En un laboratorio islandés, un equipo de investigadores transforma macroalgas en cremas capaces de proteger la piel frente a vientos polares y climas extremos. A más de tres mil kilómetros, en Italia, una joven empresa nacida en un centro de biotecnología marina cultiva microalgas para producir activos que frenan el envejecimiento y combaten la contaminación urbana. Estos ejemplos, reales y en expansión comercial, son apenas una muestra del potencial que la ciencia empieza a revelar: el mar es un reservorio de moléculas que pueden cambiar el rumbo de la industria cosmética.
Ese es el eje de la revisión más completa hasta la fecha sobre cosmética marina, elaborada por un consorcio internacional de científicos de Europa y América. El trabajo, publicado en ¡Science, analiza desde los organismos más diminutos, como bacterias y microalgas, hasta invertebrados complejos como medusas, corales o esponjas, y detalla compuestos con propiedades hidratantes, antioxidantes, antiinflamatorias, fotoprotectoras y regeneradoras. Lo hace en un contexto en el que la demanda de cosméticos naturales, libres de ingredientes sintéticos controvertidos y producidos de manera sostenible, crece a un ritmo sin precedentes.
El estudio señala que la verdadera ventaja de estos recursos no solo radica en su eficacia, sino en su origen: al provenir del medio marino, no compiten con cultivos agrícolas ni con recursos destinados a la alimentación. Además, muchos pueden cultivarse o producirse de forma controlada mediante biotecnología, reduciendo la presión sobre los ecosistemas y garantizando trazabilidad.
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Del océano al laboratorio: ciencia y tecnología al servicio de la belleza
El paso de una molécula marina a una crema o sérum listo para el consumidor implica mucho más que su extracción. En la mayoría de los casos se recurre a cultivos controlados —en fotobiorreactores para microalgas o en biorrefinerías para macroalgas— y a procesos de purificación que preservan la actividad biológica del compuesto. Este enfoque permite obtener ingredientes en cantidades industriales y con calidad constante, algo fundamental para la seguridad y eficacia cosmética.
La revisión destaca la importancia de la biorrefinería marina como modelo de aprovechamiento integral. En lugar de extraer un único compuesto, se procesan todas las fracciones de la biomasa: pigmentos y polisacáridos para cosmética, proteínas para alimentación funcional o suplementos, e incluso residuos para producir bioplásticos. Este enfoque circular maximiza el valor económico y minimiza los residuos, alineándose con los principios de la bioeconomía azul.
Ingredientes que ya marcan tendencia
Entre los activos más prometedores figuran el colágeno de medusa, cuya estructura es tan similar a la del colágeno humano que se integra fácilmente en la dermis, mejorando la elasticidad y la hidratación, y ofreciendo protección frente al daño solar. También destacan las micosporinas (MAAs), moléculas presentes en corales y algas rojas que absorben radiación UV y actúan como filtros solares naturales sin el impacto ambiental asociado a algunos filtros químicos. Desde el mundo microbiano, bacterias halladas en fuentes hidrotermales producen exopolisacáridos con capacidad para estimular la síntesis de colágeno y reducir arrugas, probados ya en formulaciones antiaging de alta gama.
A esto se suman polisacáridos de algas pardas, como los fucoidanos, que favorecen la regeneración celular y mejoran la elasticidad cutánea; carotenoides como la astaxantina, con potente acción antioxidante; y aceites ricos en ácidos grasos poliinsaturados obtenidos de traustochytrids, microorganismos marinos que producen omega-3 en concentraciones superiores a las de muchas fuentes terrestres.
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Casos reales que anticipan el futuro
Las experiencias ya en marcha refuerzan la visión del estudio. En Islandia, el desarrollo de una línea de cremas con macroalgas locales combina conocimiento científico y tradición pesquera, y se adapta a las condiciones climáticas más severas. En Italia, la spin-off que cultiva microalgas ha logrado convertir una investigación universitaria en una línea de productos antiaging y antipolución con presencia en el mercado europeo. Otro caso documentado es el uso de proteínas marinas para elaborar cosmecéuticos de alto rendimiento, orientados a consumidores que exigen eficacia clínica, sostenibilidad y ausencia de ensayos con animales.
Estos proyectos no solo validan la viabilidad técnica y comercial de la cosmética marina, sino que también muestran que la cadena de valor puede repartirse entre investigación, producción y desarrollo local, generando empleo especializado y posicionando a las regiones costeras como polos de innovación.
Un horizonte azul para la cosmética global
El estudio concluye que la integración de ingredientes marinos en cosmética es mucho más que una tendencia: es una estrategia para diferenciar productos en un mercado saturado y responder a una demanda social creciente de sostenibilidad. Sin embargo, advierte que aún hay retos por resolver: desde armonizar normativas internacionales hasta optimizar procesos para reducir costes y asegurar la escalabilidad sin comprometer el medio marino.
Para la bioeconomía azul, la cosmética representa un sector con retorno rápido y alto valor añadido, capaz de financiar investigación y abrir puertas a otras aplicaciones biomédicas y nutracéuticas. Bajo la superficie, los océanos ya no son solo un paisaje; son, como señala esta investigación, el mayor laboratorio natural para diseñar la cosmética del futuro.