En tiempos donde (para muchos, pero afortunadamente, no para todos) la electrificación se está instalando como la única senda permitida para una movilidad sustentable, un estudiante canadiense se atrevió a romper el molde, no con una startup ni una inversión millonaria, sino con una Harley-Davidson de 1999, un motor agrícola y aceite vegetal usado de los comedores universitarios. Suena a locura, pero es ciencia aplicada con sentido común. Suena a fritura, pero es una lección sobre emisiones, costos y realismo tecnológico. Y huele —literalmente— a papas fritas.
La historia ocurre en el campus de la Universidad de British Columbia (UBC), en Vancouver, Canadá. Allí, el joven Alexandre Jennison, estudiante de 22 años, se propuso demostrar que reducir la huella de carbono de una institución no necesariamente requiere descartar todo lo existente para reemplazarlo por soluciones de alta tecnología y elevado costo. A veces, basta con mirar el tacho de residuos de la cocina.
Una universidad decidida a electrificar, un estudiante que propuso otra cosa
La historia se inicia en un aula de ingeniería de UBC, una institución reconocida globalmente por su compromiso ambiental. Con metas estrictas de reducción de emisiones de CO2, la universidad había adoptado el camino dominante: electrificar completamente su flota vehicular. Esta estrategia, vista como incuestionable por muchos actores institucionales, se enfrentaba, sin embargo, a realidades prácticas que pocas veces figuran en los discursos públicos.
Jennison lo vio con claridad. Los quitanieves del campus deben operar sin descanso durante tormentas invernales. Los vehículos de emergencia necesitan estar disponibles de inmediato. Las baterías, en esas condiciones, pierden eficiencia, y los tiempos de carga no se condicen con las exigencias operativas. Además, un quitanieves eléctrico puede costar más del doble que su versión diésel sin contar los costos de mantenimiento, capacitación y reconversión de infraestructura.
Frente a este panorama, el joven ingeniero propuso una idea que desafiaba el paradigma dominante: impulsar los vehículos actuales con biodiesel fabricado con el aceite vegetal recuperado de los comedores universitarios. El residuo, que hoy representa un costo para la universidad, podría transformarse en una fuente local y renovable de energía. La propuesta fue aceptada dentro del curso, y pronto se transformó en una experiencia real con el respaldo de Hatch —la incubadora de innovación de UBC— y el sindicato estudiantil.
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BioMoto: una Harley experimental con un mensaje potente
Para demostrar que su propuesta no era solo una hipótesis, Jennison y un equipo de 10 estudiantes eligieron una Harley-Davidson Softail de 1999 como vehículo demostrador. Este modelo, al contar con motor y caja de cambios separados, permitía ser modificado sin alterar toda su arquitectura. Reemplazaron el motor original por uno diésel de tres cilindros fabricado por Kubota —conocido por su uso en maquinaria agrícola e institucional—, el mismo que impulsa parte de la flota 4×4 de la propia universidad.
El trabajo fue meticuloso. Durante 16 meses, el equipo ajustó engranajes, resolvió incompatibilidades, diseñó sistemas de calentamiento para contrarrestar la viscosidad variable del aceite en clima frío y convirtió lo que era un proyecto académico en una máquina funcional. La bautizaron BioMoto. No solo emite menos CO2 que una Harley convencional, sino que, como bromean sus creadores, también deja un rastro aromático similar al de una freidora industrial.
La BioMoto no es la primera máquina propulsada con biodiesel, ni siquiera la primera Harley modificada. Sin embargo, sí es la primera en presentarse como prueba de concepto de un modelo sustentable y replicable para entornos institucionales donde la electrificación no siempre es viable. Jennison cita como ejemplo los vehículos de emergencia y los quitanieves del campus, que requieren funcionamiento continuo y confiabilidad inmediata, dos aspectos donde los vehículos eléctricos aún enfrentan limitaciones importantes, especialmente en climas fríos.
Lo ecológico también puede ser económico
El análisis económico fue uno de los puntos fuertes del proyecto. Mientras que un quitanieves diésel cuesta alrededor de 220.000 dólares canadienses (unos 160.000 dólares estadounidenses), su versión eléctrica puede duplicar ese precio. A esto se suman los costos de repuestos, capacitación del personal y el rediseño completo del sistema logístico y de mantenimiento.
En cambio, usar biodiesel en los vehículos existentes implica una inversión significativamente menor. Además, los restaurantes del campus actualmente pagan por el retiro de ese residuo. Usarlo como combustible no solo reduce emisiones, sino que representa un ahorro económico concreto y una oportunidad de cerrar un ciclo local de recursos.
Próxima parada: Monterey Car Week
Jennison no piensa quedarse en el laboratorio. Su próximo paso es recorrer más de 1.200 millas con la BioMoto hasta llegar a Monterey Car Week, en California, uno de los eventos automovilísticos más importantes del mundo. En el trayecto visitará universidades como Washington, Oregon, Stanford, Berkeley, UCLA y USC, para presentar su caso, compartir su experiencia y, sobre todo, abrir una conversación que muchos consideran saldada.
Con una campaña de GoFundMe para financiar el viaje, el joven canadiense busca demostrar que la transición energética no tiene por qué implicar la destrucción de lo existente ni la dependencia total de tecnologías nuevas. Se puede avanzar también desde lo reciclado, desde lo local, desde lo ingenioso. Se puede reducir emisiones sin litio. Se puede innovar sin descartar.
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Más allá de la Harley: un manifiesto técnico y político
El mensaje de Jennison va mucho más allá de una motocicleta. Es un llamado a repensar los caminos de la transición energética desde una perspectiva sistémica y realista. A reconocer que hay múltiples tecnologías disponibles, que el aprovechamiento de residuos como el aceite vegetal tiene beneficios ambientales y económicos, y que las soluciones tecnológicas no son neutras ni universales.
En un mundo donde la electrificación se impone como discurso dominante —incluso en contextos donde su aplicación resulta inviable o insostenible—, la Harley que huele a fritura nos recuerda que las alternativas existen, aunque muchas veces no cuenten con el respaldo político o empresarial necesario. Y que la sostenibilidad, como la evolución, no sigue una única dirección: también puede implicar volver sobre lo conocido y usarlo mejor.
Quizás el futuro del transporte no dependa solo de nuevas baterías, sino también de la capacidad de volver a mirar lo que ya tenemos con ojos nuevos. Y en ese futuro, hasta una Harley de 1999 puede tener algo para decir.