Cada 18 de agosto se celebra el Día Internacional de la Prevención de Incendios Forestales, una jornada que trasciende el calendario para convertirse en un llamado a la acción colectiva. En Argentina, la fecha fue aprovechada por la Asociación Forestal Argentina (AFoA), entidad que promueve el desarrollo sustentable del sector forestal, y por la Red de Manejo de Fuego Rural, espacio que reúne a múltiples actores públicos y privados involucrados en la gestión del riesgo de incendios. Ambas organizaciones difundieron un mensaje contundente: la prevención es una tarea urgente que no puede depender solo del Estado ni de los cuerpos de bomberos. El fuego es indiscriminado, pero su impacto puede minimizarse si asumimos la responsabilidad entre todos.
Un cambio de paradigma en la prevención de incendios forestales
Durante décadas, el combate al fuego estuvo centrado en la etapa de supresión, es decir, en la extinción directa del incendio. Sin embargo, expertos del sector forestal insisten en que esta lógica debe cambiar. Según la Red de Manejo de Fuego Rural, la extinción debería representar apenas un 20% del esfuerzo total. El 80% restante debe orientarse a la prevención y a las acciones posteriores, en un enfoque integral que contemple el antes, el durante y el después del evento ígneo.
Esa mirada estratégica involucra tres etapas clave: la prevención, que busca reducir el riesgo y evitar que se inicie el fuego; la presupresión, que se encarga de la preparación y vigilancia permanente; y la rehabilitación, que apunta a la recuperación del ecosistema y al aprendizaje institucional tras cada incendio. Solo así, aseguran desde AFoA, se podrá contener la creciente amenaza de los incendios forestales, que cada año arrasan miles de hectáreas, afectan la biodiversidad, comprometen los medios de vida rurales y agravan la crisis climática.
Prevención: cuando la conciencia vale más que el agua
La etapa más crucial de todas es también la más silenciosa: la prevención. Aquí el rol de la ciudadanía es central. Las principales causas de incendios en zonas rurales y forestales no son fenómenos naturales, sino descuidos humanos: colillas mal apagadas, fogatas fuera de control, quemas de basura, cazadores furtivos que usan fuego para detectar animales o líneas eléctricas invadidas por vegetación seca. En regiones como el Delta del Paraná o la Mesopotamia argentina, estos factores han sido determinantes para la propagación de focos ígneos en los últimos años.
Por eso, AFoA y la Red insisten en incorporar la educación ambiental desde la infancia. La prevención, explican, comienza en la escuela, pero debe extenderse a cada fogón, cada banquina, cada actividad que implique riesgo. No alcanza con saber qué no hacer: hay que actuar rápidamente si se detecta humo, respetar las regulaciones locales, y denunciar cualquier actividad peligrosa. La cultura de la prevención debe ser una construcción colectiva y permanente.
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Presupresión: la tecnología al servicio del territorio
Si la prevención es cultural, la presupresión es técnica. Esta etapa contempla todas las acciones necesarias para estar listos antes de que el fuego aparezca. Detección temprana, planificación territorial, infraestructura adecuada y gestión del combustible son algunos de los pilares fundamentales. Los Consorcios de Manejo del Fuego —integraciones público-privadas presentes en varias provincias argentinas— son ejemplos exitosos. Utilizan cámaras de videovigilancia, imágenes satelitales, torres de observación y herramientas de inteligencia artificial que permiten actuar en los primeros minutos, cuando un foco aún puede ser contenido sin grandes recursos.
Asimismo, el manejo de combustibles es decisivo. Las quemas controladas, la limpieza de pastizales, el mantenimiento bajo líneas de alta tensión o en las banquinas de rutas y vías férreas son tareas imprescindibles para evitar que un pequeño incidente derive en un desastre. La experiencia demuestra que muchos de los incendios que arrasaron miles de hectáreas comenzaron como fuegos pequeños en lugares mal mantenidos.
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Interfases: cuando el fuego toca la puerta de casa
El avance de las urbanizaciones sobre territorios rurales o forestales dio origen a un nuevo desafío: los incendios de interfase. Estos eventos se producen en la frontera entre lo urbano y lo natural, y su complejidad radica en la cercanía de viviendas, rutas, escuelas y actividades productivas. Allí, un incendio no solo amenaza a los ecosistemas, sino también a la vida humana y a la infraestructura crítica.
Para enfrentarlos, los especialistas proponen integrar cortafuegos en los planes de ordenamiento territorial, crear campañas de concientización específicas y equipar a las comunidades con sistemas de alerta temprana. En estas zonas, la rapidez de la respuesta puede marcar la diferencia entre una evacuación segura o una tragedia.
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Rehabilitación: el aprendizaje que nos prepara
Después del incendio, comienza una etapa igual de importante que las anteriores: la rehabilitación. No se trata solo de reforestar o recuperar suelos, sino también de evaluar qué falló, qué funcionó y qué puede mejorarse. La memoria del fuego debe convertirse en insumo para diseñar mejores políticas, capacitar equipos y ajustar protocolos. Cada temporada trae sus propios desafíos, pero también sus enseñanzas.
Un mensaje que no puede esperar
“La prevención está en nuestras manos”, repiten desde la Red de Manejo de Fuego Rural. El llamado es claro: no podemos ser espectadores pasivos. En un contexto de cambio climático, donde los eventos extremos se vuelven más frecuentes y severos, gestionar el riesgo de incendios no es opcional. Es una obligación ética, social y ambiental. Y empieza con pequeños gestos: una colilla apagada, una llamada a tiempo, un cartel respetado. Porque cuando el fuego llega, ya es tarde para preguntarse qué podríamos haber hecho.