En la transición energética hay una paradoja que se repite como un reloj en los países que hicieron bien los deberes: a veces la electricidad llega cuando no hace falta. El viento sopla de madrugada, las turbinas giran con entusiasmo, la red se llena de electrones limpios… y, sin embargo, la demanda está dormida. En esos momentos, la pregunta deja de ser “cómo generar” y pasa a ser “qué hacemos con lo que ya generamos”. Es una pregunta técnica, pero también estratégica, porque detrás de esa abundancia se esconde una ventaja competitiva: quien aprende a transformar excedentes eléctricos en moléculas transportables puede exportar energía aunque no existan cables.
Uruguay conoce esa sensación. Su matriz eléctrica lleva años destacándose por la presencia de renovables y, según datos recientes citados por organismos públicos y reportes sectoriales, en 2024 la generación fue 99% renovable, con un aporte eólico relevante y exportaciones eléctricas que crecieron con fuerza. En determinados períodos, además, el país llegó a registrar tramos con generación renovable total y excedentes para vender a vecinos, un tipo de “lujo energético” que cambia la conversación sobre industria, inversión y competitividad.
En paralelo, el mundo mira a la aviación como uno de los últimos bastiones difíciles de descarbonizar. Para los aviones no hay «Plan B», y por eso el sector busca combustibles líquidos de menor huella climática. Pero esa búsqueda, lejos de estar resuelta, está todavía en una etapa incipiente, con promesas, pilotos, cuellos de botella y una realidad incómoda: el volumen disponible de combustibles sostenibles para aviación sigue siendo chico frente al tamaño del problema, y el crecimiento no está garantizado en el corto plazo.
Es en ese cruce, entre excedentes renovables que piden “almacenamiento químico” y una aviación que pide alternativas, donde aparece la noticia que mueve el eje hacia el litoral uruguayo.
La firma que ancla el proyecto en el litoral
El Poder Ejecutivo firmó el memorando de entendimiento para la instalación de la planta de hidrógeno verde de HIF Global, una multinacional especializada en e-combustibles sintéticos, a través de su operación local. El documento, según comunicó la Intendencia de Paysandú en su información institucional, “determina expresamente que la planta estará emplazada en Paysandú”, una definición que cambia el clima del proyecto porque no se trata solo de una intención: es la fijación formal del lugar donde se pretende montar una instalación industrial de escala inusual para el país.
Para el gobierno departamental, la firma implica “un paso fundamental con el que se logra el firme propósito” que venía planteando el intendente Nicolás Olivera, quien “apeló a la celeridad en su concreción” para que la inversión “quedara en Uruguay y su localización fuera en el departamento”. En otras palabras, detrás de la letra del memorando también hay una carrera política y territorial: no perder tiempo, no perder competitividad y no perder el proyecto.
La Intendencia de Paysandú, como gobierno local responsable de un departamento con tradición agroindustrial y portuaria sobre el río Uruguay, encuadra el acuerdo como una oportunidad de transformación productiva y laboral. HIF Global, por su parte, se presenta globalmente como una compañía enfocada en convertir energía renovable, agua y CO₂ capturado en combustibles que puedan reemplazar a los fósiles en usos donde electrificar es complejo.
Lo que promete la inversión y la dimensión del empleo
La instalación de la planta traerá a Paysandú una inversión total aproximada de US$ 5.385 millones para la elaboración de los denominados e-combustibles, a partir de energía renovable, hidrógeno verde y dióxido de carbono (CO₂). La cifra, por sí sola, obliga a imaginar otra escala: no es un emprendimiento “satélite”, sino un proyecto que, de concretarse, empuja infraestructura, servicios, capacitación y una red de proveedores que suelen aparecer alrededor de grandes obras industriales.
El memorando “deja expresada la previsión de HIF de ocupar a unos 1.400 empleados durante la etapa de construcción y a otras 300 personas a tiempo completo en forma permanente en la etapa de operación”, informó la Intendencia de Paysandú. En ese sentido, se espera que luego esto “derrame en una mejora de las oportunidades laborales en el departamento”. La palabra “derrame” aquí no es decorativa: en proyectos de esta magnitud, el empleo directo convive con el indirecto, desde logística y metalmecánica hasta servicios técnicos, alojamientos, transporte y formación profesional.
Planta de hidrógeno verde en Uruguay: qué se construye, etapa por etapa
La comunicación oficial sintetiza el proyecto con una frase que, traducida a la vida cotidiana, equivale a decir que se va a montar una fábrica de moléculas energéticas con varias salas conectadas. “El proyecto HIF consiste en la construcción y operación de una planta de hidrógeno verde por electrólisis, una planta de captura de CO₂ de fuentes biogénicas, una planta que transforma el hidrógeno verde y el CO₂ en e-metanol y una planta para la producción de e-gasolina”, detalla el comunicado.
En esa secuencia, cada tramo cumple un rol. La electrólisis produce hidrógeno. La captura consigue el CO₂. La síntesis convierte ambos en un producto intermedio, el e-metanol. Y luego aparecen las rutas industriales para transformar ese e-metanol en combustibles finales que el mercado reconoce, como e-gasolina, y también en combustibles compatibles con la aviación sostenible, un punto clave cuando se habla de SAF, por más que hoy el SAF comercial esté dominado por otras vías.
Cómo se obtiene el hidrógeno verde y por qué importa el viento uruguayo
El hidrógeno verde se obtiene separando el agua en hidrógeno y oxígeno mediante electricidad, en un equipo llamado electrolizador. La diferencia entre hidrógeno “verde” y otros hidrógenos no está en la molécula final, que siempre es H₂, sino en el origen de la electricidad. Cuando esa energía proviene de fuentes renovables como la eólica o la solar, las emisiones asociadas bajan drásticamente y el hidrógeno se vuelve una especie de “batería química” capaz de guardar electricidad en forma de gas.
Ahí es donde Uruguay aparece bien parado. No solo por la participación renovable del sistema eléctrico en 2024, sino porque el peso del viento en la matriz le da algo más que kilovatios: le da flexibilidad para pensar industrias que puedan operar cuando el recurso abunda. En el lenguaje de la transición energética, esto es convertir variabilidad en oportunidad: cuando el viento empuja, el país puede producir hidrógeno y, con él, productos de mayor valor agregado.
De dónde sale el CO₂ “biogénico” y qué significa capturarlo
El otro insumo clave es el CO₂. Y acá hay una distinción que cambia el sentido ambiental del proyecto. El CO₂ puede venir de fuentes fósiles, como una chimenea asociada a combustibles del subsuelo, o puede venir de fuentes biogénicas, es decir, ligadas al ciclo reciente del carbono en la biosfera. La comunicación oficial habla de captura desde “fuentes industriales y biomasa”, lo que abre la puerta a corrientes de CO₂ asociadas a procesos donde el carbono proviene de materia orgánica.
Para entenderlo sin fórmulas: en una fermentación, microorganismos transforman azúcares en alcoholes u otros productos y liberan CO₂ como parte natural del proceso. Ese CO₂ no sale de un petróleo enterrado millones de años, sino de biomasa que capturó carbono de la atmósfera hace poco tiempo. Capturarlo y reutilizarlo como insumo industrial permite que el carbono no se vaya directamente al aire y, en cambio, pase a formar parte de una molécula útil, como un combustible sintético. En términos de bioeconomía, es una forma de estirar el ciclo del carbono: no eliminarlo del mundo, sino hacerlo circular con más inteligencia.
Del e-metanol a los combustibles: la cocina química del proyecto
Con hidrógeno verde y CO₂ capturado, el proyecto apunta a producir e-metanol mediante un proceso de síntesis. Distintos documentos técnicos vinculados a desarrollos de HIF describen este esquema como una combinación de energía renovable, electrólisis y síntesis para convertir agua y CO₂ reciclado en combustibles. El e-metanol funciona como una plataforma: puede ser combustible en sí mismo en ciertos usos, pero también puede ser un “puente” hacia otros productos.
En el caso del proyecto anunciado para Paysandú, la comunicación menciona e-gasolina como un resultado final. En términos generales, la idea de estos combustibles es que sean compatibles con infraestructura existente: tanques, transporte, distribución y motores. La diferencia vuelve a estar en el origen del carbono y en la electricidad que alimenta el proceso.
SAF y e-fuels: por qué el futuro todavía no está escrito
En el debate público, a veces se habla de e-fuels como si ya fueran la respuesta lista para usar. En realidad, hoy son una promesa industrial que avanza, pero que todavía está construyendo escala, costos y certezas. La propia industria de la aviación reconoce que el SAF es clave para su camino hacia la descarbonización, pero también admite que la producción actual es baja y que, incluso con crecimiento, sigue representando una fracción mínima del consumo total de combustible.
Y hay otro dato que ordena el mapa tecnológico: hoy la tecnología dominante en los anuncios de capacidad y en la producción comercial de SAF es HEFA, un proceso basado en aceites y grasas que se hidrotratan para obtener combustibles tipo “drop-in”. Reportes sectoriales remarcan que la mayor parte de la capacidad anunciada hacia 2030 está asociada a HEFA, lo que muestra que, por ahora, la aviación está sosteniéndose en una ruta relativamente madura.
Eso no significa que los e-fuels no importen, sino todo lo contrario: importan porque ofrecen una vía alternativa, con una lógica distinta, basada en electricidad renovable y carbono capturado, diversificando el abanico de materias primas. Pero siguen siendo incipientes en términos de despliegue masivo, y su competitividad dependerá de múltiples variables, desde el CAPEX hasta el costo de la electricidad, la disponibilidad de CO₂, eficiencia tecnológica, marcos regulatorios y demanda real.
En ese escenario, el movimiento de Uruguay puede leerse como una decisión de posicionamiento: no esperar a que el mercado madure del todo para recién entonces llegar tarde, sino construir desde ahora capacidades, infraestructura y aprendizaje industrial en un sector que, si despega, lo hará con ventaja para quienes ya hayan hecho el camino.
Un comité para mirar de cerca cada tornillo
Finalmente, el entendimiento firmado el jueves 18 de diciembre incluye el funcionamiento de un comité de alto nivel de seguimiento del proyecto, así como la conformación de un comité técnico de seguimiento diario “a todas las acciones requeridas para el desarrollo” del proyecto de la multinacional. En una inversión de miles de millones, estos mecanismos suelen ser la diferencia entre una promesa que se enfría y una obra que avanza: coordinación interinstitucional, permisos, cronogramas, infraestructura asociada, diálogo territorial y control de hitos.
Paysandú, mientras tanto, no aparece solo como un punto en el mapa, sino como un escenario donde se intenta materializar una idea que suena casi alquímica: tomar viento y sol, separarlos en hidrógeno, capturar carbono antes de que se escape, y recombinarlo todo para fabricar combustibles que puedan mover aviones. No es una revolución ya consumada. Es, más bien, el inicio de una carrera donde muchos todavía están calentando motores. Y Uruguay acaba de decidir que no quiere mirar esa carrera desde la tribuna.


