en la mayoría de los casos, se libera a la atmósfera o se gestiona sin grandes beneficios. Hasta ahora, era apenas un subproducto con poco destino. Pero una propuesta tecnológica reciente podría reescribir su rol… y el de todo el negocio.
Tecnología de biogás que vuelve protagonista al CO2
Las plantas de biogás generan lo que se conoce como biogás crudo: una mezcla compuesta, según el tipo de residuo, por aproximadamente 55-65% de metano (CH₄) y entre 35% y 45% de dióxido de carbono (CO₂), además de pequeñas proporciones de vapor de agua, amoníaco o sulfhídrico.
Para que ese gas pueda utilizarse como biometano —una alternativa renovable al gas natural convencional— necesita ser purificado. Este proceso, conocido como upgrading, separa el metano del CO₂. El resultado es un gas de alta concentración de CH₄, apto para inyección en redes, compresión o uso como combustible vehicular.
Pero en esa separación, queda un residuo gaseoso que no siempre encuentra destino. Un caudal constante, disponible y subutilizado, que hasta hoy era visto como un pasivo ambiental o, en el mejor de los casos, como un insumo de bajo valor.
¿Y si ese CO₂ pudiera reconvertirse en algo más útil, más demandado… y mucho más rentable?
Un comodín industrial
Existe un insumo sólido, frío y versátil que es esencial para industrias que requieren temperaturas extremas, conservación sensible o procesos de limpieza libres de residuos. Su demanda crece a nivel global, impulsada por sectores como la logística farmacéutica, la biotecnología, la industria alimentaria y la limpieza técnica especializada.
Ese insumo es el hielo seco: dióxido de carbono en estado sólido, con la capacidad única de sublimarse —pasar de sólido a gas sin dejar líquido— y actuar como refrigerante o agente de limpieza en aplicaciones críticas.
Y lo más interesante no es lo que hace, sino dónde puede producirse.
Cold Jet, empresa líder en tecnologías de valorización de CO₂, propone una solución directa: instalar en las plantas de biogás un módulo autónomo que capte el CO₂ separado en el upgrading, lo licúe mediante un proceso físico controlado, y lo transforme in situ en hielo seco, listo para ser comercializado.
El corazón del cambio: una fábrica de hielo en un container
La tecnología se llama Dry Ice Production Hub. Es un sistema compacto, modular y de instalación rápida que Cold Jet diseñó específicamente para integrarse como complemento en plantas que ya realizan upgrading de biogás.
El funcionamiento es simple pero preciso: el CO₂ captado se comprime, se enfría hasta su punto de licuefacción y luego se expande en condiciones controladas, generando bloques o pellets de hielo seco. Todo esto ocurre dentro de un contenedor que se conecta sin modificar el diseño general de la planta.
No se requiere mano de obra adicional ni aditivos externos. El consumo energético es el más bajo del mercado por kilogramo producido, y el costo operativo por libra de hielo seco, también. Además, el sistema puede escalarse, adaptarse al crecimiento de la demanda e incluso conservar valor de reventa en el mercado secundario.
Cold Jet acompaña a cada planta no solo con la tecnología, sino también con inteligencia comercial: ayudan a identificar mercados locales, conectar con potenciales compradores industriales y estructurar nuevas rutas de distribución.
De no creer: el material más resistente del planeta se hace con aguas cloacales
Más que eficiencia: reconversión estratégica
“Estamos viendo cómo la bioeconomía se vuelve más inteligente. Este tipo de innovaciones permiten que sustentabilidad y rentabilidad dejen de competir y empiecen a colaborar”, resume Diego Loaiza, Director Global de Aplicaciones de Hielo Seco en Cold Jet.
Según sus datos, los ingresos por la venta de hielo seco pueden ser tres o cuatro veces superiores a los que se obtienen por vender CO₂ en forma líquida. Y lo más prometedor es la proyección: en Europa se espera que la demanda de CO₂ se multiplique por ocho hacia 2050; en Estados Unidos, el crecimiento anual ronda el 2%.
Pero más allá de los números, esta tecnología permite algo más profundo: que las plantas de biogás se transformen en nodos industriales capaces de ofrecer energía, insumos y soluciones. Que pasen de ser proveedoras de metano a protagonistas de una bioeconomía multifuncional.
En tiempos de transición energética, cada molécula cuenta. Pero a veces, el mayor valor no está en lo que se produce… sino en lo que hasta ayer se descartaba.


