viernes, octubre 31, 2025
 

La brújula verde de Europa bajo fuego: gigante forestal sueco cuestiona el rumbo de la Nueva Estrategia de Bioeconomía de la UE

La bioeconomía, la herramienta que la Comisión Europea abraza para el crecimiento y la autonomía del bloque corre el riesgo de naufragar si ignora la madera sostenible y los alimentos, dijo el CEO de SCA, el mayor propietario privado de bosques de Europa.

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Durante siglos, Europa vivió de lo que crecía sobre su suelo. La madera fue su fuente de energía, su refugio y su sustento: sirvió para construir barcos, levantar ciudades y alimentar las primeras industrias. La economía, antes de ser fósil, fue biológica.
Hoy, en plena transición verde, el continente se enfrenta a una paradoja: mientras busca abandonar los combustibles fósiles, algunas de sus propias políticas corren el riesgo de dejar fuera los recursos renovables que podrían hacer posible esa transformación.

Esa es la preocupación que plantea Ulf Larsson, presidente y CEO de Svenska Cellulosa Aktiebolaget (SCA) —la mayor propietaria privada de bosques en Europa—, en una columna publicada en EUobserver titulada “Back to the future: the European biocircular economy”. Su mensaje, más que un reclamo sectorial, es un llamado a revisar la lógica misma con la que Bruselas está diseñando su nueva Estrategia Europea de Bioeconomía.

La Comisión Europea se encuentra en pleno proceso de actualización de esa estrategia, que es la hoja de ruta que define cómo aprovechar los recursos biológicos —desde cultivos, bosques y residuos orgánicos hasta microorganismos o algas— para producir alimentos, energía, materiales y productos químicos. La primera versión se lanzó en 2012 y fue revisada en 2018. Ahora, tras más de una década de cambios tecnológicos y geopolíticos, Bruselas quiere reformularla desde sus cimientos y vincularla directamente con las grandes transformaciones económicas del bloque.

Esta nueva versión estará integrada a tres pilares de la política económica europea: el Clean Deal Industrial, orientado a reindustrializar Europa con tecnologías limpias; la Brújula de Competitividad, que fija los objetivos productivos y tecnológicos para 2030; y la Visión para la Agricultura y la Alimentación, que apunta a transformar el sistema agroalimentario hacia modelos más resilientes e innovadores.
La intención es clara: dejar atrás la visión de la bioeconomía como una política de nicho y convertirla en un eje estructural del crecimiento europeo. La sostenibilidad seguirá siendo el criterio rector, pero entendida ya no como una barrera, sino como un resultado del desarrollo industrial.

Desde hace varias semanas, la Comisión viene organizando una serie talleres temáticos con gobiernos, empresas, universidades y centros de investigación para definir el alcance final del documento. En esos encuentros se discuten cuestiones centrales como la ampliación del financiamiento a las pymes biotecnológicas, la eficiencia en el uso de biomasa, los estándares de sostenibilidad y el acceso a materias primas tanto dentro como fuera de Europa.
El borrador final será presentado hacia fines de 2025, y su implementación será monitoreada por el Centro de Conocimiento para la Bioeconomía, que también realizará una evaluación de impacto entre cuatro y seis años después de su entrada en vigor.

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El reclamo de Larsson: una bioeconomía completa o una política vacía

Larsson celebra que Europa haya reconocido el valor estratégico de la bioeconomía, pero advierte que el borrador actual de la Comisión deja fuera sectores clave como la energía, los alimentos, los productos farmacéuticos o el cuidado personal. Esa exclusión no es un detalle administrativo: significa que buena parte de las actividades que utilizan biomasa quedarían al margen de los fondos de innovación, los incentivos verdes y los marcos regulatorios favorables que la nueva estrategia impulsará.

En su visión, Europa está construyendo una bioeconomía fragmentada, donde cada área —bioplásticos, textiles sostenibles, bioproductos— avanza por separado, sin integración industrial ni visión de conjunto. “Una bioeconomía amputada no generará innovación ni inversión”, advierte. “Solo agregará más burocracia a un sistema ya saturado de regulaciones superpuestas.”
La crítica apunta a un problema de fondo: el riesgo de que la bioeconomía termine convertida en un catálogo de buenas intenciones sin escala industrial ni impacto económico.

El corazón del conflicto: los bosques y la biomasa “virgen”

El punto más sensible de su análisis es el tratamiento de la biomasa forestal, especialmente la madera proveniente de bosques gestionados. En el debate europeo, algunos sectores asocian la reducción de la tala con un objetivo ambiental en sí mismo. Pero para Larsson, esa visión es engañosa.
En países como Suecia, donde los bosques se manejan bajo estrictos criterios de sostenibilidad, se planta más de lo que se cosecha. Cada árbol cortado se reemplaza por varios nuevos, y los residuos se aprovechan por completo: lo que no se convierte en madera estructural o papel se destina a energía o nuevos materiales.
Ese modelo ha permitido que la bioenergía represente alrededor del 40 % de la producción energética sueca, superando al petróleo y al gas en la matriz doméstica.

Para Larsson, la idea de oponer reciclaje a aprovechamiento primario es una “falsa dicotomía”. La verdadera meta no es reducir el uso de biomasa, sino reemplazar el carbono fósil que todavía domina la economía. “Europa no puede frenar su producción de biomasa y esperar al mismo tiempo independizarse del petróleo”, señala. “Son procesos complementarios, no excluyentes.”
Limitar la cosecha forestal, agrega, debilitaría las cadenas industriales y aumentaría la dependencia de materiales no renovables importados. La clave está en mejorar la gestión, no en reducir la producción.

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El malentendido de la economía circular

La tercera advertencia de Larsson apunta a un aspecto más técnico, pero decisivo: la definición de “economía circular” utilizada por la Unión Europea. Actualmente, Bruselas considera que la circularidad comienza cuando un material se reutiliza o se recicla. Por eso, la biomasa cosechada directamente —la llamada “virgen”— queda fuera del concepto.
Según Larsson, esa interpretación es incoherente con la ciencia del carbono. La biomasa ya es circular por naturaleza: crece capturando dióxido de carbono de la atmósfera y, al descomponerse o usarse como energía, devuelve ese carbono al ambiente, cerrando un ciclo biológico completo. Excluirla del marco de circularidad equivale a negar ese funcionamiento básico de la biosfera.

Reconocer esta dinámica no implica justificar la deforestación, sino lo contrario: promueve un modelo de circularidad biológica, en el que los recursos naturales se gestionan activamente para sostener su regeneración. Por eso Larsson propone un nuevo concepto —la “biocircular economy”— que unifique la economía circular y la bioeconomía, integrando en una sola visión los flujos naturales de materia y energía con los procesos industriales.

Una definición que condicionará el futuro

Más allá de su lenguaje técnico, esta discusión es profundamente política. La nueva Estrategia Europea de Bioeconomía definirá qué sectores podrán acceder a financiamiento, incentivos y programas de innovación verde.
Si se mantiene un enfoque restrictivo, centrado solo en materiales reciclados o de laboratorio, Europa podría frenar su transición energética y perder competitividad frente a regiones que avanzan con marcos regulatorios más pragmáticos.
Pero si adopta una visión integradora —como propone Larsson—, el bloque podría alinear sus políticas climáticas, industriales y forestales bajo una misma lógica: sustituir carbono fósil por carbono renovable, generar autonomía energética y crear empleo en todo su territorio.

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Volver al futuro

El título elegido por Larsson para su columna, “Back to the future”, sintetiza su visión. Europa nació de una economía biocircular: de los bosques que alimentaron su desarrollo, de los recursos renovables que impulsaron su comercio y su energía. La revolución fósil fue apenas una interrupción temporal.
Hoy, cuando el continente busca reinventarse en clave climática, volver al futuro significa recuperar esa lógica original, pero con el conocimiento, la tecnología y la sostenibilidad del siglo XXI.

Durante los próximos meses, la Comisión Europea avanzará en los talleres que darán forma al texto final. Allí se decidirá si la bioeconomía europea se convierte en una herramienta real de transformación —capaz de escalar innovación, atraer inversiones y sustituir carbono fósil— o si quedará atrapada en un marco burocrático que limite lo que dice promover.
Larsson deja su advertencia final con tono sereno pero contundente: “La bioeconomía definió el progreso histórico de Europa; puede —si la entendemos bien— definir también su futuro.”

 
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