sábado, noviembre 1, 2025
 

Fermentar soberanía: por qué para el Pentágono la bioeconomía refuerza la seguridad nacional

Con inversiones del Departamento de Defensa, una red federal de biomanufactura y una ley para el agro, EE.UU. integra producción local, ciencia y autonomía como parte de una estrategia de largo plazo.

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Las economías del siglo XXI funcionan sobre engranajes invisibles. Materias primas que viajan miles de kilómetros, componentes que cruzan fronteras varias veces antes de convertirse en un producto terminado, tecnologías críticas que dependen de patentes o proveedores externos. Ese entramado global, tan eficiente como frágil, ha empezado a mostrar sus límites.

Y esos límites se tensan aún más en un contexto de geopolítica cada vez más compleja, donde las relaciones comerciales se cruzan con disputas tecnológicas, intereses estratégicos y escenarios inestables. En ese mundo, producir localmente se vuelve más que una ventaja competitiva: es una forma de protección. Una manera de reducir la exposición a interrupciones externas, resguardar la propiedad intelectual, retener talento y asegurar el acceso a insumos esenciales. Especialmente cuando esos insumos tienen un valor estratégico.

Por eso, en Estados Unidos, la bioeconomía —ese enfoque que propone transformar recursos renovables en productos de alto valor a través del conocimiento— empieza a ocupar un nuevo lugar en la agenda: el de la seguridad nacional.

Y no se trata solo de una visión. Se trata de una decisión concreta. El Departamento de Defensa ha comenzado a impulsar políticas, inversiones e infraestructura orientadas a fortalecer la biomanufactura, una actividad industrial basada en los principios de la bioeconomía, capaz de producir desde lubricantes especiales hasta espumas técnicas o bioplásticos a partir de procesos biológicos.

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Cuando esas capacidades se desarrollan dentro del país, no solo se reduce la dependencia externa: se consolida una base industrial resiliente, alineada con los objetivos de sostenibilidad, innovación y desarrollo productivo.

Así nació BioMADE, y con ella, una nueva etapa en la construcción de un sistema bioindustrial pensado no solo para crecer, sino también para sostener.

BioMADE: red nacional para escalar la biomanufactura en Estados Unidos

Lanzada en octubre de 2020 como parte de Manufacturing USA y catalizada por el Departamento de Defensa, BioMADE (Bioindustrial Manufacturing and Design Ecosystem) se creó para cerrar una brecha crítica en la bioeconomía estadounidense: la falta de infraestructura de escalado entre el laboratorio y la producción comercial.

Aunque EE.UU. ha liderado la investigación en biotecnología por décadas, muchos desarrollos no pueden avanzar por falta de instalaciones piloto y demostrativas. Esto obliga a las empresas a trasladar sus pruebas a otros países, perdiendo competitividad y arriesgando propiedad intelectual.

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Con más de 300 miembros en 39 estados, BioMADE articula universidades, startups, empresas consolidadas, centros de I+D, organismos públicos y gobiernos locales. Su misión es crear una red nacional de capacidades de biomanufactura que permita:

  • Escalar tecnologías desde el laboratorio hasta la producción comercial.
  • Reforzar cadenas de valor locales y regionales.
  • Capacitar una fuerza laboral técnica y especializada.
  • Aplicar la biotecnología industrial en sectores críticos como defensa, energía, materiales, salud y consumo.

En este esquema, BioMADE no es solo un programa: es una infraestructura nacional distribuida, pensada para democratizar el acceso a equipamiento, acelerar la innovación y hacer que la bioeconomía tenga anclaje territorial real.

Minnesota: fermentadores para la autonomía

El primer gran hito de esta estrategia se materializa en Maple Grove, Minnesota, donde se construye una planta de biomanufactura de escala demostrativa. Con una inversión de 132 millones de dólares, financiada por el Departamento de Defensa y el Estado de Minnesota, será una de las piezas clave de la red BioMADE.

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La instalación —de 11.300 metros cuadrados— contará con dos fermentadores industriales de 25.000 litros, equipos de downstream processing equipados con sistemas de purificación avanzados (centrifugado, filtración por membranas, intercambio iónico, cristalización, secado), capacidad para procesar líquidos volátiles y materiales técnicos de alta sensibilidad y laboratorios de análisis y desarrollo de procesos.

La planta está pensada como una plataforma multiusuario: podrá ser utilizada por startups, pymes y grandes empresas que necesiten escalar sus procesos, refinar tecnologías, realizar pruebas piloto o validar lotes antes de llegar a la producción comercial. Su foco estará puesto en químicos y materiales industriales, con aplicaciones tanto civiles como estratégicas.

Además, tendrá un fuerte componente educativo: ofrecerá formación práctica en biomanufactura, con programas para estudiantes, trabajadores y técnicos del sector. Esto no es menor: cada empleo directo en la bioindustria genera 11 puestos adicionales, consolidando una nueva economía del conocimiento con arraigo local.

Su cartera de productos potenciales es amplia: desde cosméticos, detergentes y bioplásticos hasta adhesivos industriales, espumas resistentes al calor y materiales para defensa avanzada. La bioindustria se vuelve aquí una herramienta tangible para la resiliencia nacional.

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El Ag BIO Act: una ley para bioindustrializar el interior

Complementando esta infraestructura, en el Congreso fue introducido recientemente el Ag BIO Act, un proyecto de ley bipartidista impulsado por los congresistas Nikki Budzinski (Illinois) y Zach Nunn (Iowa). Su objetivo es llevar los principios de la bioeconomía a todo el país, especialmente al corazón agrícola, financiando biorefinerías rurales que produzcan bioetanol de bajo carbono, químicos renovables y bioproductos avanzados.

La ley propone actualizar el programa 9003 del USDA, asignar 100 millones de dólares hasta 2030, simplificar los procesos de préstamo y crear un sistema de puntuación que priorice impacto ambiental, empleo rural, escalabilidad y seguridad energética.

Con apoyo de entidades clave como el Plant Based Products Council, la Corn Refiners Association y la Ag Bioeconomy Coalition, la ley busca convertir al agro estadounidense en proveedor estratégico de biomasa para una bioindustria nacional en expansión.

Hacia una bioeconomía con sentido estratégico

Estados Unidos está construyendo una nueva narrativa industrial. Una donde la sostenibilidad no es sólo ambiental, sino también económica, territorial y estratégica. Donde la defensa incluye no solo tecnología militar, sino también capacidad de producir lo esencial sin depender de otros.

La bioeconomía, a través de la biomanufactura, se convierte así en una política nacional integral. BioMADE, la planta de Minnesota y el Ag BIO Act son expresiones concretas de ese cambio: ciencia que se transforma en infraestructura, redes que conectan saber con territorio, inversión pública que apunta al largo plazo.

En un mundo incierto, esa puede ser la mejor forma de protección.

 
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