martes, noviembre 11, 2025
 

Los desafíos ocultos de la bioeconomía: un informe internacional expone las barreras que frenan su implementación en el Sur Global

El Stockholm Environment Institute analizó las estrategias de Colombia, Tailandia y África Oriental y reveló cinco obstáculos comunes que ponen en jaque la transición hacia una bioeconomía sostenible.

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En distintos rincones del planeta, desde los cañaverales del Valle del Cauca hasta las plantaciones de yuca en Tailandia o los campos de maíz en Uganda, la bioeconomía dejó de ser una idea abstracta y se convirtió en un horizonte de desarrollo. Los gobiernos diseñaron planes, fijaron metas y convocaron a comunidades, empresas y académicos a sumarse a una transformación que promete convertir la biodiversidad y la biomasa en motores de bienestar económico y social.

Pero la gran pregunta sigue siendo la misma: ¿cómo pasar del papel al territorio?

Esa es la cuestión central que aborda un nuevo informe del Stockholm Environment Institute (SEI), publicado en septiembre de 2025. El documento, titulado “Implementing bioeconomy strategies and policies: lessons from Colombia, Thailand and East Africa”, analiza cómo se están implementando —y qué obstáculos enfrentan— tres experiencias muy distintas del Sur Global.

Quién es el SEI y por qué importa este informe

Para muchos lectores latinoamericanos, las siglas SEI pueden sonar lejanas. El Stockholm Environment Institute es un centro internacional de investigación independiente, con sede en Suecia y presencia en varios continentes. Desde hace más de treinta años trabaja en el cruce entre ciencia, política y acción, produciendo conocimiento aplicado para enfrentar desafíos globales como el cambio climático, la gestión sostenible de los recursos naturales y el desarrollo inclusivo.

El SEI se involucra en el terreno: colabora con gobiernos, empresas y comunidades, desarrolla herramientas de política pública, impulsa proyectos piloto y promueve instancias de capacitación. Sus informes no son meros diagnósticos académicos, sino insumos que buscan orientar decisiones concretas.

Que el SEI haya dedicado un estudio comparativo a Colombia, Tailandia y África Oriental tiene un valor simbólico y práctico: pone en primer plano al Sur Global, un espacio donde la bioeconomía enfrenta condiciones desafiantes, pero también una riqueza de recursos y creatividad capaz de marcar rumbos propios.

Los héroes de una épica silenciosa

Colombia: la bioeconomía como apuesta territorial

Colombia ha hecho de su biodiversidad el núcleo de su estrategia de bioeconomía. En 2020 lanzó la Misión de Bioeconomía, que luego evolucionó en la Misión de Bioeconomía y Territorio bajo la administración de Gustavo Petro. La clave de este enfoque es reconocer que el país no es homogéneo: cada región tiene ecosistemas, culturas y capacidades distintas.

El informe del SEI muestra cómo esta lógica se traduce en planes concretos. En el Valle del Cauca, los talleres con actores locales proyectaron para 2050 un sistema de biorefinerías rurales, un hub industrial en Buenaventura y esquemas de pagos por servicios ecosistémicos vinculados a la captura de carbono y la biodiversidad. En el Caribe colombiano, departamentos como Sucre y Córdoba imaginaron una transición agroindustrial basada en yuca, arroz, carne y productos de valor agregado como biomateriales y bioinsumos. En esta región, la bioeconomía se plantea como motor para combatir la pobreza y la inseguridad alimentaria.

Tailandia: el modelo BCG y sus tensiones

Tailandia es quizás el caso más ambicioso de Asia. Desde 2017, la bioeconomía se integró a la política industrial bajo el modelo BCG (Bio-Circular-Green). Aquí no se trata solo de cuidar el ambiente: la bioeconomía es vista como motor para salir de la “trampa de ingresos medios” y escalar hacia un modelo económico basado en innovación y valor agregado.

El BCG prioriza cuatro ejes: alimentos y agricultura, salud y bienestar, energía y bioproductos, y turismo. El gobierno desplegó un paquete agresivo de incentivos fiscales y financieros: exenciones impositivas, facilidades para importar tecnología y apoyo a la investigación en biotecnología.

El resultado fue una rápida atracción de inversiones y el desarrollo de nuevas industrias, desde bioplásticos hasta biofarmacéuticos. El SEI subraya la capacidad de Tailandia para articular alianzas público-privadas y proyectar una narrativa de país en torno a la bioeconomía.

Pero también advierte sobre las tensiones internas. El sesgo hacia lo industrial dejó rezagados a los pequeños agricultores y a la bioeconomía comunitaria. Persisten desigualdades en la distribución de beneficios, y prácticas agrícolas como la quema de cañaverales, impulsadas por costos laborales, generan impactos ambientales severos. En otras palabras: el modelo tailandés avanza rápido, pero corre el riesgo de sacrificar equidad y sostenibilidad en nombre del crecimiento.

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África Oriental: la apuesta regional

El tercer caso es África Oriental, integrada por países como Kenia, Uganda, Tanzania y Ruanda. Se trata de la única región fuera de Europa que ha diseñado una estrategia de bioeconomía supranacional.

La propuesta gira en torno a la circularidad: aprovechar residuos agrícolas, fomentar energías renovables y crear un mercado común de bioproductos. La idea de fondo es que la integración regional puede dar escala y competitividad a iniciativas que, de manera aislada, serían demasiado frágiles.

El SEI reconoce el valor de esta visión compartida, pero también señala obstáculos estructurales: falta de infraestructura básica, descoordinación regulatoria entre países, cadenas de valor poco desarrolladas y escaso acceso a financiamiento. Aun así, considera que el esfuerzo de África Oriental constituye un campo de experimentación inédito, con potencial para inspirar a otras regiones del Sur Global que buscan cooperar más allá de las fronteras nacionales.

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El hilo común: de la estrategia a la implementación

Los tres casos analizados por el SEI tienen contextos muy distintos, pero comparten un desafío central: la brecha entre diseñar estrategias y ejecutarlas en el terreno.

El informe identifica obstáculos recurrentes.

Financiamiento: la barrera silenciosa

Innovar en bioeconomía requiere capital de riesgo, fondos para investigación aplicada, créditos a largo plazo y esquemas de apoyo público. En muchos países del Sur Global, esos instrumentos existen de manera fragmentada o son directamente inaccesibles para pequeños y medianos productores.

En Colombia, numerosos proyectos surgidos de talleres participativos quedaron en el plano conceptual porque no consiguieron respaldo financiero. En África Oriental, gran parte de las iniciativas dependen de la cooperación internacional, lo que genera incertidumbre sobre su continuidad. El informe destaca que sin mecanismos financieros sólidos y estables, la bioeconomía no puede pasar de promesa a realidad.

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Infraestructura: la condición material

Los bioproductos no nacen solo en los laboratorios: necesitan caminos para transportar biomasa, redes eléctricas confiables, plantas de procesamiento y acceso a puertos y mercados. La ausencia de estas condiciones básicas frena incluso las mejores estrategias.

En África Oriental, el costo logístico de trasladar biomasa desde áreas rurales es tan alto que compromete la viabilidad de muchos proyectos. En Colombia, la aspiración de instalar biorefinerías en regiones apartadas se enfrenta a una infraestructura rural deficitaria. La paradoja es que se proyectan cadenas de valor sofisticadas sobre una base física aún débil.

Regulación: marcos que no acompañan el ritmo

La bioeconomía requiere marcos normativos que validen nuevos procesos y productos. Sin reglas claras y ágiles, los emprendimientos innovadores se ven atrapados en burocracias lentas y costosas.

En Colombia, productores de bioinsumos enfrentan trámites engorrosos que desincentivan el escalamiento. En Tailandia, el modelo BCG avanza con rapidez, pero carece de mecanismos efectivos para asegurar trazabilidad y sostenibilidad en cultivos clave como la caña de azúcar. El SEI señala que la regulación debe ser un habilitador, no un freno, si se pretende que la bioeconomía gane espacio en los mercados.

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Cadenas de valor débiles: la pieza faltante

Una estrategia nacional puede marcar horizontes, pero lo decisivo es cómo se conectan los distintos eslabones de la producción. Sin cadenas integradas, la biomasa se queda en el campo y la industria en los planes.

En Colombia, la articulación entre agricultura familiar e industria aún es incipiente, lo que limita la escala de las iniciativas. En África Oriental, la falta de cadenas consolidadas impide transformar la visión regional en proyectos rentables. El desafío es crear puentes estables entre productores, transformadores y consumidores.

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Inclusión social: la promesa pendiente

La bioeconomía suele presentarse como un modelo capaz de generar empleos y reducir desigualdades, pero en la práctica corre el riesgo de concentrar beneficios en grandes empresas, dejando a comunidades y agricultores familiares al margen.

En Tailandia, el modelo BCG atrajo inversiones y consolidó industrias, pero muchos pequeños productores quedaron relegados, sin acceso a los beneficios. En Colombia, la incorporación de nuevas tecnologías genera temores sobre el impacto en el empleo rural. El SEI advierte que una bioeconomía que no incorpore a las comunidades pierde legitimidad social y sostenibilidad a largo plazo.

Tres experiencias, un mismo patrón

Colombia, Tailandia y África Oriental recorren caminos distintos. Colombia apuesta por una bioeconomía territorial anclada en su biodiversidad. Tailandia integró la bioeconomía a su política industrial a través del modelo BCG. África Oriental ensaya la cooperación supranacional con una estrategia regional inédita fuera de Europa.

Pero el patrón común es claro: las estrategias existen, los discursos son sólidos, las intenciones son genuinas. Lo que falta es resolver los desafíos estructurales que condicionan la implementación.

 
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