miércoles, noviembre 12, 2025
 

De gasoductos reconvertidos a rocas volcánicas: el bioetanol comienza a cumplir su promesa de emisiones negativas

Mientras ADM y Tallgrass inauguran en Nebraska la mayor planta de captura de carbono en bioetanol del mundo, Equinor y la USP lanzan en Brasil un proyecto científico para almacenar CO₂ en formaciones basálticas. La bioenergía entra en su etapa de descarbonización profunda.

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Un gasoducto en desuso atraviesa silencioso las llanuras de Nebraska. Durante décadas, transportó gas natural atravesando el corazón agrícola de Estados Unidos hacia los grandes centros industriales del país. Hoy, recubierto por una nueva ingeniería, ese mismo ducto lleva una molécula muy distinta: dióxido de carbono, capturado directamente de una planta de bioetanol. En lugar de alimentar combustión, su destino final es una formación geológica en el subsuelo de Wyoming, donde será enterrado a más de mil metros de profundidad.

Mientras tanto, a más de ocho mil kilómetros, en la Cuenca Sedimentaria del Paraná, geólogos brasileños estudian la porosidad de los basaltos que formaron, hace millones de años, una de las estructuras volcánicas más extensas del planeta. Su hipótesis: que estas rocas, ubicadas en la región donde se produce la mayor parte del bioetanol de caña de azúcar del país, puedan capturar CO₂ de forma permanente al convertirlo en piedra.

Estas dos escenas, tan distintas en escala como en madurez tecnológica, representan un mismo punto de partida: el inicio de una nueva etapa para el bioetanol. Ya no solo como combustible renovable, sino como sumidero climático. De la mano de tecnologías de captura y almacenamiento de carbono (CCS), este biocombustible se perfila ahora como una de las soluciones viables para alcanzar emisiones negativas, un concepto que ya no pertenece exclusivamente al plano teórico.

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Una alianza entre agricultura e infraestructura: el caso de ADM y Tallgrass

En Columbus, Nebraska, ADM —uno de los grupos agroindustriales más importantes del mundo— anunció el inicio de operaciones de una nueva planta de captura de carbono en su complejo de procesamiento de maíz. Esta instalación convierte a la ciudad en sede de la mayor planta CCS vinculada a bioetanol del mundo, y marca un hito global al integrar bioenergía con tecnologías avanzadas de mitigación climática.

El proyecto se apoya en una alianza estratégica con Tallgrass, compañía especializada en infraestructura energética, que reconvirtió el histórico gasoducto Trailblazer, de 400 millas de extensión (640 kilómetros), para el transporte de CO₂ comprimido. Esta tubería, que atraviesa Nebraska, Colorado y Wyoming, conecta la planta de ADM con el Eastern Wyoming Sequestration Hub, un sistema de almacenamiento subterráneo donde el CO₂ será inyectado en reservorios geológicos profundos, quedando confinado de forma segura y permanente.

Con capacidad para transportar más de 10 millones de toneladas de CO₂ al año, el sistema equivale a retirar de circulación a unos 2 millones de vehículos. El proyecto incluyó también la construcción de una línea lateral específica para conectar la planta de etanol con el ducto principal, realizada íntegramente a través de acuerdos voluntarios con propietarios rurales, sin imposiciones legales ni expropiaciones.

Chris Cuddy, presidente de ADM para América del Norte, remarcó: “Hemos sido pioneros en la industria del CCS por más de una década y este proyecto es una expansión de esa experiencia. CCS es una parte clave de nuestra estrategia para descarbonizar nuestras operaciones y satisfacer la creciente demanda de ingredientes de bajo carbono”.

Desde Tallgrass, Alison Nelson, presidenta del segmento de desarrollo de negocios en CO₂, sintetizó el espíritu del proyecto: “Esto demuestra que un impacto global puede crecer desde raíces locales”.

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En Brasil, un experimento geológico para el bioetanol de caña

Mientras Estados Unidos avanza con una planta ya operativa, Brasil pone en marcha un proyecto de investigación aplicada que podría sentar las bases de una innovación de largo alcance. Equinor —la energética estatal noruega con tres décadas de experiencia en captura de carbono offshore— y el Centro de Investigación e Innovación en Gases de Efecto Invernadero (RCGI) de la Universidad de São Paulo (USP) anunciaron la creación del Proyecto CABRA (Carbon Storage in Brazilian Basalts), una iniciativa que explorará la viabilidad de utilizar formaciones basálticas como reservorios permanentes de CO₂ capturado en plantas de bioetanol.

La región elegida es estratégica: se trata de la Cuenca del Paraná, donde se concentran las usinas de etanol de la región sudeste de Brasil, el principal polo productor del país. Los basaltos, formados por antiguas erupciones volcánicas, presentan características químicas que los hacen aptos para reaccionar con el CO₂ y transformarlo en minerales sólidos a través de un proceso conocido como carbonatación mineral in situ.

Con una inversión inicial de R$ 10 millones (1,9 millones de dólares), el proyecto contempla no solo estudios geológicos detallados, sino también análisis de inyectividad, capacidad de almacenamiento y tiempos de mineralización. A mediano plazo, se espera que esta fase permita el desarrollo de un piloto de captura directa desde plantas de bioetanol.

Andrea Achôa, gerente de Investigación y Desarrollo de Equinor Brasil, expresó: “Esta es una oportunidad única para combinar nuestra experiencia global en CCS con el conocimiento científico local. Evaluar estas posibilidades en Brasil forma parte de nuestra ambición de contribuir a un futuro bajo en carbono con soluciones concretas”.

Julio Meneghini, director científico del RCGI, agregó: “El CABRA reafirma nuestro compromiso con la generación de conocimiento de alto impacto. Es una colaboración que puede transformar el potencial geológico de Brasil en una ventaja climática estratégica”.

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Un nuevo papel para el bioetanol, ya en marcha

Estas iniciativas no son ensayos aislados ni apuestas a futuro. En Nebraska, toneladas de dióxido de carbono ya no regresan a la atmósfera porque han sido desviadas a un almacenamiento geológico activo. En Brasil, el conocimiento avanza para que formaciones volcánicas del subsuelo puedan cumplir esa misma función. En ambos casos, lo que se captura es el CO₂ generado durante la fermentación industrial del bioetanol, una emisión inevitable pero perfectamente abordable mediante tecnología disponible.

Que ese carbono tenga origen biogénico es lo que habilita un cambio de paradigma: no se trata simplemente de mitigar, sino de remover. No de reducir impactos, sino de revertir trayectorias. Es en esa transición silenciosa donde el bioetanol empieza a ocupar un nuevo espacio: ya no solo como sustituto renovable de un combustible fósil, sino como una herramienta operativa para disminuir el CO₂ atmosférico.

Estos dos proyectos —uno en ejecución, otro en estudio— muestran que el cambio de escala es posible. Y que la bioeconomía, cuando articula procesos existentes con innovación técnica realista, puede pasar de la promesa a la transformación concreta.

 
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