Vivimos inmersos en una realidad hiperconectada. Cada mensaje que enviamos por WhatsApp, cada foto que guardamos en la nube, cada consulta que hacemos a través de un asistente virtual o cada operación bancaria se apoya, sin que lo veamos, en una gigantesca red de edificios repletos de servidores: los centros de datos. Estas infraestructuras tecnológicas son esenciales para la vida moderna, pero también representan uno de los desafíos energéticos más importantes de la era digital.
Los centros de datos requieren grandes cantidades de energía eléctrica para funcionar. Pero una parte significativa de esa energía no se transforma en capacidad de procesamiento, sino en calor. Y ese calor, lejos de ser útil en ese contexto, es un problema: sobrecalienta los equipos, acorta su vida útil y puede producir fallas. Por eso, estos edificios necesitan complejos sistemas de refrigeración —como aires acondicionados industriales o circuitos cerrados de agua enfriada— cuyo único fin es extraer y disipar ese calor no deseado. En otras palabras, se consume energía adicional para eliminar un subproducto energético de por sí costoso. El resultado es un ciclo ineficiente y con una elevada huella de carbono.
Pero, ¿qué pasaría si, en vez de desperdiciar ese calor, pudiéramos aprovecharlo para algo más? ¿Y si ese exceso energético pudiera alimentar un nuevo tipo de ecosistema productivo?
Del calor digital al crecimiento biológico
En Marcoussis, al sur de París, esa hipótesis dejó de ser un concepto teórico para convertirse en una realidad tangible. Allí, Data4 —uno de los principales operadores europeos de centros de datos— y la Fundación de la Universidad Paris-Saclay pusieron en marcha un proyecto piloto que podría cambiar la forma en que concebimos la infraestructura digital: el primer centro de datos biocircular del mundo.
La idea es tan innovadora como lógica: recuperar el calor residual de los servidores y reutilizarlo como fuente de energía térmica para un sistema biológico que cultiva microalgas. Estas algas se desarrollan en módulos especialmente diseñados, instalados en el techo del centro de datos, que mantienen una temperatura constante gracias al calor sobrante de los equipos informáticos.
Las microalgas, como organismos fotosintéticos, necesitan tres condiciones básicas para crecer de manera eficiente: luz, nutrientes y temperatura adecuada. Justamente aquí es donde entra en juego el calor residual. Para muchas especies de algas unicelulares, temperaturas constantes de entre 20 y 30°C son óptimas para su desarrollo. Alcanzar y mantener ese rango térmico requiere energía en climas templados o fríos. Pero si esa energía ya está disponible —aunque en forma de «residuo» digital— el sistema puede prescindir de fuentes adicionales de calor. Es decir, se reemplaza un insumo costoso y contaminante por uno ya generado, cerrando un ciclo de eficiencia energética y reduciendo emisiones indirectas.
Una solución natural trajo un problema nuevo. Las microalgas y la biotecnología ambiental al rescate
Algas: el pequeño aliado de la bioeconomía
¿Por qué algas? Porque reúnen una combinación única de propiedades que las convierte en protagonistas ideales de una economía biocircular. Primero, porque tienen una capacidad de capturar dióxido de carbono superior a la de muchas plantas terrestres. Según los responsables del proyecto, estas microalgas pueden absorber hasta 20 veces más CO₂ que los árboles por metro cuadrado cultivado.
Segundo, porque su biomasa no es un producto de descarte: es un recurso con alta demanda en múltiples sectores. Se puede transformar en ingredientes funcionales para alimentos, suplementos nutricionales, aditivos para la industria farmacéutica, compuestos cosméticos e incluso bioplásticos. Además, el cultivo de algas en módulos verticales o techos no compite con el uso de tierras agrícolas ni requiere grandes superficies.
Y tercero, porque su producción es altamente adaptable y escalable. A diferencia de otros cultivos, puede integrarse dentro o sobre infraestructuras existentes —como techos de edificios tecnológicos— sin alterar su función original, pero sumando valor ambiental y económico.
En este proyecto, las algas permiten capturar carbono, generar biomasa útil y, al mismo tiempo, aprovechar el calor desperdiciado de una forma productiva. Es un ejemplo concreto de cómo los residuos energéticos del mundo digital pueden alimentar circuitos biológicos con valor industrial.
Resultados prometedores y visión a futuro
Según Data4, cada módulo de cultivo instalado en un centro de datos puede capturar hasta 13 toneladas de CO₂ al año. Si este modelo se replica en los más de 300 centros que la empresa tiene distribuidos por Francia, el potencial total de captura anual alcanza las 3.900 toneladas de dióxido de carbono. Y eso sin contar el valor agregado de la biomasa producida.
El piloto de Marcoussis fue desarrollado con el apoyo de la start-up Blue Planet Ecosystems y del Conseil Départemental de l’Essonne, combinando conocimientos técnicos, científicos y de planificación territorial. Pero los impulsores no planean quedarse allí: ya está en marcha un segundo proyecto para instalar módulos similares también en las fachadas de los centros de datos, lo que ampliará la superficie cultivable y permitirá alcanzar una producción diaria de 20 kilos de algas y una captura de 36 kilos de CO₂.
Para Linda Lescuyer, responsable de Innovación en Data4, el impacto va mucho más allá de lo ambiental: “En nuestros centros de datos de Francia hay disponibles casi 18 teravatios-hora de energía térmica que hoy se pierden. Con este sistema, no solo recuperamos ese calor: creamos un nuevo recurso ecológico y económico que puede generar empleo y valor local junto a nuestras infraestructuras digitales”.
Las granjas de algas: el gigante sumidero de carbono que podría frenar el cambio climático
Hacia una nueva generación: los centros de datos biocirculares
Este tipo de proyectos inaugura una nueva categoría de infraestructura: los centros de datos biocirculares. Espacios que no solo almacenan y procesan información, sino que también alimentan procesos vivos, capturan carbono y producen materia prima para industrias sostenibles. Son fábricas digitales que también pueden ser fábricas de vida.
La propuesta de Data4 no es solo una mejora tecnológica: es un cambio de paradigma. Una invitación a repensar los centros de datos no como puntos de consumo, sino como nodos productivos de un ecosistema más amplio. Uno donde lo digital y lo biológico no compitan, sino cooperen.
Porque en el futuro que ya empieza a tomar forma en Marcoussis, los watts sobrantes pueden alimentar algas, y los datos pueden cultivar vida.


